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Filantropía, salud y poder económico: ¿El problema es la Fundación Gates o va mucho más allá?

Bill Gates, presidente de la fundación que lleva su apellido.

Sergio Ferrer

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¿Qué sucede si le damos 120.000 millones de dólares a un hombre que cree entender campos tan alejados de su área de conocimiento como la medicina, la agricultura y la educación? Si ese hombre fuera el fundador de Microsoft, Bill Gates, crearía algo parecido a la Fundación Gates y tendría la seguridad de que su forma de ver el mundo arreglaría los grandes problemas de la humanidad. Un punto de vista empresarial, muy centrado en el solucionismo tecnológico, que convertiría a la organización en una especie de farmacéutica enorme, acumuladora de propiedad intelectual. Por el camino, el considerado como mayor filántropo de la Tierra se haría todavía más rico gracias a los beneficios fiscales que otorgan las donaciones en Estados Unidos, y que harían que buena parte de la factura corriera a cargo de los contribuyentes.

Esta es, a grandes rasgos, la tesis del libro El problema de Bill Gates (Arpa, 2024), publicado por el periodista de investigación Tim Schwab, a quien elDiario.es entrevistaba la semana pasada. En sus más de 500 páginas analiza también el comportamiento del empresario con las mujeres, la opacidad de su organización, sus prácticas abusivas con investigadores y pequeñas startups, la visión colonialista de la salud global, la ineficacia a la hora de gastar ingentes cantidades de dinero ―parcialmente― público, y su rol en la moda de un periodismo de soluciones optimista y acrítico.

Terminar el libro de Schwab es hundirse en la impotencia y resulta tentador responsabilizar a Gates de todos los males de la Tierra. ¿Es el panorama tan desastroso y deprimente como plantea el periodista? Y, sobre todo, ¿tiene Bill Gates la culpa de todos los problemas que sufre el campo de la salud global?

La OMS pierde financiación y respeto

Expertos consultados por elDiario.es, aunque críticos con la Fundación Bill y Melinda Gates, son menos catastrofistas, matizan la situación y reparten las culpas. Para empezar, de aquellos polvos, estos lodos: el auge de la organización está muy relacionado con una serie de procesos que han cambiado la gobernanza de la salud global en los últimos 20 años y que van más allá del fundador de Microsoft.

“Es verdad que la Fundación Gates acumula muchísimo poder, no solo económico, y que puede ser un problema que un ente privado decida en qué se invierte y en qué no, pero, al mismo tiempo, la OMS lleva décadas sufriendo problemas de infrafinanciación y de prestigio —casos de corrupción incluidos—”, explica el investigador del Centro de Salud Global de Ginebra (Suiza) Adrián Alonso.

Las críticas que se le pueden hacer a la fundación son extensibles a la mayoría de los países con ingresos altos que han tenido un poder hegemónico en salud global durante las últimas décadas, en muchos casos con acciones incluso peores

Adrián Alonso investigador del Centro de Salud Global de Ginebra (Suiza)

Más allá de la OMS, muy dependiente hoy de Gates, las últimas décadas también trajeron una reducción general del sector público, la globalización de la salud —con nuevas organizaciones y regulaciones internacionales— y la falta de acceso a medicamentos contra el VIH. “Todo esto en un mundo bastante diferente al de ahora, donde las ópticas coloniales y de caridad hacia el sur global eran menos contestadas que hoy”, añade Alonso. Era un escenario ideal para que tomara las riendas un actor como la fundación. En 2016, un informe elaborado por el Global Policy Forum, un grupo independiente que hace un seguimiento de la labor de los organismos de la ONU y de las políticas mundiales, cuestionaba la influencia de fundaciones con apellidos milmillonarios como Gates o Rockefeller en la agenda de los países en desarrollo.

“No se puede analizar la figura de Gates y de su fundación sin poner en contexto cómo ha cambiado la ayuda al desarrollo en las últimas décadas, particularmente a través de las grandes plataformas de salud global como GAVI [Organización internacional de colaboración público-privada cuyo objetivo es mejorar el acceso a la vacunación], el Fondo Mundial y PEPFAR [Plan Presidencial de Emergencia para Alivio del SIDA]”, afirma una especialista en políticas de salud global que prefiere no revelar su nombre.

Un problema que va más allá de Bill Gates

“Las críticas que se le pueden hacer a la fundación son extensibles a la mayoría de los países con ingresos altos que han tenido un poder hegemónico en salud global durante las últimas décadas, en muchos casos con acciones incluso peores que las de la propia fundación, la cual ha sido fundamental para organizar la arquitectura actual, con sus cosas buenas y sus cosas malas, y con una visión más completa sobre algunos problemas que muchos países”, defiende Alonso. “No se puede reducir la organización, extremadamente profesionalizada, al personaje de Gates. Su rol en salud global va más allá del de Bill Gates”.

“Olvidar el papel del sector público en los fracasos de la covid-19, el VIH y el ébola, y echarle la culpa a Gates es hacernos trampas a nosotros mismos”, dice Alonso. Por ejemplo, considera que, “con todos sus problemas y fallos”, el fondo de acceso global para vacunas COVAX y Oxford/AstraZeneca —ambos apoyados por la fundación— dieron durante la pandemia más dosis de vacunas a países de ingresos bajos que Estados Unidos y la Unión Europea.

