El renacer del teatro Arnau, cuando la presión de la calle resuena en el Ayuntamiento
Viernes por la mañana en Barcelona. La avenida de los teatros, el Paral·lel, amanece como hace ya más de veinte años, con el teatro Arnau cerrado y ruinoso, olvidado bajo una tupida arboleda en la plaza Raquel Meyer. Precisamente el nombre de la plaza corresponde a una artista que, años atrás, en 1911, llenaba de gloria el escenario a golpe de copla. Eran otros tiempos y hoy, venido a menos tras años en desuso, se debate entre caer definitivamente o sobrevivir gracias al aliento de sus infatigables vecinos. Por sorpresa de todos, el día ha amanecido con un grafiti enorme en los bajos del teatro. Y el lema no podía ser otro: ‘Salvem el teatre Arnau’.
El mural podrá parecer un detalle menor, pero detrás de esta pintura, se resume un año de incansable lucha. Vecinos, historiadores, entidades culturales y activistas de distintas procedencias suman múltiples reivindicaciones para hacer del teatro, al borde de la ruina, un “espacio vivo que albergue la cultura comunitaria de los barrios colindantes” —El Raval, Sant Antoni y Poble-sec— y que sea gestionado por los mismos vecinos. “Lo primero que queremos es que el Ayuntamiento asuma su rehabilitación, y que lo haga cuanto antes porque el tejado está muy deteriorado”, cuenta Marc Serra, portavoz de la plataforma Som Paral·lel.
Más allá de la presión de la calle, la clave del asunto podría estar en el cambio de color del consistorio. El anterior gobierno, con el convergente Xavier Trias al frente, cifró en 10 millones de euros la rehabilitación del edificio. Una elevada cifra que le sirvió de escudo para evitar la reforma, que siempre se condicionó a la aparición de un privado. Sim embargo, el equipo de Barcelona en Comú, que imprimió una campaña electoral durísima contra CiU por su reforma “de cara al turismo” del Paral·lel, baraja otras cantidades y contempla, por un lado, asumir la rehabilitación; y por el otro, dar un papel protagonista al proyecto vecinal. Todo ello, eso sí, “si hay corresponsanilidad”.
Así nos lo cuenta, todavía con prudencia, la nueva regidora de Ciutat Vella, Gala Pin, hasta hace poco una activista más. Cuando Pin habla de “corresponsabilidad”, pone el ejemplo de Can Batlló, recinto fabril de la barriada vecina de La Bordeta, donde la autogestión vecinal lleva el peso principal del equipamiento. “Estamos cerrando una reunión como Distrito y con Cultura a finales de julio para abordar el tema, estudiar el estado real del edificio y responder al proceso participativo que lideran los vecinos y entidades y que queremos que sea lo más amplio posible”. Por su parte, Serra, pide al nuevo consistorio que cuenten con las entidades y vecinos para presupuestar el proyecto de rehabilitación, que sospechan –tanto Serra como Pin— que podría estar sensiblemente por debajo de los 10 millones que estimaba CiU.
“Creemos que es una buena oportunidad para recurrir a la economía cooperativa y emplear a gente en paro”, propone el activista, que sugiere aportar la experiencia de Ateneu d’Oficis, un espacio donde se difunden y trabajan los oficios más castigados tras la crisis. Además del empuje de Som Paral·lel, existen dos historiadores que desde tiempos del alclade Hereu vienen insistiendo en la recuperación del teatro. Toni Oller y Enric H. March, impulsores de la plataforma Salvem l’Arnau, ponen el acento no sólo en la oferta artística del edificio, sino en su función de rescatar la memoria histórica de la avenida.
