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A mi abuelo, Serapio Navarro Cuesta

Serapio Navarro Cuesta
6 de noviembre de 2023 19:35 h

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Hola abuelo, soy Eduardo. Tu nieto. Uno de tus nietos más pequeños que tuviste. Desgraciadamente nunca pudimos llegar a conocernos y consecuentemente ni pudimos abrazarnos, ni besarnos, ni vivir los maravillosos momentos que deberíamos haber tenido y que en la actualidad saboreo al contemplar a mis hijos y sus abuelos.

Sé muchas cosas de ti, gracias a tu hija Anuncia, mi tía, quien nunca se cansa de contarme cosas tuyas cada vez que hablamos: lo guapo que eras, los paseos que le dabas con la bicicleta donde la acunabas con tu cuerpo y donde ella se sentía segura y feliz... Y tantas y tantas cosas preciosas que de ti y de la abuela Rosa me cuenta.

De tu hijo Serapio, mi padre, no puedo contarte lo mismo, dado que a causa del adoctrinamiento religioso de la época que recibió tras tu fallecimiento y de la abuela Rosa, en las horribles condiciones en que falleció la misma y las calamidades que sufrió en vuestro propio pueblo de Casasimarro y que afortunadamente no tuviste conocimiento de ellas, cuando quedaron huérfanos tus tres hijos, consiguieron que de ti, mi padre, poco me hablase y cuando lo hacía, pocas muestras de cariño me contaba, al hacerte responsable de las consecuentes desgracias que sufrieron tus hijos.

Como me explicaba tu hija Anuncia, mi tía, cuando te detuvieron y pude comprobarlo personalmente en el documento del Consejo de Guerra que te realizaron por ser miembro del PSOE y de la UGT y por el que te detuvieron y que recibí del Archivo Histórico, sentí un destello en mi corazón al comprobar sin saberlo, que seguí tus pasos cuando a los 18 años también me afilié al PSOE y a la UGT.

Entendí posteriormente el rechazo que recibí de ello por parte de mi padre al evocarle los recuerdos esos momentos que le transmitió con los horribles momentos vividos contigo. Afortunadamente, cuando yo me afilié, existía una palabra llamada 'democracia', de la cuál tú nunca llegaste a conocer de su verdadero significado.

Me contaba mi tía Anuncia, tu hija, de las vivencias que tuvieron que realizar para ir en carro desde Casasimarro a la prisión de Cuenca para poder verte, mendigando por los pueblos que le surgían al paso y poder recoger ayudas alimentarias que te llevaban a la cárcel. Hasta me contó la anécdota del día que fue a verte, como hacía desde la orilla del rio en Cuenca y tú le saludabas por la ventana de la celda cuando la veías aparecer y ella, inclusive, consiguió la caridad de un pescador que le dio tras su rogatoria tres peces que te llevaron a la cárcel una vez cocinados.

Oigo en la actualidad, cuando escucho en diferentes medios de comunicación y a diversa gente que esos acontecimientos eran consecuencia de los momentos vividos y que había que olvidarlos. Que eran cosas del pasado, y claro, yo me rebelo y opino igual que la grandísima cantante Rozalén: también pienso que el dolor se hereda, y cuando oigo que me olvide de mis muertos, yo también grito en silencio que yo no me quiero olvidar.

Si quieren olvidarse algunos de sus muertos que se olviden, pero yo no me quiero olvidar, nunca os olvidaré.

Sé de las vicisitudes vividas por ti cuando te trasladaron desde la cárcel de Cuenca al Monasterio de Uclés y que, una vez allí, como muchísimos de inocentes que permanecían como tú, privados de vuestra libertad, contrajiste la tuberculosis que te acompañó hasta tus últimos días. Todo ello lo sé gracias a toda la documentación recibida del Archivo Histórico de tus expedientes penitenciarios.

Sé que, en el Monasterio de Uclés, pasasteis infinitas penurias tú y todos los que te acompañaron y que allí os encontrabais. Y menos mal que os teníais los unos a los otros para cuidaros, dado que la única atención sanitaria que recibíais era únicamente la que os aportabais entre vosotros gracias a los presos con conocimientos de medicina.

