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Jordi Pol, el fotógrafo del bullicio en la Barcelona preolímpica: “Sin gente no hay calle”

El teatro del Destino. Alrededores de la catedral, 1979.

Pau Rodríguez

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“Sin gente no hay calle”. Esa fue siempre la premisa de Jordi Pol, uno de los fotógrafos documentalistas que mejor retrató la vida urbana en su Barcelona, la de los años 60, 70 y hasta los instantes previos al boom de los Juegos Olímpicos. A sus 84 años, el Ayuntamiento le ha publicado el libro Jordi Pol, entre la multitud, que surge de su donación de más de 30.000 negativos al Archivo Fotográfico de Barcelona. 

En esas decenas de miles de fotografías emerge el Pol flaneur que se dedicó a callejear por la ciudad para capturar la cotidianidad de una Barcelona previa a la globalización y al turismo, la del tardofranquismo y la Transición. La de la Rambla como epicentro del bullicio barcelonés, a la que regresó una y otra vez. La de los mercados, bares y comercios ambulantes. “El movimiento es una constante en mi fotografía”, describe el autor, siempre interesado, añade, en inmortalizar “la situación y sus personajes”.

La Barcelona a la que se entregó es una Barcelona que ya no existe. “Es una ciudad no demasiado lejana, pero desaparecida”, constata Jordi Calafell, fotógrafo y comisario de la exposición antológica de Pol, que se realizó en el Archivo Fotográfico. Ninguna calle para ejemplificarlo como la Rambla, hoy tomada por los turistas y solo atravesada si es imprescindible por los barceloneses. Pero que en esa época reunía a pajareros, cafeterías locales, kioskos con el Penthouse a la vista, tertulias de fútbol en la fuente de Canaletes, compraventa de peces… Y cines con cartelera de época como El romance de Charlot, en el Atlántico en el 68, o La Saga de Bruce Lee, en el 81. 

No podía faltar en la estampa ramblera la imagen de tres marines, probablemente norteamericanos, saliendo de un local. Concretamente, del Club de Billar Monforte, en el número 27 de la avenida, entre una precoz tienda de souvenirs españoles y una taquilla para sacar entradas de fútbol o de toros. 

Nacido en Barcelona en 1949, Jordi Pol creció en el bar Oasis de sus padres, en el Eixample –en el cruce entre Gran Via y Viladomat–, y con una primera cámara Voigtländer se convirtió en aprendiz y ayudante de Pere Pons. Fue de joven, durante los 60 cuando más se pateó las calles del centro de Barcelona. Explica que cada sábado paseaba por el Gótico y la Rambla y el domingo lo dedicaba al revelado. El primer premio que ganó en esa época fue el Ramon Dimas, del semanario Destino, por un reportaje de carreras en Montjuïc, en 1967. 

En los 70 fundó un estudio publicitario, vertiente a la que se dedicó unos años, aunque él siempre se ha considerado fotorreportero. Entre el 79 y el 83 colaboró con el Centro Internacional de Fotografía y ya fue en la década de los 90 y los 2000 cuando se puso al frente del Espacio de Fotografía Francesc Català-Roca. De este último fotógrafo, así como de Xavier Miserachs, se puede considerar heredero Pol. Y de él hizo suya una frase que marcó su carrera profesional: “Aprende a mirar”. 

“Observador nato, culo inquieto, enamorado de la belleza y del blanco y negro más puro y sincero”, le describe Maribel Mata, con quien trabajó en el espacio Català-Roca. También le caracterizó el ser cotilla. “Sí, el cotilleo, pero no grosero y sin sentido, sino ese que alimenta la curiosidad para saber, para mirar, para intuir y comprender muchas cosas y muchas vidas”, abunda Mata. 

Pol, que tampoco trabajó en prensa escrita, se centró en la Barcelona céntrica. En su ciudad. En una época en la que muchos periodistas y fotorreporteros ponían su mirada en la periferia, donde la urbe se expandía a base de barracas y conflictos, Pol continuó retratando el universo que mejor conocía. Salvo alguna excepción, como las impactantes imágenes de la Estación de Francia en la que desembarcaban cientos de inmigrantes de otros rincones de España, sin más equipaje que una maleta de mano. O algunas instantáneas del litoral barcelonés en desarrollo, en Sant Adrià del Besòs i en Montgat. 

“Mirando las fotos de Pol nos movemos por un ‘territorio de confort’, que es el de ‘la Barcelona de siempre, la de las clases medias y populares arraigadas en una ciudad con unos parámetros culturales y geográficos que solo eran útiles en ese territorio de consenso”, remacha Calafell. 

Tras toda una vida entregada a la fotografía en la capital catalana, Pol donó su obra al Archivo Fotográfico de Barcelona. Con entregas sucesivas hasta 2022 alcanzó las 31.000 instantáneas donadas, con las que se decidió empezar la exposición que hoy se ha convertido en libro. 

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