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¡Catalanes, a Can Brians!

Fue después de ver a lección de serenidad democrática, de temple, de hidalguía que tuvieron Sánchez “la niña feliz” Camacho y su grupo de periodistas de mundo y de gente de orden. Fue después de esta epifanía de #spanishdemocracy que lo tuve claro: Hoy mismo me pongo a desobedecer la ley española. A saco. A tope. Como quieran. En parte por patriotismo de ese que me inocularon en la escuela franquista donde estudié y en parte por egoísmo, porque si me encarcelan el primero podré escoger en Can Brians la litera de arriba, que es la que mola.

Decía el gran jurista castellano del siglo XVI Francisco Suárez en su De legibus que “Solamente puede llamarse ley la que es medida de la rectitud sin más y, consiguientemente, sólo la que es regla recta y honesta”. Es obvio que nos encontramos en un caso en el que se nos impone una ley que no es recta y que de honesta no tiene nada.

Los catalanes tenemos pues derecho a desobedecer. De hecho, desobedecer es un viejo derecho catalán, y a menudo lo único que se nos ha reconocido: cierre de cajas, revueltas de quintas, La Canadenca y, por supuesto, el sitio de 1714. El proceso deja a partir de hoy de ser una fiesta familiar. Es algo de adultos con derechos políticos. Es un tema de conciencia y responsabilidad. Del Septiembre alegre pasamos octubre serio.

Es ahora que las amenazas (ridículas pero amenazas) se concretan cuando tenemos que saber cuánta gente quiere de verdad la República. Ya hemos visto que Catalunya está unida y que somos un pueblo alegre. Ahora es la hora del pueblo combativo.

Hacemos campaña por el 9N. El nueve de noviembre estamos (todavía) convocados a una consulta no refrendataria para decidir el futuro político del Principado. Y yo os animo, como sedicioso que se ve que soy, a que todas vayáis a votar. Y como en Hong Kong, donde también se lucha por el voto, todos con paraguas (bueno, también porque va a llover).

Ya sabéis: ¡Catalanes, a Can Brians! Que falta gente.

Fue después de ver a lección de serenidad democrática, de temple, de hidalguía que tuvieron Sánchez “la niña feliz” Camacho y su grupo de periodistas de mundo y de gente de orden. Fue después de esta epifanía de #spanishdemocracy que lo tuve claro: Hoy mismo me pongo a desobedecer la ley española. A saco. A tope. Como quieran. En parte por patriotismo de ese que me inocularon en la escuela franquista donde estudié y en parte por egoísmo, porque si me encarcelan el primero podré escoger en Can Brians la litera de arriba, que es la que mola.

Decía el gran jurista castellano del siglo XVI Francisco Suárez en su De legibus que “Solamente puede llamarse ley la que es medida de la rectitud sin más y, consiguientemente, sólo la que es regla recta y honesta”. Es obvio que nos encontramos en un caso en el que se nos impone una ley que no es recta y que de honesta no tiene nada.