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Lecciones de la vacuna de Astrazeneca, el patito feo que salvó miles de vidas

La vacuna de AstraZeneca deja de comercializarse en la Unión Europea. / Efe / EPA/FEHIM

Sergio Ferrer

15 de mayo de 2024 22:49 h

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La vacuna de Oxford-AstraZeneca contra la Covid-19 iba a ser el cisne de la pandemia, pero se quedó en patito feo. La semana pasada la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) retiraba la autorización de comercialización de este producto a petición de la propia farmacéutica debido a la falta de demanda de un producto que ya no se fabricaba desde hacía años por el excedente de dosis disponibles.

Terminaba así una historia que en el imaginario colectivo tiene sabor a fracaso y que será recordada por un efecto adverso, un tipo de trombo muy raro pero grave, descubierto en 2021. Sin embargo, su mala fama venía de antes. Hoy podemos extraer lecciones, pero también revindicar el papel de un fármaco que salvó millones de vidas e intentó que su acceso fuera global.

Para entender la historia de las vacunas de la Covid-19 hay que ir más allá de la parte científica, los ensayos clínicos y los porcentajes de efectividad. Hablamos de una carrera entre países y empresas repleta de contratos opacos, juegos políticos, ataques mediáticos, propaganda y juego sucio. Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido se tiraron los trastos a la cara mientras competían por acaparar dosis en el mercado internacional a expensas de los países menos privilegiados, dependientes de las donaciones realizadas a la alianza internacional COVAX.

“El mundo mira a la profesora de Oxford Sarah Gilbert”, rezaba la portada de Bloomberg Businessweek de julio de 2020. La historia de esta vacunóloga, cara visible de la vacuna de Oxford-AstraZeneca, lo tenía todo. Investigadora en una de las universidades más importantes del mundo, sus trillizos participaron como voluntarios en su ensayo clínico. El titular del interior de la revista resumía las expectativas que había alrededor de la que entonces era favorita: “La vacuna de la covid en cabeza está meses por delante de sus competidores”. La posibilidad de una vacuna de ARNm entonces se veía con escepticismo al no tener precedentes.

El suero de Oxford se anunciaba con música épica, mientras los medios británicos prometían que llegaría a tiempo para Navidad. El optimismo fue acertado. La campaña de vacunación comenzó el 8 de diciembre de 2020. Por entonces la comunicación estaba muy centrada en los científicos, con biografías tan interesantes como la de la propia Gilbert o la del matrimonio de inmigrantes turcos con nacionalidad alemana —Uğur Şahin y Özlem Türeci— que trabajaba codo con codo en la vacuna de BioNTech que finalmente se convertiría en “la vacuna de Pfizer”.

Las historias de Gilbert y el matrimonio Şahin se volvieron mucho más conocidas que los nombres de los jefes las grandes farmacéuticas: Pascal Soriot, Albert Bourla y Stéphane Bancel, directores ejecutivos de AstraZeneca, Pfizer y Moderna, respectivamente. Todavía menos públicas eran las negociaciones que los países estaban llevando a cabo y que darían lugar a que compraran suficientes dosis como para vacunar varias veces a toda su población.

Europa pregunta dónde están sus dosis

Esta parte daría para una trilogía de novelas, pero quédense con esto: la desafortunada negociación entre AstraZeneca y la Comisión Europea se tradujo en retrasos para Europa entre acusaciones de que la farmacéutica británica estaba priorizando a Reino Unido mientras apenas entregaba 100 de los 300 millones prometidos al continente.

Esto hizo que la campaña de vacunación comenzara con retraso en el viejo continente, algo que los medios estadounidenses y británicos no dudaron en señalar con cierta superioridad. Tras el tropezón inicial, una vez los europeos estuvieron vacunados —superando a los estadounidenses, debido a los rechazos vacunales—, el vicepresidente de la UE Margaritis Schinas llegó a aparecer ante los medios sosteniendo una portada del Economist en la que se leía “¿qué fue mal?” bajo una bandera rasgada de la UE cuyo mástil era una jeringuilla.

Tanto el público como los gobernantes querían la vacuna que hubiera demostrado mayor efectividad contra variantes y esto llevó a que algunos países, como Sudáfrica, rechazaran erróneamente la vacuna de Oxford

En esta guerra de nacionalismo vacunal, el país de origen de la farmacéutica empezaba a ser un dato importante: ya no era la vacuna de Gilbert, de Oxford ni la de AstraZeneca, sino la de Reino Unido. Aquí hay un detalle semántico que a menudo se pasa por alto. Antes de que su fracaso la convirtiera en “la vacuna de AstraZeneca”, esta era más conocida como “la vacuna de Oxford”. Sin embargo, y aunque las farmacéuticas no suelen resultar simpáticas para la opinión pública, tenía otro hándicap: era la vacuna que apoyaba la fundación de Bill Gates.

