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¿Quién teme a la calle?

Roger Sànchez

“Si no vamos con cuidado con los medios de comunicación, nos harán amar al opresor y odiar al oprimido” es una célebre frase de Malcolm X que podríamos parafrasear hoy en día. Si no vamos con cuidado con los medios de comunicación, nos harán confundir quien es independentista realmente y quien no lo es; quien es pueblo y piensa desde el pueblo y como pueblo, y quien es comerciante y piensa como mercader: en beneficio propio.

Es más, podríamos también poner la luz sobre aquella alarma roja que las comunistas siempre debemos tener a la hora de participar en las instituciones. Un pie dentro y un fuera. La acción institucional como consecuencia de la acción popular, de la calle. La acción parlamentaria como instrumental, como medio, nunca como fin. La institución parlamentaria como juego con las reglas marcadas, donde la banca siempre gana.

Alguien podrá decir que estoy tirando de tópicos y de teoría barata; es una constante cuando no se quiere debatir y sólo hay descalificaciones para tratar de anular la otra. Nada más lejos de la verdad, pero: la teoría existe en tanto que fue y será práctica. Y conviene que salten las alarmas -rojas- de vez en cuando.

Si hacemos un repaso rapidísimo a la breve -de momento- acción parlamentaria de la CUP, podremos concluir que es la primera vez que se encuentra con una gran contradicción sobre la mesa. Otras las ha sorteado como ha podido, por el momento con más acierto que error, aunque todo es criticable -desde un punto de vista constructivo, para mejorarlo. Como aquella declaración de soberanía de enero de 2013, cuando la CUP fue criticada por ciertos sectores 'procesistas' por dar sólo un voto favorable y dos abstenciones -el famoso 'sí crítico'-. Algunas hubiéramos querido tres votos contrarios porque aparte de encontrarla insuficiente, la preveíamos como lo que acabó siendo: papel mojado. Y por culpa precisamente de sus impulsores, CiU y ERC.

Incluso, podríamos criticar el papel de la CUP de terminar validando la pseudo-consulta del 9N, que sirvió, sobre todo, para salvar el culo a Artur Mas y CDC en un papel vergonzante de claudicación ante la legislación española. Es cierto, fue un ejercicio de movilización popular extraordinario, y en este sentido, un éxito. Pero fue, también, la enésima constatación de que CiU -y Mas- no desobedecerán nunca la legalidad española. Y peor aún: que usaría siempre todo lo relacionado con el 'proceso' en beneficio propio -personal y partidista-. En primer lugar, erigiéndose como líder único del 9N. En segundo lugar, utilizando el rédito partidista para una convocatoria de elecciones tardía, de entrada, y en las condiciones que quiso -lista únicamente, finalmente. El mando, siempre en las manos de Mas.

Todo este recordatorio no es gratuito. Es la tendencia constante que el proceso ha sido siempre rentabilizado políticamente por Mas y CDC -ahora ya-. Alerta: rentabilidad. No mérito suyo, ni impulsado por ellos, ni idea suya. Sino coaccionado, coartado y aprovechado en beneficio propio. Fagocitada ERC, con las 'entidades transversales' aplaudiéndole con las orejas y una movilización masiva debidamente alineada siempre con sus objetivos, el único escollo que le queda a CDC ya Mas se llama CUP. Y no porque la CUP sea especialmente fuerte -sólo 10 diputadas-, ni porque tenga una especial capacidad de movilización en la calle. Sino porque es la única que recuerda la génesis popular, de este movimiento, la única que no piensa en clave parlamentaria, institucional, de réditos partidistas o de corto plazo.

Y es este el factor clave que no debemos olvidar, nunca. Ni para el proceso ni para ninguna lucha: en la calle lo que es de la calle. El institucionalismo tiene una fuerte capacidad de atracción y absorción, más allá de lo que se quiera o desee. Los ritmos frenéticos, la presión, eliminan elementos de análisis, panorámica, objetivos tácticos y estratégicos.

Se dirá que la calle es quien ha dado, también, los resultados de estas elecciones. Correcto, y esto es algo que nadie cuestiona. Pero de lo que hablamos aquí es de cómo se lleva a cabo la concreción de la ruptura independentista. Y si no nos basamos en simples elementos positivistas -62 es mucho mayor que 10-, veremos algunas cosas. Por un lado, la tendencia a la baja de los escaños de CDC. 62 en 2010, 50 en 2012 y entre 30 y 40 que se le pueden asignar este 2015. Por otro, en paralelo, que el independentismo crece por la izquierda. Esto no sólo lo decimos nosotros: lo sabe CDC cuando necesita hacerse un lavado de cara nominal -la fachada de Junts pel Sí- y discursivo -promesas y discursos electorales que se acercan a la socialdemocracia-. Necesitan captar votos que superen el círculo de CDC, porque lo tienen quemado.

