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'El viento en un violín', Tolcachir en estado puro

Una historia que nos hace reír y nos hace pensar./Magali Hirn

Toni Polo

Empieza a ser habitual (y es una buena noticia) ver teatro argentino en los escenarios españoles. Uno de los más claros exponentes de esta manera de entender el arte y la vida son Claudio Tolcachir y su compañía, Timbre 4. Lo demuestra en su tercera obra, El viento en un violín, que ya pudimos ver en el Temporada Alta hace tres años y que encierra las principales características de una manera de hacer teatro que se hizo a sí misma a raíz de la crisis del Corralito: drama de fondo, comedia como medio de expresión. Personajes y paisajes reconocibles por todos aunque llevado a extremos, que trabajan la ironía y la sátira para plasmarnos un mundo repleto de injusticias, de sinsabores, de pobreza, pero nuestro mundo, al fin y al cabo.

En El viento en un violín, Tolcachir nos cuenta una historia principal que se entrelaza con otras. Una pareja de mujeres que se aman, suspiran por tener un hijo, para lo que buscan a un padre; un chico, el padre que será elegido, busca trabajo tratando de desbancar descaradamente a su psicólogo (el duelo del profesional y el “aspirante” es genial: no existe un tópico más argentino); una madre, la del padre elegido, que sobreprotege a su hijo de una manera tan exagerada como (me temo) común; una asistenta del hogar que resulta que tiene su propia familia…

El argumento es el que es. Creo que le falta algo que enganche un poco más al espectador. Es inevitable la comparación con La omisión de la familia Coleman, la otra obra de Timbre 4 que hemos visto en Barcelona, y el resultado es favorable a esta última (quizás simplemente por ser la primera que vimos). Pero la fuerza de El viento… está en la acción; en los diálogos, ácidos y, a la vez, cercanos (por muy argentinos que sean todos); en la escenografía, cuatro espacios en un mismo escenario donde, por lo tanto, siempre está pasando algo. Poco tiene que ver con la cercanía que proporcionan los ‘departamentos’ bonaerenses (el de Timbre 4, por ejemplo), pero aún así, el resto de factores hacen que el público (el de la platea seguro, los anfiteatros del Romea quedan demasiado altos…) se sienta como en las casas de las dos familias o en la consulta del psicólogo.

Y, por supuesto, la fuerza de la obra reside también en los actores, un grupo de profesionales que llevan machacando esta obra que parieron en su día entre todos. Y entre todos ellos destaca (aunque sólo sea por ser quien es) el propio Claudio Tolcachir, que interpreta al joven descarriado, mimado y cercenado, e inminente padre, casi violado para ello por la pareja de lesbianas en una de las escenas estrambóticas de la obra. Hay más, vale la pena verlas porque están interpretadas fantásticamente.

Entre mentira y mentira y entre exageración y exageración, El viento en un violín nos deja entrever ese mundo duro, cruel, injusto que nos agobia y que agobia a las dos familias de la obra. Es decir, nos hace pensar. Las risas, el delirio de los personajes, la tozudez de esa madre o la sabiduría de la asistenta sirven de crítica a una sociedad que no está hecha al gusto de todos sino al de unos pocos. El teatro de Tolcahcir busca esa denuncia, quiere poner el dedo en la llaga: ¿por qué no podemos tener un hijo si somos dos personas que nos amamos? ¿Por qué seguimos sin encontrar un empleo? ¿Por qué todo el mundo tiene un precio (hasta un psicólogo argentino)? ¿Por qué insultamos a una criada sin que pase nada…?

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