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4 de julio de 2020 17:35 h

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Para poner fin al confinamiento domiciliario, se me ocurrió que podría ser una buena idea hacer un recorrido minucioso por todo el pueblo de Villablino, callejeando de este a oeste y de norte a sur, para ver la realidad que presenta el pueblo para el regreso a la rutina. Y durante los cinco primeros días de la semana pasada y algo más de 25 kilómetros a pie por calzadas y caminos de la capital municipal, tengo ya una percepción general del panorama urbano, que se nos ofrece para este verano recién inaugurado.

La verdad es que la idea no ha sido del todo peregrina, es más la recomendaría para todos mis convecinos, como una inestimable ayuda para saber dónde y en que entorno viven aquellos con los que nos encontramos en la consulta del médico, en la compra del supermercado, tramitando unos documentos o en el simple paseo diario.

Y sin pretender recuperar aquellas viejas prácticas aún vigentes a principios del siglo XX, de los maestros que instruían a sus alumnos en los conocimientos de su territorio, mostrándoles en excursiones pedestres los límites y características de las posesiones de sus pueblos; es casi recomendable algún intento experimental de paseos educativos por el entorno, en el sistema educativo actual tan dado a lo virtual e irreal y tan poco a lo real y palpable.

Estos paseos intensivos me han ofrecido la posibilidad de hallar estrechas y diminutas rendijas a través de las que he percibido imágenes talmente escapadas del paraíso, así como grietas que me abrieron vistas a las ruinas, y resquicios de visiones del abandono. Y he sentido envidia de los que habitan los barrios altos, El Pico del Pueblo, La Corradina, La Fuxiaca o la calle La Soledad, donde ésta deja de ser un castigo para pasar a convertirse en bendición.

Porque por su ubicación gozan de una visión general mucho más amable del valle, aunque no olvido que sus privilegios visuales y de paz tienen contrapartidas malvadas. El acceso no siempre es cómodo por las pendientes que se deben superar, aunque todos los rincones son accesibles en vehículos. Y porque el invierno, que en estas tierras de la montaña no es precisamente corto ni suave, se convierte en un enemigo contumaz al que combatir sin desaliento, durante ocho o nueve meses cada año.

Pude comprobar, que el pueblo aún ofrece muchas cosas interesantes que ver, dignas de que los responsables turísticos pongan en marcha rutas, o coloquen señales con los puntos de interés por diversos motivos: paisajísticos, artísticos, vegetales, industriales o de relax.

El favor de La Soledad

A la derecha de la iglesia de San Miguel se abre un pequeño callejón, el de “La Soledad”, que a los pocos metros de iniciado se expande en calle amplia, de un espacio agradable y plácido, invitando al paseo sereno y pausado para disfrutar cada instante. El ambiente es tan relajado, que hasta un gato que me salió al paso, se sentó sereno posando para que le hiciese una foto. A medio camino un banco público nos ofrece un lugar para el reposo, donde contemplar hacia el sur la visión del paisaje, o a las tres parejas de cigüeñas más clericales del valle, dos anidadas sobre las coníferas de la Casa Rectoral y la otra sobre la espadaña de la iglesia. Y para poder disfrutar escuchando el silencio, que por allí satura el aire que respiramos.

Toda el área geográfica de San Miguel, es la mejor conservada y cuidada en general, sin duda alguna, y donde se percibe aún ambiente de pueblo (rural es la palabra de moda actual) y el olor a “cuito” (excrementos del ganado criado en las casas, que se acumula en los corrales a la espera de ser usado como fertilizante de las tierras en la primavera). A ello ayudan además las obras de remodelación y restauración acometidas por muchos vecinos en sus casas y su esmero en cuidar los jardines particulares y zonas comunes. Cuando comentas sobre estos aspectos del cuidado y la atención pública de las calles, con los vecinos que pasean con asiduidad por Villablino, escuchas repetida en más de una ocasión la frase, “se nota que el alcalde es de San Miguel”, que Mario no lo tome como un reproche, más bien como una advertencia.

Pese a todo, hay una zona de San Miguel bastante abandonada, no solo por lo descuidado de su aspecto exterior, también los vecinos han decidido abandonar la zona, por razones personales o por simples causas vegetativas. Cuando esta barriada ofrece la ventaja también de la tranquilidad. Cuenta con la calle más pendiente de todo el pueblo, que da nombre al paraje, la de La Fuxiaca. Y en ella se encuentra el rincón más idóneo para gozar de un espacio especial para la relajación, que bien merece por si solo una visita al barrio, el Parque de los Cedros.