El devenir del momento que padecíais a causa de los responsables que regían vuestro destino, conllevó que, debido a que cerraban la cárcel de Uclés, os trasladasen desde el Monasterio de Uclés hasta Ocaña, pero tú ya te encontrabas en una situación tan deteriorada que provocó que no pudieses llegar a Ocaña y terminases en el “Hospitalillo” de Tarancón hasta tus últimos días de vida. Tuviste el triste honor de ser el último fallecido de la prisión central del Monasterio de Uclés en el Hospitalillo en 1943.

Intenté averiguar infructuosamente dónde fuiste a parar una vez fallecido, intentando contactar en reiteradas ocasiones con el cementerio de Tarancón, pero nunca recibí información que me pudiese esclarecer tu destino. Qué rabia que no puedas descansar junto a la abuela Rosa en el cementerio de Casasimarro como debería ser si existiera el más mínimo ápice de humanidad, ya que es lo que hubieseis deseado y merecido: poder estar juntos por siempre.

Sí que me queda la tranquilidad de saber que tus últimas horas estuviste rodeado de un gran cariño y trato humano maravilloso como todos los que allí, en el Hospitalillo de Tarancón, os encontrabais.

He leído mucho sobre el Hospitalillo de Tarancón, dado que habría sido uno de mis sueños haber podido conocerlo y visitarlo para haberme podido sentir más cerca de ti, pensando en tus últimos momentos y saber que era el lugar donde más cerca te podría imaginar. Siento mucha tristeza el poder comprobar en la actualidad el estado de abandono de dicho edificio histórico. No se merece el Hospitalillo - gracias a él sé que nunca tuvo en la época la comarca mejor asistencia sanitaria- estar en el estado en que se encuentra en la actualidad. Un tejado ruinoso y en desuso.

Debería de ser reconocido por todos como un edificio de alto valor histórico y patrimonial de Tarancón. Debería de haber sufrido un proceso de rehabilitación por el que se diese vida a ese edificio olvidado de grandísimo valor humano y sentimental y que tanta ayuda brindó a todos, sin importancia ni de ideales ni sentimientos.

Considero que el valiosísimo Hospitalillo debe ser considerado de una valía sin parangón para las personas y para la sociedad y, por lo tanto, merecedor de su conservación y transmisión a las generaciones futuras por el carácter de legado que dispone.

Yo vivo en Valencia, y desde hace muchos años, he comprobado, abuelo, como muchos edificios emblemáticos, legados de la ciudad también, han obtenido una recompensa de restauración y de conservación como se merecían para que nunca quedasen en el olvido, financiados a través de dotaciones estatales, municipales y hasta de fondos europeos y es triste, el ver que el Hospitalillo que te acogió en tus últimos días de vida está apagado como una cara sin sonrisa, cuando debería resplandecer de una manera brillante para orgullo de todos los habitantes de Tarancón por el valor social y humano de dicho edificio. Sin conocerlo, lo quiero y amo, por saber del cariño que te brindaron en tus últimos momentos de vida.

Bueno abuelo, tenía ganas de escribir estas líneas, ya que mientras las he realizado, he sentido en mi alma que estábamos teniendo esa conversación soñada contigo, de esas que tantas y tantas veces habríamos podido realizar y de tantas cosas si no hubiese sido por la crueldad de la época que os tocó vivir y que te arrebató junto a la abuela Rosa de todos vuestros seres queridos en ese momento y de los que en posteriores generaciones os habríamos podido disfrutar.

Qué tristeza el no saber dónde fueron a parar tus restos como el de tantos y tantos seres a los que se privó de una vida entera solamente por pensar y ser de una manera diferente a la que se instauró en ese momento, para estar más cerca de ti y poder decirte a viva voz todos mis sentimientos.

Solamente me resta finalizar esta carta diciendo que te quiero muchísimo abuelo, aunque nunca nos hayamos podido amar.

Tu nieto Eduardo. 

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