Una vez repasada la complicada situación política actual, en casi toda tertulia de amigos emerge la pregunta en relación al fin de la crisis. Ya hemos salido? ¿Esto que tenemos ahora, el alto desempleo y la consiguiente pobreza, es y ya será la situación normal de aquí en adelante?
Evidentemente, mientras haya desempleo y capacidad productiva excedentaria no se puede dar por buena la situación económica. Sin embargo, ninguna mano invisible guía la economía hacia el equilibrio de pleno empleo. Para JM Keynes, que analizó esta situación en los años treinta del siglo pasado, sólo una mano muy visible podía crear las condiciones para que el PIB real se acerque al potencial; es decir, al pleno empleo. Una mano visible que acabe con el bucle de las bajas expectativas como responsables de una baja inversión y consumo que acaba confirmando las bajas expectativas iniciales. Por tanto, y haciendo un poco más largo el encadenamiento causal: el paro es una oferta que no encuentra demanda; la baja demanda disuade nuevas inversiones y la falta de inversión hunde aún más la demanda. Ergo, lo que hace falta es impulsar la demanda; y esto puede hacerlo el Estado a base de recaudar más impuestos a los que tienen el dinero dormido -o pedírselo prestado.
Bien es cierto que Zapatero lo probó con el plan E y sólo consiguió aumentar los déficits público y exterior. Y aquí está la cuestión. En economías tan abiertas como las de los estados miembros de la Unión Europea, el aumento de demanda aquí puede acabar encontrando la oferta correspondiente en otro lugar; por ejemplo en Alemania, de donde venían tantos coches y donde se generaba el empleo que aquí se destruía. Es decir, sin fronteras económicas -aranceles y tipo de cambio-, ningún estado puede emplear la política fiscal para garantizar una demanda de pleno empleo. Es como tratar de llenar una barril agujereado. De ahí la necesidad de una capacidad fiscal europea; es decir, de una unión fiscal complementaria a la monetaria. En su ausencia vemos como los esfuerzos de Draghi para inundar de dinero la economía y ponerla en marcha devienen estériles; puede llenar los bancos de dinero, pero no puede conseguir que estos los “multipliquen” concediendo préstamos que generarán nuevos depósitos. Es bien sabido: la política monetaria puede enfriar la economía cuando se calienta, mediante el aumento del tipo de interés, pero no puede hacer lo contrario y ponerla en marcha cuando se ha enfriado.
El diabólico diseño de la Unión Europea parecía hecho, precisamente, para tratar de impedir cualquier aproximación keynesiana, con los estados doblemente limitados a utilizar la política fiscal: por los propios tratados de la Unión y, más contundente aún, por su inutilidad en un mercado único. De hecho, también están limitados por el lado de los ingresos fiscales, dado la competencia entre estados para atraer a los capitales ofreciéndoles privilegios fiscales. Una competencia que se ha convertido en dumping y que ha acabado costando al conjunto de la Unión una cifra cercana a los 200.000 millones de euros al año; es decir, el importe que fuera necesario invertir para relanzar la economía. El porqué no se cambia este diseño diabólico es casi un misterio. Cada pequeño estado se piensa más listo que los demás y termina actuando como el socio traidor de todo cártel. Hasta en Cataluña hay voces que piensan que, una vez Estado, podremos hacer un sistema fiscal más atractivo que los de los demás. Entretanto, la economía europea languidece, el paro se dispara aquí o allí y la pobreza se extiende por todas partes. Pasa como con los refugiados: varados en las fronteras que van emergiendo en todas partes, cuando Europa necesita no menos de un millón de inmigrantes al año para mantener el estado de bienestar. ¡Pura miopía!
Es legítimo preguntarse, sin embargo, ¿qué pasaría si se vertieran en la economía los anteriores 200.000 millones?; ¿si Juncker hiciera llegar a casa de quien más lo necesita un cheque con su firma? De entrada está claro que lo harían santo. Acto seguido habría que ver el camino que emprenderían estos cheques. Lo más probable es que muchos de ellos terminaran allí donde la economía es más competitiva y los productos tienen la mejor relación calidad / precio; es decir, muchos de ellos irían allí donde el empleo ya es muy alto y lo harían aumentar aún más. Digamos Alemania o Alemania y alrededores. Allí donde hoy ya tienen un superávit comercial colosal; es decir, una oferta que rebasa más que sobradamente su demanda local. En cambio, los países donde hay más paro es más posible que lo mantuvieran; el cheque reduciría el sufrimiento de la gente una temporada y poco más. Por lo tanto, más que entregar un cheque, parece evidente que habría que emplear el dinero para reestructurar la oferta allí donde es poco o nada competitiva. En términos coloquiales, en vez de distribuir peces, hay que dar cañas de pescar y enseñar a emplearlas. Dicho de otro modo: además de la capacidad fiscal, Europa necesidad una política industrial orientada a la convergencia económica real de los estados que la componen.
Aunque criticables en mucho otros aspectos, los EEUU salieron de la crisis en un santiamén haciendo una serie de medidas tan poco convencionales como aumentar las prestaciones social, dejar caer una parte de la banca y rescatar a la otra, inundar de liquidez la economía e invertir hasta el punto de “nacionalizar” compañías como la General Motors, tras el naufragio de la cual se hundía Detroit. Pudo hacerlo, de entrada, porque tenía los instrumentos: un presupuesto federal veinte veces superior al europeo, en% de PIB, y una reserva federal con un mandato primordial: el pleno empleo. Por eso Europa debe acabar de una vez su hamletiano ser o no ser; es decir; debe terminar su diseño o el actual acabará con ella.
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