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“Dignidad frente al fascismo”: las guardianas de la memoria viajan a Luxemburgo a través de la cámara de Eva Máñez

València —

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El abuelo materno de Amparo Belmonte Orts, José Orts Alberto fue fusilado en el Paredón de España y arrojado a la fosa 120 del cementerio de Paterna el 23 de octubre de 1940, a la edad de 43 años. Su abuela, ‘Sunsión’ Granell, fue acusada de pertenecer a las juventudes socialistas y al Socorro rojo, y encerrada en la Prisión Nueva Convento de Santa Clara de València.  La madre de Amparo, Amparo Orts Granell, se vio obligada a dejar la escuela para ponerse a limpiar la casa de una familia rica a cambio de dinero.  

En todas las imágenes que Pilar Taberner Balaguer conserva de su abuela, Carmen Giner Mateu vestía de riguroso luto. Sus ropas se tiñeron de negro cuando el 21 de julio de 1939, su hermano, José Giner Navarro, fue asesinado y lanzado a la fosa 21. Si Pilar preguntaba por su tío abuelo, la respuesta siempre era la misma: “Nos lo mataron”. Eso era todo. De la misma manera, María Navarro Giménez, solo recuerda a su abuela Anita Lladró Sena ataviada de luto por su marido. Sabía que murió, a una edad en la que no le correspondía morir, pero si intentaba obtener alguna información se topaba con un muro de silencio: “De eso no se habla”. Hoy sabe que fue fusilado el 12 de septiembre de 1940 y tirado a la fosa 126.

Hartas tras décadas de mutismo, Amparo, Pilar y María llevan años luchando por dignificar la memoria de tantas personas que, como sus familiares, fueron asesinados y olvidados en el cementerio de Paterna. Ellas son “guardianas de la memoria”. Sus historias y las de otras sesenta mujeres se entrelazan en la exposición Paterna. El paredón de España. Les femmes gardiennes de la mémoire, un trabajo de la fotoperiodista Eva Máñez (València, 1971) que puede visitarse desde este miércoles hasta febrero de 2026 en el Centro Cultural Neimënster de Luxemburgo.

Desde que en 2016 acogió una exposición sobre los luxemburgueses que formaron parte de las Brigadas Internacionales, el centro aspiraba a abordar de nuevo la memoria histórica española, “todavía poco conocida en Luxemburgo”. La intervención de la agitadora cultural, presidenta de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales y vinculada al Círculo Antonio Machado de Luxemburgo, Paca Rimbau, fue clave para llevar el trabajo de Máñez a este espacio por el que pasaron, durante la Segunda Guerra Mundial, cientos de personas antes de ser enviadas a campos de concentración nazis.

“Es muy difícil hacer épica de los vencidos, pero aún podemos hablar de aquellos abuelos que fueron alcaldes o profesores, por ejemplo, y fueron fusilados injustamente. Pero con este trabajo yo quería hacer épica de las mujeres”, señala la fotoperiodista, que dirige el objetivo de su cámara a “aquellas abuelas que tuvieron que sobrevivir y sacar adelante sus familias en una sociedad nacionalcatólica donde las mujeres no podían trabajar ni tener dinero o propiedades, al tiempo que eran señaladas y estigmatizadas”. Mujeres que, “en un tiempo donde no había resistencia posible, apretaron los dientes y tiraron para adelante”.

A las historias de estas mujeres “pertenecientes a la generación del silencio”, se suman las de las hijas, nietas y bisnietas de ejecutados y desaparecidos de diferentes regiones de España que encontraron una bala y una fosa común en el cementerio de Paterna. Todo ello ocupa la primera sala de la muestra, donde se exponen quince fotografías de 50x70 cm de los procesos de exhumación en la localidad valenciana y la pieza las Guardianas de la memoria. Inicialmente concebida como una exposición en sí misma, Paterna: la memoria del horror se ha podido ver en el CCCC Centre del Carme  de València, el Menador Espai Cultural de Castelló, el centro Cultural Parque de España en Rosario (Argentina) y en la Fototeca nacional de Cuba en la Habana.

Violencia

Sobre una pared de la segunda sala, veintiocho fotografías pequeñas de cuerdas con las que se ató a los reclusos antes de ser ejecutados. En otra, la trenza de Marina Torres Esquer, quien fue rapada por unos militares franquistas en su casa de Sagunt como represalia por tener un hijo en el ejército republicano y otro preso en la prisión de Burgos. Después, la exhibieron durante horas en la puerta del ayuntamiento del municipio. Su hijo de 14 años, testigo del horror, alcanzó a guardar el cabello, que ahora se conserva en la Col·lecció Memòria Democràtica de L’ETNO (Diputació de València).

En la última de las paredes del espacio, titulado Violencia, tres fotografías tomadas ad hoc para esta muestra: dos imágenes del Valle de Cuelgamuros y una enorme fotografía de la tumba del dictador en Mingorrubio. En ella, un hombre realizando el saludo fascista. “Un hombre de espaldas, cuando todas las mujeres del resto de fotografías miran fijamente a la cámara para retratar esa dignidad frente al fascismo”, resalta Máñez.