Gates se ha opuesto a los esfuerzos por superar los monopolios de la propiedad intelectual y adopta un enfoque demasiado orientado a la tecnología, esencial pero no la solución, porque solo las sociedades que han creado las inequidades pueden resolverlas

exdirector de Política y Análisis de Médicos Sin Fronteras Rohit Malpani

Por el contrario, “los que invirtieron miles de millones en acaparar dosis de vacunas, se negaron a flexibilizar los derechos de propiedad intelectual y a fomentar la transferencia de conocimiento para incrementar la producción, y no parecen haber cambiado de opinión ―viendo cómo se estancan las negociaciones del acuerdo de pandemias―, han sido los países de ingresos altos”.

“COVAX no nace solo de Gates, sino dentro de GAVI y de una cultura de salud global con iniciativas que tienen mucho de neocoloniales, una OMS muy debilitada por falta de financiación y países ricos que no se interesan [por estos temas] ni hacen las preguntas que deberían hacer”, comenta la especialista en salud global que pide aparecer como fuente anónima.

“La cuestión no es tanto lo que la Fundación Gates hace sino cómo hemos llegado a que tenga ese poder en temas de salud que conciernen a todo el planeta”, continúa. “La estrategia de GAVI en acceso a vacunas, muy influenciada por Gates, ha sido duramente criticada a lo largo de los años por muchas organizaciones, pero no nos podemos sorprender de que Gates actúe como Gates ni pedirle que sea antimonopolio, pero se podrían haber creado otros modelos”, remacha.

Aun así, esta especialista distingue “entre la fundación alimentando al ‘monstruo’ de iniciativas como GAVI —que han hecho muchas cosas buenas pero que merecen mucho más cuestionamiento del que se les da—, y su implicación en proyectos que sin su apoyo no se habrían hecho”.

La problemática visión de la Fundación Gates

Rohit Malpani, exdirector de Política y Análisis en la Campaña de Acceso de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), explica que existen tres problemas con la forma en la que el organismo maneja la salud y el acceso a las medicinas.

En primer lugar, “ha hecho demasiado poco o incluso se ha opuesto a los esfuerzos por superar los monopolios de la propiedad intelectual”. En segundo, “ejerce una influencia abrumadora sobre la salud internacional en forma de políticas, prioridades y recursos”, lo que no deja espacio para perspectivas diferentes. En tercero, “adopta un enfoque demasiado orientado a la tecnología, que es esencial pero no la solución, porque solo las sociedades que han creado las inequidades pueden resolverlas”.

Alonso opina que el tamaño de la Fundación Gates resulta “problemático” por el poder que acumula en forma de redes de expertos, contactos, reputación e influencia. “Sin más contrapesos o competencia, y sin mayor rendición de cuentas, eso genera problemas”, explica. “También pueden existir problemas de legitimidad derivados de que una fundación privada decida en qué se invierte y en qué no en salud global”, aunque “en muchos otros ámbitos esto es frecuente y no va a cambiar en el corto plazo”.

No nos gusta Gates, pero no tengo nada claro qué queremos que sea la salud global sin él. No sé si quiero el nacionalismo de vacunas, las restricciones a las exportaciones y la prohibición de vuelos de países africanos a Europa que vimos en la pandemia

Adrián Alonso

No me gusta el abordaje vertical [de la fundación] en muchos temas porque tiende a aislar problemas específicos de su contexto”, añade la experta en salud global. “No se puede mejorar la salud enfermedad a enfermedad y vacuna a vacuna: hacen falta sistemas e invertir en ellos, pero eso Gates no lo hace”. Lo que sí hace es presentar soluciones preciosas, vendibles y fotografiables: “Después de la covid-19 seguimos esperando en todos los países a que se invierta en salud y seguimos sin un tratado de pandemias. Al lado tienes a Gates con un discurso sobre ‘una solución que cuesta X y puede salvar Y vidas’. Es un parche que no va a cambiar la salud de la población, pero tiene indicadores fáciles y rápidos de medir que acaban resultando atractivos para gobiernos y organizaciones”.

Esta ideología trasciende a la propia entidad filantrópica. “Como muchas de las instituciones y personas que hoy trabajamos en la gobernanza de la salud global provienen de estos enfoques, compartidos por la Fundación Gates y por otros actores nacionales, ha habido pocas propuestas para alternativas o incluso para la evaluación del trabajo realizado”, lamenta Alonso.

¿Y ahora qué?

Alonso explica que las críticas a la filosofía de organismos como la Fundación Gates tienen 20 años, pero que el mundo ha cambiado mucho desde entonces. Hoy la gobernanza de estos temas está más regionalizada, hay más nacionalismo, y llegar a acuerdos globales resulta difícil por los problemas geopolíticos. La salud global no es inmune a lo que pasa en el resto del planeta ni opera en un vacío. Tampoco la organización creada por Bill Gates.

“Será interesante ver cómo la fundación se adapta, y creo que todavía está en el aire cómo la pandemia modificará cómo piensan y actúan muchos de los actores, incluida la Fundación Gates”, añade Alonso. En su opinión, un problema es la falta de alternativas: “No nos gusta Gates, pero no tengo nada claro qué queremos que sea la salud global sin él”, se pregunta. “No sé si quiero el nacionalismo de vacunas, las restricciones a las exportaciones y la prohibición de vuelos de países africanos a Europa que vivimos en la pandemia”.

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