Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Hijos de la pandemia: la paradoja de un confinamiento sin 'baby boom' que desplomó la fecundidad

Leti Julián con su hija Gala (izquierda) y Luis García Ruiz y Vanessa Silván con su hijo Jon.

César Fernández / ileon.com

1 de agosto de 2021 11:53 h

0

Jon y Gala son hijos de la pandemia. No lo fueron de un confinamiento que hizo augurar un baby boom luego no concretado, sino más bien de una desescalada que parecía despejar incertidumbres y contener un ritmo de vida social difícilmente compatible con la paternidad. Nacidos con apenas diez días de diferencia el pasado mes de mayo en Ponferrada y con padres amigos entre sí, son también la paradoja de una provincia y un país con la fecundidad todavía más a la baja, una realidad que no se compadece con las encuestas que hablan de un deseo generalizado de ser padres entre las personas en edad de procrear, otro golpe de frustración para una generación acostumbrada a convivir con las crisis.

Jon ya estaba 'programado' en los planes vitales de Luis García Ruiz y Vanessa Silván, casados en el verano de 2019. El confinamiento estricto de la primera ola retrasó el embarazo. Y es que la incertidumbre no es una buena compañera de cama (los nacimientos en España a partir de nueve meses después de marzo de 2020 cayeron un 20% con respecto a los mismos meses de 2019, según infolibre.es). Cuando la “preocupación” por las consecuencias de la pandemia parecía diluirse con la desescalada, llegó el momento adecuado. Pero las sucesivas olas de la crisis sanitaria afectaron al proceso. “Y no nos permitieron disfrutar del embarazo. No pude ir acompañada a hacer ninguna ecografía. Los protocolos dejaron un escenario demasiado deshumanizado. Él sólo pudo acompañarme el día del parto”, se lamenta Silván.

Gala también tenía fecha. Su madre, Leti Julián, se había marcado los 35 años de edad como horizonte vital para tener descendencia. “Desde jovencita tenía claro que ese era mi tope. Y que iba a ser madre con pareja o sin ella”, cuenta. Hija de madre soltera, ahora iba a experimentar en carne propia la sensación de su progenitora. Y la pandemia “fue un punto a favor”. “Como nos la quitaron de lleno, perdimos la costumbre de hacer vida social. Tuve que llevar una vida más tranquila por obligación”, explica. Cuando se sometía a las revisiones de la matrona, también pudo comprobar en persona la tendencia que dibujan las estadísticas. “Todas las mujeres eran de 33 años para arriba menos una de 27”, cuenta. Las madres cada vez son mayores, lo que a su vez acaba reduciendo el número de hijos, que se ajustan más a lo posible que a lo deseado.

“España tiene normalmente un crecimiento vegetativo negativo, que se ha ido compensando con la inmigración. Hubo un ligero repunte a finales de la década de los 90 y principios de los 2000, debido fundamentalmente a la inmigración”, diagnostica la profesora de Sociología de la Universidad de León (ULE) Adelina Rodríguez sin obviar que también los extranjeros se van adaptando con el paso del tiempo a los usos y costumbres de un país con un factor contraindicado para aumentar la natalidad. “España tiene un problema de precariedad laboral. La maternidad penaliza especialmente a las mujeres. Parece que ser madres entra en contradicción con sus carreras laborales”, añade la docente antes de apuntar al techo (en este caso de forma literal) como segundo factor: “Estamos en un país en el que los jóvenes destinan casi la mitad del salario a la vivienda. Y así tener hijo es casi una temeridad”.

Más allá del trabajo y la vivienda, los nuevos padres también reconocen un cambio de mentalidad con respecto a generaciones anteriores que acaba retrasando una decisión que se va aplazando no sólo por el paso del tiempo en cursar estudios superiores y en encontrar un empleo estable. La vida social también cuenta. Estirar los años para realizar viajes o compartir experiencias con amistades es cada vez más frecuente, si bien Adelina Rodríguez precisa: “Han tenido más bonanza en la infancia y la juventud. Y se plantean disfrutar de otras cosas. Pero eso ya lo hizo la generación anterior”. El problema ahora es otro: “Hay jóvenes que ya han vivido dos crisis. Y van a vivir peor que sus padres”.