“En este espacio quería hablar de las violencias hacia las personas fusiladas, de las violencias específicas hacia las mujeres, y contextualizar, con todos esos símbolos estéticos pero también ideológicos, cómo el franquismo sigue hoy en día en nuestra sociedad”, explica la fotoperiodista, que decidió acompañar las imágenes de esta sala con textos de Emilio Silva y Ana Aguado.

“Sin revanchismo”

En la tercera y última sala, se sitúa la muestra Memòria de l’oblit, que recupera el trabajo expuesto en la Casa de Cultura de Gandia. Junto a doce fotografías de la exhumación de la fosa del cementerio de la ciudad, la fotoperiodista coloca veinticinco retratos –con sus veinticinco testimonios– que “hablan de diferentes tipos de represión contra las mujeres”: “Historias del estraperlo, de mujeres rapadas o de cómo se escondía la población durante los bombardeos; historias del exilio de Juli Just, ministro republicano, y su hija Alegría Just o de personas que tuvieron que huir a Francia en una barca de remos, pero también la historia del exilio interior de un hombre que vivió quince años escondido en un pozo; e historias de la represión sexual o de las pioneras del feminismo que organizaron cajas de resistencia para poder viajar a Inglaterra a abortar”.

“Esta sala evidencia cómo la represión franquista se daba en muchos ámbitos diferentes de la vida de las personas; políticos, personales, sexuales, emocionales, económica”, señala Mánez. El espacio, que incorpora un texto de Josep Piera, cuenta, entre otros relatos, con la voz de Marifé Arroyo, la profesora que luchó por proteger la educación en valenciano en un colegio de Barx, o de Ana Estruch Escrivà, una vecina del Grau de Gandia que recuerda los intentos por horadar la tierra de la playa para protegerse de los bombardeos.

Asimismo, la fotógrafa complementa los testimonios con imágenes de lugares de represión y resistencia de la Safor. Aparecen fotografías de las montañas que remiten al estraperlo y a la resistencia armada del maquis en la comarca; del cementerio de Gandia; de la Escuela Pía, “esa gran cárcel por la que pasó tanta gente de la Safor y que nadie ha estudiado en profundidad”; o de un edificio en ruinas “sin significar” que fue sede de la Sección Femenina. “Y una foto de la playa, porque el turismo, tal y como lo conocemos hoy en día, fue un invento del franquismo para conseguir divisas y plantear un modelo de ocio. Esa idea de la playa de Gandia como ‘la playa de Madrid’ viene de la dictadura”, argumenta Máñez.

En definitiva, una sala donde los recuerdos individuales, que estaban destinados a desaparecer en la siguiente generación, se transforman en una memoria colectiva. Son recuerdos en los que no existe nostalgia posible y que, sobre todo, cuentan historias “sin revanchismo”.

“Hagamos futuro”

La exposición se completa con una programación de actividades que incluye una visita guiada a los integrantes de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, junto con el eurodiputado de Compromís Vicent Marzà y la embajadora de España en Luxemburgo, Nieves Blanco. “Quería darles a las brigadas este espacio de legitimación política en un contexto en el que tenemos que presionar socialmente para que se cumpla, como mínimo, la ley de memoria democrática”, apunta Máñez, que ha viajado acompañada de Victòria Reig, vicepresidenta de la Associació de Familiars de Víctimes del Franquisme de Gandia, y Amparo Belmonte, presidenta de la Plataforma de Asociaciones de Familiares de Víctimas del Franquismo de las Fosas Comunes de Paterna.

Además, se han programado una visita guiada al público general, otra para el alumnado de un instituto y una última con colectivos feministas del país. “Soy feminista y creo que son importantes los espacios de mujeres, espacios más íntimos y de seguridad feminista en los que nosotras podamos preguntar sobre esa violencia específica y también sobre las formas de resistencia. Creo que aquí se pueden dar unos debates que quizás no se den en un espacio público”, resalta.

Para la fotoperiodista, esta exposición es una pequeña muestra “de esa historia tan grande que no nos han contado”: “Siempre digo que tenemos una memoria vicaria, porque necesitamos hacer memoria de algo que nosotros no hemos vivido y no nos han contado”. En su familia, dice, a pesar de ser republicanas, apenas le contaron historias del pasado. “Pero yo necesito saber y necesito hacer mías esas memorias”, zanja.

Tras su paso por Luxemburgo, espera que la exposición –traducida al francés para la ocasión– viaje a Francia y Bruselas, y también a Madrid. “Es una herramienta muy buena para entender lo que es el franquismo. Y para que, haciendo memoria podamos cuestionarnos y valorar la democracia que queremos”, asegura. Porque, “solo podemos frenar esa ola fascista que viene, si hacemos memoria como mecanismo de garantías de no repetición”. O, en otras palabras: “Hagamos futuro, pues hacer memoria siempre es hacer futuro”.