Al mismo tiempo, tanto el público como los gobernantes querían la vacuna que hubiera mostrado una mayor efectividad contra variantes según los datos más recientes. Esto llevó a que algunos países rechazaran erróneamente la vacuna de Oxford: fue el caso de Sudáfrica, entonces golpeada por la variante beta, después de que un estudio preliminar sugiriera que la protección no funcionaría, cuando sí lo hacía contra casos graves. Como resultado, su gobierno vendió los 1,5 millones de dosis que había conseguido y se enfrentó a una gran oleada de infecciones con una protección subóptima.

Este producto nunca se licenciará en Estados Unidos”

El juego de tronos en clave nacional es importante para contextualizar algunas de las críticas posteriores a la vacuna de AstraZeneca. En Europa, fuera debido o no a estas tensiones, un medio alemán reportó incorrectamente que la vacuna era “apenas efectiva” en mayores, con un porcentaje que cifraba en apenas un 8 %. El presidente francés Emmanuel Macron la definió como “casi inefectiva” para ese grupo poblacional. Por supuesto, nada de esto era cierto.

Por otro lado, las acusaciones de que los ensayos clínicos de Oxford tenían información desactualizada hizo asegurar a los analistas de un banco de inversión americano que “este producto nunca se licenciará en Estados Unidos”, como finalmente pasó.

El golpe definitivo llegaría el 11 de marzo de 2021, cuando Noruega suspendió el uso de la vacuna por efectos adversos potenciales. La investigación finalmente revelaría unos raros casos de trombosis con plaquetas bajas —Alemania detectó 31 casos entre 2,7 millones de vacunados— que llevó a los países a ir restringiendo su uso a poblaciones con un perfil de riesgo mejor —más vulnerables a la Covid-19— o a dejar de utilizarla. Para finales de 2021, la mayoría de países de la Unión Europea había dejado de utilizarla.

No es la única afectada por la buena noticia de que el interés por las vacunas haya decaído. Las acciones de Pfizer han perdido lo ganado desde 2020 hasta mínimos no vistos desde 2013 y Moderna reportó una caída en ventas del 91%

“Ojalá que los medios la recuerden como la vacuna que les enseñó a hacer mejor su trabajo”, explicaba la investigadora experta en comunicación de riesgos María Climént en una entrevista durante abril de 2021. Explicar las incertidumbres y los riesgos es tan importante como complicado. Sin embargo, los titulares que ha dejado AstraZeneca desde entonces guardan una lección para los futuros periodistas científicos: si no cubres con rigor los efectos adversos de las vacunas, solo escribirán sobre ellos quienes lo hagan erróneamente y con sensacionalismo.

En cualquier caso, todo lo que sube termina por bajar. AstraZeneca no es la única afectada por la buena noticia de que el interés por las vacunas de la Covid-19 haya decaído con el tiempo, sino que sus competidores también han acusado la falta de demanda. Las acciones de Pfizer, la ganadora de la pandemia, han perdido lo ganado desde 2020 para situarse en mínimos no vistos desde 2013. Más dramática es la situación de Moderna, que en el primer trimestre del año reportó una caída en sus ventas del 91 % —de 1.900 millones de dólares a 167 millones— del que es su único producto en el mercado.

Los aciertos

Pese a todos los fallos y zancadillas, la vacuna de Oxford/AstraZeneca tenía una efectividad de más del 90 % contra cuadros graves de la covid-19. Resultaba segura pese a los raros trombos, sobre todo en aquellos perfiles más vulnerables al coronavirus durante las grandes oleadas de 2021. Así, salvó millones de vidas. Más de 6, según algunas estimaciones.

A esto hay que sumar que fue desarrollada con rapidez y que su filosofía apostaba por la equidad más que sus competidores: era la vacuna más barata, vendida a precio de coste, fue la que más donó a COVAX y compartió su propiedad intelectual con decenas de empresas, incluido el Instituto Suero de India, donde se fabricaba bajo el nombre de Covishield.

La pandemia invita a los juegos de “qué pasaría sí”. En el caso de la carrera por las vacunas, es fácil imaginar escenarios alternativos. Por ejemplo, Trump prometió que habría una vacuna disponible antes de las elecciones del 3 de noviembre, en lo que el New York Times calificó de “sorpresa de octubre”. La presión del médico e investigador Eric Topol, que llegó a reunirse con la FDA y Pfizer, impidió que Estados Unidos se convirtiera en el primer país occidental en aprobar una vacuna.

De la misma manera, la Unión Europea apostó inicialmente por AstraZeneca —también Janssen, Sanofi y Novavax—. No salió bien y la carrera la ganaron las vacuna de ARNm —entre otras causas, por su mejor capacidad de producción— con un pseudomonopolio de Pfizer a la cabeza y unos contratos no exentos de falta de transparencia. En otra realidad en la que la tecnología visionada por la hoy nobel de Medicina Katalin Karikó no logra ser exitosa, quizá ahora serían otros los fármacos que recordaríamos como triunfos históricos y otros diferentes a los que bautizaríamos como decepciones.

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