Vanessa Silván tiene dos carreras universitarias y es periodista de profesión, ahora como responsable de comunicación de un colectivo social. Tardó hasta los 33 años en firmar su primer contrato indefinido. Y era a media jornada. Tenía 36 cuando suscribió el primero de esas características a jornada completa, cuenta por videoconferencia mientras da el pecho a Jon con los 41 cumplidos en junio. Luis García Ruiz, que tiene 44 años, trabaja en esas condiciones desde los 25 como técnico en la televisión local. “Yo”, reconoce él, “sí tenía estabilidad laboral y vivienda. Y estaba esperando a mi estabilidad emocional. Pero entiendo a la gente que retrasa la decisión. Da miedo traer un niño y no tener trabajo”.

Leti Julián llegó a los 35 con trabajo indefinido en una empresa de telemarketing y piso pagado en Ponferrada. Con esa estabilidad económica, ella sí pudo convertir en posible lo deseado. Cuando regrese a trabajar tras la correspondiente baja por maternidad, podrá acogerse a una reducción de jornada. “Y eso sería imposible con una hipoteca”, reconoce. La medida tiene sus sombras, especialmente para las mujeres. Y no sólo porque suponga dividir el sueldo, sino porque muchas veces el nuevo encaje lastra la progresión laboral. “Lo que se vende como la gran medida lo es a costa del salario y de dificultades para promocionar en el trabajo”, matiza Silván con el ejemplo de amigas a las que han trasladado de departamento a raíz de solicitar la reducción de jornada. Ser mujer vuelve a parecer una condena.

Sin flexibilidad horaria no hay impacto del teletrabajo

La pandemia no trajo el baby boom que algunos pronosticaban, pero sí aceleró la adaptación al teletrabajo. “Y en mi caso ha sido un factor muy importante. En mi empresa somos mayoría las mujeres. Y eso ayuda a conciliar”, considera Leti Julián, mientras Vanessa Silván pone un apéndice (“el teletrabajo sí puede ayudar siempre que haya una flexibilidad horaria que te permita hacer una conciliación. Hay que tener en cuenta que, tras la baja de maternidad, el bebé va a necesitar mucha atención”) y Luis García Ruiz, obligado al trabajo presencial como reportero gráfico de televisión, pone el chascarrillo (“yo llevo 'teletrabajando' veinte años”). Adelina Rodríguez, por su parte, lanza la advertencia: “El teletrabajo hay que tomarlo con mucha cautela. Y cometeríamos un grave error si relacionamos teletrabajo con conciliación. El teletrabajo es trabajo. Y hay que diseñar la jornada más por proyectos que por horas”.

“Hay muchas mujeres que quieren acceder al teletrabajo, pero no todas pueden. Nosotras accedemos a trabajos peor pagados y normalmente presenciales”, indica la presidenta de la Fundación de Familias Monoparentales Isadora Duncan, María García, una madre soltera en los 80 que prevé “un retroceso en la maternidad” derivado de una pandemia que no trajo el baby boom, sino “el boom de los malos tratos”, un “incremento de las desigualdades” y un “aumento de la precariedad”. “Y ha habido multinacionales que optaron por despedir a trabajadoras o establecer condiciones que las penalizaban”, denuncia García, que reconoce una “doble velocidad” entre las madres solteras funcionarias y las que trabajan para la empresa privada con un tercero como gran perjudicado: “Y eso al final se traslada a los derechos de los niños a ser cuidados”.

“Lo que queremos es ser contempladas como una familia más”, reivindica la responsable de la Fundación Isadora Duncan tras advertir de que muchas “regresan a su familia de origen o se van a un piso compartido” por la coyuntura actual derivada de la pandemia. Leti Julián fue hija de madre soltera, condición que ahora ha adquirido. Y puede analizar la situación con tres décadas de perspectiva: “Para mi madre no fue fácil. Yo nunca noté nada cuando era niña. Y ahora no noto prejuicios”. A la hora de afrontar la maternidad, hacerlo sola no supone un lastre. “Aun siendo dos, si vas a dar el pecho, el bebé va a pasar más tiempo con la madre”, relativiza cuando se compara con amigos como Vanessa y Luis, que se plantean hacer posible lo deseado (ampliar la familia a dos o tres hijos) sin dejar de admitir que el reloj biológico se les echa encima más si cabe tras un parto por cesárea urgente. Él ahora es uno de los primeros que puede disfrutar de una baja de paternidad tan larga como la de su pareja.