Pero todo esto, han sido y son promesas. Junts pel el Sí no ha servido para sacar a CDC ni Mas de la centralidad del mando del proceso -“puedo ser el primero o puedo ser el último”, ¿recordáis? -, y el cuento de hadas de los discursos y promesas socialdemócratas han desaparecido pasada la jornada electoral, la Cenicienta se ha reconvertido en Felip Puig o Mas-Colell, asegurando que ni harán políticas económicas que querría la CUP, ni quieren a la CUP por nada más que por los dos votos de investidura, porque los acuerdos políticos y económicos ya los harán con otras formaciones políticas.

A la postre, incluso las negociaciones entre Junts pel Sí y la CUP han servido para evidenciar que no están en disposición ni de aplicar su propio programa social. Y volviendo al tema nacional, si tanta prisa por la independencia tienen, ¿con quiénes pretenden gobernar si no es con la CUP? Y más, cuando la CUP es la única formación dispuesta a la desobediencia.

En este contexto, ¿quién se los cree? ¿Quién se cree que quien frena el proceso es la CUP y no su cobardía o, directamente, su nula voluntad de ruptura?

Llevar el proceso al terreno exclusivo del institucionalismo y de la legalidad es la excusa perfecta para CDC -y Artur Mas- para hacer que el proceso pierda fuerza, y que la movilización amaine, enderezando todo el potencial por vías legales. Es decir, autonomistas y españolas. A la CUP y a la izquierda anticapitalista es eso, la limitación institucional, lo que debería dar miedo. Por el freno que supone. Por el desplazamiento que supone del centro de gravedad de la acumulación de fuerzas: la calle o el parlamento. Y peor aún: la calle o el gobierno. La limitación llega también al ámbito mental, analítico.

Las elecciones del 27S se ganaron desde un punto de vista autonómico -mayoría de escaños- y utilizar esta victoria exclusivamente es seguir pensando en clave autonómica y legalista. Y para muestra, un botón: la declaración de ruptura del Parlament, aprobada el 9N de 2015, fue desautorizada rápidamente ... por Junts pel Sí, al recorrer la suspensión al Constitucional, a quien acaba de decir que no reconocía. No se lo creen ni ellos, vaya.

Pero en cuanto a la calle, el supuesto plebiscito del 27S no sabemos si lo ganamos. El hecho de no tener una pregunta binaria, clara, no permite asegurar que tenemos una mayoría favorable a la independencia -está claro que unionista, no-. Tenemos la legitimidad para ir más allá y exigir, pero no la legalidad. Esto, sin embargo, no debería dar miedo. Éramos independentistas hace décadas, cuando llevar la estelada era arriesgarse a represión policial, mucho antes de que se hicieran mierdas de todo tipo para hacer negocio. Desobedecer forma parte de nuestro ADN de lucha. E ir a contracorriente del pensamiento establecido, impuesto, de la opinión publicada, también.

Reconozcámoslo: no hemos ganado ... todavía. Falta sumar todavía mucha gente que ve que en el proceso la excusa de CDC y Mas para perpetuarse en el poder y seguir profundizando en los recortes. Sinceramente, tienen suficiente ejemplos para pensar en esta cara del proceso. Nuestra tarea debe consistir, precisamente, en poner de relieve la otra cara del proceso: la de la movilización popular, la de la conflictividad, la desobediencia, la legitimidad de la lucha y de la calle. De donde salió todo. De donde venimos y de donde nunca podemos marcharnos. Y volver allí en exclusiva -es decir, volver a ser extraparlamentàries- no puede ser argumento a la hora de analizar nuestra política porque querrá decir que hemos eliminado todo gen revolucionario dentro de nuestra política.

¿Quién puede tener miedo de la calle? Quien no la pisa. Quien vive en y de las instituciones. Quien analiza, mide y decide sus acciones en función de la creación de contrapoder popular, no puede tener miedo de la calle, porque es la calle. Y la mejor contribución que podemos hacer a la movilización popular, germen del proceso, es anclar el proceso en el pueblo.

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