Este pequeño parque, encajonado entre los edificios y oculto por ello de la visión general, ocupa el escaso espacio, que en tiempos fue cementerio de San Miguel, conocido como “el cementerio viejo”. Que dejó de prestar servicio para los enterramientos en 1940, hace ya 80 años. Y desde 1993 es un parque público gracias a un acuerdo entre el Ayuntamiento de Villablino y el Obispado de León, por el que intercambiaron la titularidad de los terrenos de este espacio, que pertenecía al Obispado, por los de la iglesia de Santa Bárbara, cuyo propietario era el Ayuntamiento.

En este parque se pueden contemplar tres centenarios, quizá ya milenarios, cedros de un magnífico y majestuoso porte. Castigados por las nevadas invernales, que los han desmochado en las copas y desgajado en algunas de sus ramas. Acompañados de parte de las ruinas de una arcada del antiguo camposanto y un bonito hermano menor de los cedros. Un también centenario plágano, quién acomplejado por compartir espacio con tan colosales compañeros, se nos muestra tímido y casi imperceptible en el lado izquierdo de la entrada sur del recinto.

Los barrios periféricos

Todos los barrios periféricos ofrecen atractivos dignos de una visita y un tranquilo paseo para disfrutarlos. Empezamos por La Corradina, no solo como lugar de paso hacia La Devesa de Sosas, el área arqueológica del castro de La Zamora o las fincas de agrícolas de La Poza; también por si misma merece ese recorrido.

Ya a la entrada, la casa que angula las calles de La Poza con la de Sierra Pambley invita a detenerse unos instantes para disfrutar de la visión de su singular soportal de entrada, ideado cuando los arquitectos y constructores estaban más preocupados por la solidez y la belleza de las edificaciones, que por la funcionalidad y el economicismo.

Ejemplos de soportales sólidos, de ruda, serena y lineal belleza trazada a escuadra, sustentados sobre columnas de piedra, redondeadas o de aristas, vamos a encontrar por todo el pueblo en abundancia, no siempre a la vista de la calle, pero si en numerosas edificaciones antiguas con soportales que dan vista a los propios corrales de sus casas.

Unos metros más arriba antes de la primera bifurcación con la calle La Corradina, llaman nuestra atención dos jardines particulares, primorosamente cuidados, visibles desde la calle, que parecen rivalizar en belleza y serenidad.

Y en este tiempo de principios de verano, en que en Laciana proliferan las floraciones, ponen pinceladas de color maravillosas para el goce de la visión, hasta de los inexpertos como yo. No son los únicos, cada rincón de terreno disponible alberga flores y vegetación; y donde no hay terreno, las plantas se muestran sobre ventanas o balcones, salpicando con destellos de alegría la vista del visitante.

Este tipo de visiones florales, de colores bonitos y de alegres destellos, son una constante en todos estos barrios periféricos. Donde hasta las flores silvestres que brotan y crecen en los muros de contención, o las amapolas que alegran los bordes del muro norte del cementerio de Piedras Agudas, en Las Rozas. Ni exigen ni piden nada más, que se les deje vivir su tiempo, que a cambio nos regalarán su hermosura.

Alcanzar la parte alta de La Corradina y poder contemplar las vistas que sobre Villablino y la zona más amplia y abierta del valle se nos ofrecen, es una compensación sobrada al esfuerzo exigido para superar los desniveles de altitud. Y apreciar como aún quedan vecinos que pretenden subir un poco más sus viviendas, como hacen las cigüeñas que anidan sobre las copas que superan los tejados de las últimas casas.

Colominas ya no presenta el bullicio de antaño, de aquel barrio superpoblado con una gran vecindad joven, que lo fue en los años 70 y 80 del siglo pasado, y se ha convertido también en un espacio propicio para la calma y la tranquilidad.

Nos ofrece el barrio la única posibilidad de acercarnos al escaso contacto de Villablino con su historia de minería. No con el lavadero de MSP, casi totalmente desmantelado y del que estos días salen los últimos camiones del carbón acumulado. Si, con las ruinas de las instalaciones y edificios del sector minero del Transversal, que son una excelente muestra de lo que no se debe hacer o como no se debe gestionar cualquier patrimonio, condenándolo al abandono total a su suerte.

os que no frecuenten la zona, se sorprenderán y podrán gozar de la visión del experimental ajardinamiento naif de Cesar Pasarín, en la confluencia de las calles Brañaronda y Cervantes. Una idea puesta en práctica por su autor, que pone un toque divertido en el aspecto general del barrio, otro objetivo no persigue su artífice, que lo mantiene desde hace ya dos años. El asume los gastos, el trabajo y el cuidado, según nos explicó el propio Cesar con un único fin, “dar un aspecto más alegre al barrio”.