La nueva situación pone de nuevo en la picota la cuestión de la corresponsabilidad para las familias con madre y padre. Aun reconociendo que “cada vez más hombres se implican en el cuidado de los hijos”, la profesora de Sociología Adelina Rodríguez cree que existe “un problema de educación en las familias” que hace que las mujeres se vean otra vez penalizadas por dedicar “mucho más tiempo” a las tareas del hogar. Contra esa disfunción, aporta una receta: “La sociedad debe poner en valor los trabajos de cuidados. No hay que despreciarlos, ni asignarlos directamente a mujeres, sino darles más visibilidad, por ejemplo, subrayando lo que aportan a la economía. Además, en una sociedad cada vez más envejecida, todos vamos a necesitar de cuidados”.

El permiso de paternidad equiparable al de maternidad es una ventaja. Se trata de un aliciente, como la deducción de 1.200 euros en el IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) a la que se pueden acoger como madres trabajadoras tanto Vanessa como Leti, que también pueden beneficiarse la primera de una de 150 euros del Ayuntamiento de Torre del Bierzo y la segunda de una de 1.000 euros por familia monoparental. Son bienvenidas, pero no decisivas para lanzarse a ser padres. “Si lo fuesen, serían más conocidas y la gente se animaría”, advierte Luis. La Junta de Castilla y León no ofrece ayudas directas a la natalidad, sino que sus políticas se basan en “deducciones fiscales”, señalan fuentes de la Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades, que acaba de lanzar un programa, el Bono Concilia, que aporta 750 euros por cada hijo de 0 a 3 años para facilitar la conciliación laboral y familiar.

Las políticas de conciliación, entre el marketing y la letra pequeña

“Las políticas de conciliación han sido electoralistas. Los cheques-bebé no creo que inciten a la natalidad. Son medidas a las que se puede acoger cualquiera con independencia de su situación económica”, advierte Adelina Rodríguez. La Fundación Isadora Duncan, que alerta de la “trampa semántica de convertir desgravaciones fiscales en ayudas”, ve más continente que contenido. “Se anuncian leyes, pero sin dotación económica. Nos convertimos en marketing de los políticos. Y detrás del marketing hay letra pequeña”, avisa María García. El drama llega cuando esa 'letra pequeña' aparta de recibir ayudas a familias monoparentales de clase media con ya escasos recursos, aporta su compañera en el Centro de Prevención y Protección a Mujeres Inmigrantes Víctimas de Violencia de Género en la Fundación Isadora Duncan, Cristina Prieto, que desde su experiencia nota diferencias culturales (y ya no sólo con mujeres extranjeras sino también en comparación con otras latitudes de España) que sitúan a las leonesas como menos proclives a tener hijos. “En el sur tienen más hijos que en el norte. Aquí se tardan más años en ser madre. Ahora tener hijos está más programado”, agrega.

Así, con este panorama, los consultados en este reportaje no auguran un repunte de la natalidad, máxime en una provincia con menos perspectivas laborales que otras. “La situación es francamente complicada, más en una provincia en declive económico que ofrece todavía menos oportunidades laborales a las mujeres”, resume Adelina Rodríguez. “El sistema sigue siendo patriarcal. Y las mujeres seguimos siendo las bestias negras”, apunta María García. Y los padres de los protagonistas de este reportaje, que en estas primeras semanas se reconocen sorprendidos por el coste de algunas vacunas recomendadas que no son sufragadas por la Seguridad Social, bromean entre ellos sobre si sus bebés serán pareja en un futuro. Jon y Gala sí serán para siempre hijos de una pandemia.

Etiquetas
stats