De hecho, en palabras de otro historiador, Ferran Aisa, estudioso del movimiento libertario: “Este es un eje con pasado obrero, era una avenida de acogida de la gente humilde, el contrapunto a la Barcelona burguesa, escenario de las disciplinas artísticas populares”. Un pasado que para Oller y March debería de ser uno de los ejes del Arnau del futuro. “La copla, la pantomima, el circo o la revista serían algunos ejemplos con los que se podría configurar la futura oferta del Arnau”, apunta Oller, mientras que March añade: “El Arnau sería el espacio ideal para dar forma al museo de la historia y la interpretación del Paral·lel, con material aportado por entidades y los vecinos”.
Y es que la historia del Arnau es la del patrimonio olvidado. De la arquitectura de época en desuso y, en consecuencia, en deterioro. La misma que corre otro emblemático edificio, el Palau de la Premsa, en otro punto del barrio del Poble-sec y que los vecinos también quieren recuperar. “Hay que tener en cuenta que esta zona de Barcelona carece de equipamientos culturales y sociales, y antes de construir nada nuevo queremos que se recuperen edificios que ya son parte del barrio”, argumenta Josep Guzmán, presidente de la Coordinadora de Entidades del Poble-sec, que apunta a un centro de jóvenes o para gente mayor en el Palau de la Premsa, que en 1929 albergó a los periodistas que cubrieron la Exposición Universal de Barcelona.
El Arnau, una oportunidad de oro para medir la fuerza de la nueva política
El Arnau, una oportunidad de oro para medir la fuerza de la nueva políticaLa campaña electoral de Barcelona en Comú fue especialmente crítica con la reforma de la avenida del Paral·lel. Y, de hecho, se tejieron muchos puentes de diálogo entre los miembros de la candidatura de Colau y los mismos vecinos y activistas que perseguían un Paral·lel más ciudadano. Hasta el punto que el entonces gobierno de CiU atacaba las movilizaciones vecinales por ser militantes encubiertos de BComú, como explicaba en esta entrevista Antoni Vives, uno de los hombres fuerte de Trias, hoy en la oposición.
Para el equipo de la hoy alcaldesa, la remodelación respondía únicamente a intereses turísticos y denunciaban que la avenida se convirtiera en una pasarela por donde desfilaban los cruceristas que llegaban al Puerto de Barcelona. Una estrategia del gobierno de Trias que, según BComú, precisaba de rutas alternativas a la saturada Rambla y de conectar el Puerto con otros puntos estratégicos de la ciudad, como el centro de negocios de la Fira de Barcelona o el pulmón verde de Montjuïc.
Ahora, el Arnau que antes era objeto de movilización es prácticamente una responsabilidad de gobierno. Y, sobre todo, nadie entendería que tras las promesas electorales el Arnau acabase en papel mojada. “Sin duda, el Ayuntamiento tiene ahora la oportunidad de demostrarnos que no actuaran igual que los gobiernos conservadores”, espeta Serra. “Entendemos que las ventanas del Ayuntamiento ahora están abiertas y que, por fin, pueden entrar las voces de la calle”, añade March.
La historia del Arnau también es una historia de despropósitos políticos. Gobiernos socialistas contemplaron el deterioro del teatro durante años, cerrado desde 1994, hasta que a finales de 2011, el alcalde Jordi Hereu pagó dos millones de euros a Iglesia Evangélica China para recuperar la propiedad del edificio. Sin embargo, nunca hubo un proyecto detrás de esa recuperación y el teatro siguió cayendo. Durante los últimos años, bajo el mandato de CiU, periodo que ha servido para sellar la reforma del Paral·lel, el Arnau ha seguido siendo la asignatura pendiente. Pese a ser de gestión municipal, el teniente de alcalde de Cultura, Jaume Ciurana, descartó la posibilidad de asumir la rehabilitación del teatro y se encomendó a un inversor privado, que nunca llegaría.
Ahora, la alcaldesa Ada Colau y su equipo saben que tienen una gran oportunidad para hacer lo que ningún gobierno hizo antes y, demostrar, de paso, que sí se puede, pero no se quiso.