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La Obisparra, la mascarada de invierno que un pueblo de Zamora celebra en verano para sobrevivir

Los bueyes embisten al arador en La Obisparra.

Alba Camazón

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En la comarca de Aliste, en Zamora, hay una pequeña población que ni siquiera cuenta con Ayuntamiento propio, pero sí tiene una tradición prerromana que lucha por conservar: La mascarada de la Obisparra de Pobladura de Aliste debería celebrarse el 26 de diciembre: primero con motivo del solsticio de invierno, después se le dotó de carácter más religioso y se realizaba en honor a San Esteban. Pero se celebraba de manera intermitente, cuando caída en fin de semana o si había suficiente gente en el pueblo. Hace 22 años se decidió mover a verano, con la intención de que esta tradición sobreviviera.

A partir de 2001, Pobladura de Aliste ha conseguido celebrar la Obisparra de manera continuada, algo impensable en las décadas anteriores. En invierno viven unos ochenta habitantes, según calcula el presidente de la Asociación Cultural de Danzas y Tradiciones 'Aires de Aliste', Javier Silva, pero la población de este municipio se quintuplica en verano, y eso ayuda a que la tradición perviva. Por eso la mascarada se ha trasladado al 15 de agosto, el día de las fiestas patronales del pueblo.

Durante dos horas, Pobladura se llena de personajes ataviados para la ocasión: dos bueyes, el arador, el gañán, la filandorra, el soldado, el ciego, el lazarillo, el piojoso, los bailadores, las hilanderas, los pastores, un gaitero y un tamborilero. Una docena de personas se colocan los trajes tradicionales y recuperan, con carácter burlón y carnavalesco, también el alistano, un dialecto del asturleonés. La mascarada, tradicionalmente masculina, incorporó a las mujeres en 2001: “Las mujeres que quisieran podían entrar en la mascarada. Nadie se lo planteó, era lógico que se optara por hacer algo así”, plantea Silva.

A principios de marzo, la Junta de Castilla y León declaró las mascaradas como Bien de Interés Cultural de carácter inmaterial, y ya se está trabajando en que la UNESCO las catalogue como patrimonio de la humanidad. El balance del año pasado fue muy positivo, con muchos más visitantes de lo habitual, y esto anima también a la gente del pueblo a celebrar la mascarada, que siglos atrás llegó a estar prohibida por su catadura moral.

Intentan no perder el vínculo con La Obisparra

“Lo malo de las tradiciones es que hay mucha gente que se fue del pueblo y tiene vínculo, pero no el que tenían sus padres o abuelos”, lamenta Silva, al que le gustaría que se animen incluso los que solos van al pueblo quince días en verano. “Les gusta, lo comparten y es algo que no se ve en todos los pueblos. Pero no lo viven y no se visten. Si es difícil en esta época, sería inviable el 26 de diciembre”, agrega Silva, dispuesto a “aguantar” lo máximo posible de una tradición que ha ido pasando de padres a hijos. “Sabes mucho gracias a estar con la gente mayor que hace que te vincules, así te sientes obligado a seguir. Pero si vives fuera es muy difícil que vayas a hacerlo porque no tienes ese nivel de implicación”, comenta.

Silva defiende el cambio al verano porque permite conservar una mascarada que habría desaparecido en invierno. “Es patrimonio. Esto mantiene esa unión también en los pueblos: haces los trajes, organizas… formas comunidad en torno a esto. Lo que hacemos es importante y que la gente se sienta importante con esto”, sostiene el presidente de la asociación 'Aires de Aliste'.

En Pobladura de Aliste, la mascarada gira en torno a los bueyes. “Antes se hacía con lo que tenían los vecinos: una fregona y un sombrero para simular las 'melenas' de los bueyes. Ahora las 'melenas' son de cuero y sirven para proteger a las personas del yugo. Los bueyes llevan un yugo con una estructura metálica que evita que se apoye directamente en el cuello y les haga daño”, explica el presidente de Aires de Aliste, que participa en La Obisparra desde los diez años.

Ritual de siembra y fertilidad

Los diabluchos, que se está intentando recuperar, tenían una misión que se ha modificado con los años: se levantaban temprano y echaban paja en todas las calles del pueblo e incluso entraban en algunas casas. “Los bueyes antes iban sueltos y ahora van juntos para ponerles el yugo y una estructura para sujetar los cuernos. Tiran de un arado y forman parte del ritual de siembra, de fertilidad. Delante está el gañán, que dirige a los bueyes, y detrás, el arador. Es el grupo que más acción tiene”, explica Javier Silva. Los bueyes se escapan y arrastran al arador, que se queda tirado en el suelo. Éste reza para que vuelvan los bueyes, a los que realmente va a buscar el gañán mientras éstos molestan a los viandantes.

La Filandorra era uno de los pocos personajes femeninos, aunque solía ser interpretado por un mozo, como todos los personajes. La tradición cuenta que esta mujer, “de mala vida”, era hija de los marqueses de Tábara. Según textos eclesiásticos que reprobaban esta mascarada en el siglo XIX, la Filandorra “atacaba la moral pública y ridiculizaba las ceremonias de la Iglesia y las sagradas vestiduras”. Es un carnaval de burla, que hacían los jóvenes que “no tenían vergüenza y madurez”. “Esos personajes tienen que atreverse a meterse con la gente, con burlas y humor”, apostilla.

“Lleva un niño (un muñeco) al que maltrata, se lo da a otras personas del pueblo, sale volando... Es algo humorístico. La gente mayor dice que antes el 'niño' moría y lo enterraban, pero ya en los años 80 eso no se hacía y no se ha recuperado”, explica Silva. Junto a ella, un soldado que intenta controlar a la Filandorra y garantizar la seguridad del niño. Este año, la asociación va a intentar que sea un hombre el que interprete a la Filandorra y una mujer sea la soldado. “Así llamará más la atención porque si no es verdad que no se diferencia mucho de las hilanderas”, expone.

Monólogos en alistano

El ciego, que va cantando, está acompañado por el lazarillo. Hace años, el ciego recogía la limosna (la voluntad, pan y embutido del cerdo para la fiesta de después). “Es algo que ya no se mantiene, ahora se paran en una puerta antigua y hablan en alistanos con monólogos graciosos, un poco preparado”, expone. Tradicionalmente, a este grupo le acompaña un piojoso, que tira a los viandantes unos piojos hechos con harina y agua, y este 15 de agosto se va a intentar recuperar también después de varios años sin él.

En Pobladura aprovechan la celebración de La Obisparra para enseñar también cómo se reunían en la zona hilanderas con sus cardas y ruecas y pastores en otra plaza. Se hace en recuerdo a estas personas que salían a la calle a ver La Obisparra a mediados del siglo XX y se puede interactuar con ellos. Esta espontaneidad e improvisación hacen que cada Obisparra sea “diferente”.

El presidente de la asociación defiende el valor de esta tradición, y cómo solamente con la asistencia de visitantes anima a la gente de Pobladura de Aliste a celebrar la mascarada y el posterior baile en la era. Porque una tradición milenaria como La Obisparra no podía sino terminar con una fiesta acompañada de música.

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