Incluimos en la periferia también al Pico del Pueblo de San Miguel, la calle de La Soledad y La Fuxiaca, ya mencionados con anterioridad.

El arte también presente

En nuestro paseo encontramos numerosas muestras artísticas que también son merecedoras de dedicar unos instantes a su contemplación y enfocar hacia ellas nuestra cámara fotográfica. Desde la casi escondida, por ubicarse en una zona ahora infrautilizada, isleta granítica de poyos de la plaza del Descubrimiento, coronada por una doble farola de hierro forjado, pasando por las varias imágenes de las pétreas cabezas de vaca de Lolo Zapico, ubicadas en parques, calles, prados, su propia vivienda o fincas particulares; hasta el monumento más representativo de Villablino el del escultor palentino Ambrosio Ortega, “Brosio”, que homenajea a los mineros en una visión hercúlea, del artista, de sombras y contraluces dentro de una rampla de mina, que él imaginó.

Arte es también la pintura y de esta tenemos varias muestras en murales callejeros. En Colominas, los vecinos dedicaron un mural a uno de sus convecinos, Manolo Valderrey, como agradecimiento por su trabajo comunal, pintado sobre la pared trasera de los cuartos de aseo del Transversal.

Es obra de Alfonso Portugués, quién también es el autor de los numerosos murales, que lucen en las paredes exteriores de la finca y granja-establo El Regueral, en el camino del Azor en San Miguel. Parte del sueño hecho realidad de Fermín Alvarez Rubio.

Estos murales de El Regueral, su porque, su cómo y una detallada explicación de lo que representan, además de una extensa serie de excelentes fotografías de los mismos se pueden contemplar en el blog 'Laciana Babia' que es una entrada de diciembre de 2010 del blog de Julio Alvarez Rubio, “lacianababia”, quien además nos ha permitido el uso de sus fotografías. Los interesados pueden encontrar en él una amplia información, no solo de este asunto en concreto, si no de muchos más de estas tierras del noroccidente leonés.

El mural más reciente es el que Miguel Ángel Pérez Uria ha pintado en una de las paredes exteriores de la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura de Villablino, en el mes de mayo de 2018, con una temática variada en una composición con varias imágenes muy representativas de la comarca de Laciana. Otro artista local, que ofrece de forma desinteresada su aportación al bien comunal y regala un espacio para el gozo de los sentidos de sus convecinos.

Hemos dejado para el final el mural de Manolo Sierra, pintado sobre una pared de una finca particular en la Avda. de Sierra Pambley, frente al albergue Giner de los Ríos. Y lo dejamos con intencionalidad, para recordar que este podría ser un buen momento para cumplir el acuerdo de un pleno de febrero de 2018, en el que a propuesta del representante de Ciudadanos se aprobó una moción para, despejar de contenedores y aparcamientos el área frente al mural, ya que el artista se había comprometido a retocarlo y restaurarlo de forma gratuita si esa circunstancia previa citada se daba. Hoy siguen allí los contenedores y los vehículos.

Y dentro del asunto artístico creo que se puede incluir el de la arquitectura. Como comentaba en un párrafo del principio, las construcciones en piedra seculares y de hasta mediados del siglo pasado, nos permiten disfrutar de una belleza no frecuente en las construcciones actuales, que llaman nuestra atención hasta en los cercados y cerramientos de las propiedades. Donde podemos incluir también las construcciones de carácter religioso de San Miguel, Capilla del Cristo de Las Rozas, humilladero de las ánimas de San Miguel y la capilla de San Esteban.

Esto ha sido un repaso breve sobre un recorrido muy amplio por la capital municipal. Quedan además pendientes para futuras ocasiones trece pueblos más, que ofrecen atractivos singulares para entretener y disfrutar de este tiempo de verano, casi sin que nos alcance los días del estío, para llegar a gozarlos todos.

Un último párrafo para recordar al ayuntamiento que, aun siendo consciente de las carencias de recursos y medios de un municipio que ha perdido un 40 % de su población en las últimas dos décadas, y al que han recogido en lamentables condiciones económicas de deuda; debería hacer un esfuerzo extra para al menos segar las zonas ajardinadas y de parques, como el de Los Cedros, Las Rozas y Rafael Liz, en estas épocas que invitan al paseo y al caminar relajado por los entornos amables, que la naturaleza nos ha regalado y nuestros congéneres anteriores han adecuado y mejorado. Y también tratar de alcanzar acuerdos con los vecinos de las zonas afectadas, para que ellos mismos gestionen los espacios públicos, si se les facilitan medios y costes.

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