Catalunya Opinión y blogs

Sobre este blog

SÁNCHEZ CONTINÚA La decisión
El discurso íntegro
El análisis de Ignacio Escolar
Encuesta

Pedro Zarraluki: “Somos conformistas porque el vacío nos provoca miedo”

Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) siempre está mirando su entorno, a gente a la que le pasan cosas. “A partir de ahí pergeño cuentos”, explica, en una mesa de la cafetería de la librería Laie, rodeado de personas a las que (seguro) les están pasando cosas interesantes. “En esos cuentos todo es un regalo de la realidad”. Como en Te espero dentro (Destino), un libro compuesto por 11 historias sobre la soledad protagonizados por antihéroes, “por personas de la calle, anónimas, como tú, como yo, como este señor que está tomando un café aquí al lado”.

“Aunque sean diferentes entre sí tienen una misma música sonando atrás”, dice Zarraluki. De hecho, los personajes podrían saltar de un cuento a otros sin que la estructura chirríe. La niña que le enseña a su padre a hacerse el dormido en según qué situaciones podría transitar por el relato en que una chica se inventa tocamientos del vecino de butaca en la penumbra de un cine. Y Marcelina, la entrañable anciana que un buen día descubre la televisión, haría buenas migas con la japonesa que encuentra su pasado, borrado por la bomba de Nagasaki, en una postal. El adolescente que, de puro aburrimiento veraniego, descubre el sexo en la trastienda de una bodega bien podría acabar tomando lecciones de la joven prostituta que ejerce en horas de clase…

Y, por supuesto, todos los cuentos tienen algo de autobiográfico. “Quien diga lo contrario, miente”, pontifica el autor. “Uno siempre interpreta desde su propia vida. La mirada es lo que define una voz narrativa y, por muy fantástica que sea una historia, siempre tiene algo del que la cuenta”. Son cuentos que “no eluden el horror”: “Pero los trabajo con la herramienta del humorismo, aunque muy soterrado. De hecho las cosas vistas desde fuera pueden resultar casi cómicas”. Es la técnica que el escritor define como “humorismo melancólico”.

Cuentos prestados

Algunos cuentos son “prestados”. “Mi hermana [la poeta Esther Zarraluki] me prestó el relato La historia en un rincón, algo que ella vivió en una vieja tienda de postales de Girona”: la superviviente de la bomba atómica que encontró en una postal antigua el puesto ambulante de su familia, de la que no quedó nada tras la explosión, es poesía pura. Y también es poética la actitud del librero iracundo que desafía a la autoridad que le prohíbe beber una cerveza en un banco de la calle y lo detiene; un perro, que no deja de ladrar, parece ser el único que no está de acuerdo con lo que acaba de suceder. “El personaje de este cuento es José Batlló, el de la librería Taifa, de Gràcia, que sólo me reprochó no haberlo sacado más alto y con los ojos verdes”, admite, divertido, Zarraluki.

Esa detención se produce, leemos en el libro, en el momento en que el mundo de mierda se había puesto en marcha y nada podía pararlo (…) El mundo de mierda hace mucho ruido y suele resultar violento, pero nunca resuelve sus problemas. El librero, de nuevo, nos brinda una genial y demoledora visión de la realidad: “Yo preferiría tener de vecinos a esos lateros miserables [los que les han vendido la lata de cerveza] que a un escritor empeñado en explicarnos que vivimos en un mundo de mierda. Los lateros nos lo explican mucho mejor con su sola presencia, y no creen merecer por eso el premio Nobel”.

Pero, ¿considera Zarraluki que el mundo es una mierda? “No, es muy divertido, aunque solo sea para ver lo que pasa. ¿Por qué aguantan tanto estos personajes? Canto a la resistencia y a la capacidad de romper la baraja. Somos conformistas. Si no lo somos el vacío, que nos provoca miedo, es difícil de controlar. Parecería que tendría que estar todo el mundo en la calle, pero es tan difícil provocar una revolución… Hay una situación latente que, con un episodio muy menor puede explotar, como ocurrió con la primavera árabe”.

El tiempo se escapa…

Y en estas estamos, contemplando la vida, cuando de repente nos damos cuenta de que se nos ha escapado. Es esta una imagen muy recurrente que Zarraluki plasma en uno de los cuentos con la de un barco en el horizonte: “Si miras fijamente los barcos, no se mueven. Pero si te distraes y te vuelves para otro lado, cambian de sitio con rapidez y hasta a veces desaparecen”, observa un personaje del cuento ‘Suite’ para una sola voz. “Es así, el tiempo se nos escapa en distracciones”, matiza el cuentista.

Pero el mensaje que Zarraluki quiere transmitir con este libro es el de la soledad. “Sobre todo, la soledad en la que nos encontramos en el momento de tomar decisiones importantes en nuestras vidas”, explica. “Nunca coincide con el de los demás, y este desajuste emocional del mundo hace que, necesariamente, estemos solos en los momentos de inflexión, en los momentos en que hay un crujido en nuestras vidas”. El autor consigue en estos relatos plasmar esas situaciones clave “en las que la vida que viene de un lado va a ir para otro”. Sin embargo, no detectamos ningún desenlace apocalíptico o definitivo. No, no importa demasiado porque la vida sigue. Y seguirá regalándonos momentos intensos y, siempre, íntimos, porque estaremos solos ante ellos.

Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) siempre está mirando su entorno, a gente a la que le pasan cosas. “A partir de ahí pergeño cuentos”, explica, en una mesa de la cafetería de la librería Laie, rodeado de personas a las que (seguro) les están pasando cosas interesantes. “En esos cuentos todo es un regalo de la realidad”. Como en Te espero dentro (Destino), un libro compuesto por 11 historias sobre la soledad protagonizados por antihéroes, “por personas de la calle, anónimas, como tú, como yo, como este señor que está tomando un café aquí al lado”.

“Aunque sean diferentes entre sí tienen una misma música sonando atrás”, dice Zarraluki. De hecho, los personajes podrían saltar de un cuento a otros sin que la estructura chirríe. La niña que le enseña a su padre a hacerse el dormido en según qué situaciones podría transitar por el relato en que una chica se inventa tocamientos del vecino de butaca en la penumbra de un cine. Y Marcelina, la entrañable anciana que un buen día descubre la televisión, haría buenas migas con la japonesa que encuentra su pasado, borrado por la bomba de Nagasaki, en una postal. El adolescente que, de puro aburrimiento veraniego, descubre el sexo en la trastienda de una bodega bien podría acabar tomando lecciones de la joven prostituta que ejerce en horas de clase…