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Pol Pareja

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El 19 de noviembre de 1975, el fotógrafo Carlos Bosch (Buenos Aires, 1945) se reunió con su padre en una cafetería de la ciudad argentina de Mar de la Plata. Llevaba años sin verlo, pero le había asegurado que tenía algo importante que decirle. Faltaban pocos meses para el golpe militar y al llegar se encontró a su padre junto a un ex comandante del Ejército. El militar le concedió, por deferencia a la amistad que tenía con su progenitor, 24 horas para abandonar el país.

Bosch preparó la maleta y decidió escapar a Venezuela hasta que un suceso le hizo cambiar de planes. Justo el día siguiente de ese encuentro con su padre moría Francisco Franco en España. Optó por modificar su destino. Empezarían 11 años de vértigo en los que el fotógrafo se convirtió en uno de los testigos privilegiados de la transición española.

La exposición La transición, vista por Carlos Bosch: Yo no susurro, grito en el Palau Robert de Barcelona (disponible hasta el 15 de noviembre, entrada gratuita) recupera ahora 62 imágenes tomadas por el reportero durante esa década convulsa en la que la sociedad española cambió a un ritmo desbocado después de lustros de parálisis. 

“En ese momento la fotografía era un desastre en España porque venían de obedecer a Franco durante décadas”, aseguró Bosch en 2018 en una larga entrevista en la revista Gatopardo. “Yo era un salvaje que me tiraba encima de la gente. Así que empecé a vender”.

Se infiltró durante tres años en el movimiento de ultraderecha del tardofranquismo, documentó encuentros clandestinos de ETA y los asilos de ancianos en la capital catalana, fotografió la primera manifestación del orgullo gay e inmortalizó a Dalí postrado en la cama de un hospital. Formó parte del equipo fundador de El Periódico de Catalunya, donde fue jefe de fotografía y editor gráfico. También desempeñó esa tarea en Interviú y ejerció de fotógrafo en la delegación catalana de El País. Colaboró también con numerosos medios internacionales y españoles. Todo esto en apenas 11 años en los que dejó huella por sus increíbles fotografías en blanco y negro, aunque también por sus dudosos métodos y un carácter difícil que le granjeó más de un enemigo en las redacciones por las que pasó.

“No tuve la fortuna de conocerlo, pero quienes le trataron aseguraban que si le caías bien tenías el cielo ganado”, señala Paulina Flores, comisaria de la exposición. “Eso sí, también contaban que si le caías mal podía arruinarte la carrera profesional”, remacha. 

La muestra permite viajar de pleno a la década en la que Bosch trabajó en España -de 1975 a 1986- gracias a su excelente trabajo en blanco y negro. Hay una sección dedicada a la vida cotidiana española, donde se pueden ver imágenes relacionadas con la inmigración, Extremadura, la Iglesia católica, la muerte y la vida dentro de un asilo. Otra parte de la muestra está dedicada a Catalunya y la cultura política de la Transición, donde se pueden ver imágenes de manifestaciones y de las primeras organizaciones sindicales y culturales de la democracia.

Destaca en esa parte el retrato que le hizo en 1983 a un Jordi Pujol medio adormecido durante un desfile militar. Bosch describió en una entrevista cómo tomó la imagen.

“El tiempo que había pasado con él me permitió saber que tenía rinitis y todos los días tomaba un medicamento que alrededor de las 11 de la mañana lo dormía”, aseguró el fotógrafo. El periodista plantó el trípode ante el president de la Generalitat y esperó a que su cabeza se venciera hacia adelante para inmortalizarlo. Pujol entró en cólera cuando la vio en la portada de El País.

Buena parte de las fotografías expuestas están dedicadas a su tarea de documentación de la ultraderecha en España durante los albores de la democracia. Tras infiltrarse en Fuerza Nueva simulando ser hijo de un falangista, pasó tres años acudiendo a sus actos y fotografiando todo lo que veía. Las imágenes se publicaban en revistas fascistas y, a la vez, en medios nacionales e internacionales.

Hijo de una mujer de origen humilde y de un bioquímico de familia acomodada, Bosch tuvo una vida de película que le llevó por todo tipo de situaciones. Documentó la invasión soviética en Afganistán, le atropelló una furgoneta mientras retrataba a Miguel Bosé en Roma en 1981 -“volé 32 metros, llegó a afirmar”- y después se retiró a una granja de Luxemburgo donde pasó años aislado mientras su mujer trabajaba de traductora para la Unión Europea. 

Al igual que sus fotografías, las historias que contaba Bosch parecían contar con una porción de fantasía. El fotoperiodista llegó a reconocer que algunas de sus imágenes fueron preparadas y en ocasiones sobornó a empleados para conseguirlas. “No entiendo como frente a una injusticia uno tiene que actuar moral y éticamente”, aseguró. “Frente a una injusticia uno tiene que devolver con otra injusticia”.

Así describió Bosch el momento en que vio que su voluntad de conseguir buenas fotografías había ido demasiado lejos. “En una semana [en Líbano] no había conseguido una sola foto y me fui volviendo loco”, relató a Gatopardo. “Al final le pagué al pibe para que cruzara por un lugar lleno de francotiradores para hacer una imagen y casi lo matan. Ahí me di cuenta que me había ido a la mierda”.

Bosch cambió entonces el fotoperiodismo y una vida de vértigo por una apacible y solitaria existencia en una granja luxemburguesa. Se dedicó entonces a arreglar su casa y a la fotografía artística. En 2007 regresó a Argentina con 62 años. Todavía tendría tiempo de ser padre por cuarta vez a los 65 con una amiga de su hija, 30 años más joven que él.

Durante sus últimos años, el fotógrafo se implicó en la preparación de su muestra en Barcelona y, según cuentan los comisarios, estaba muy emocionado con la idea de regresar a la ciudad que fue su casa durante una década. “Era la primera vez que iba a ver en directo sus fotos de la transición positivadas”, apunta Flores. “Estuvo muy implicado desde el principio”.

Tras sufrir un accidente el pasado febrero e iniciar un periodo de recuperación, este verano le escribió a Manel Sanz, otro de los comisarios de la muestra. “Tengo noticias, mañana te llamo”, le dijo. 

Bosch ya no llamó más. Murió en Argentina el pasado 22 de junio a los 75 años.

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