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Elecciones y funciones

Simón Alegre

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En ocasiones, minusvaloramos la importancia del despliegue electoral en sí. Muy manido es el recurso a menospreciar estos procesos con la remisión al voto cada cuatro años. La herramienta de la democracia formal, en teórica distinción con una pretendida democracia real, cuyos parámetros se ignoran.

La realidad es que, pese a que los sistemas electorales hispanos tienen rasgos manifiestamente mejorables (elevada barrera de exclusión valenciana, penalización de los apoyos dispersos…), han cumplido las funciones que se requerían:

  1. Legitimadora. Hasta los regímenes más autoritarios montan sus charlotadas de elecciones para dar una apariencia más democrática. De hecho, democracia es una de las palabras más apellidadas (orgánica, popular…) que existen. Por otro lado, más allá de su desprestigio por estos lares, los partidos ejercen el monopolio de la canalización política por vía electoral. Su condición de maquinarias electorales es, básicamente, lo que les distingue de otras organizaciones sociales.
  2. Representativa. Deviene de la imposibilidad de implementar, con éxito, la democracia directa de las polis griegas. A esta función corresponde la sentencia relativa a que la soberanía reside en el Parlamento. Algunas formaciones la combaten, directa o subrepticiamente, por sostener concepciones maniqueas y totalitarias de la sociedad. Bien es cierto, por otra parte, que la configuración del sistema electoral puede poner en tela de juicio esta función. Entran, entonces, en liza los conceptos de representatividad (por ejemplo, territorios) y proporcionalidad (personas).
  3. Reclutamiento de élites. El cambio o recambio que tantos predican. Una de las claves de esta campaña. Las elecciones sirven para seleccionar al personal político de cada territorio. En esta ocasión, el énfasis incide en la cartelización de la partitocracia clásica (casta) e, incluso, en factores generacionales (Rivera dixit).
  4. Formación de gobiernos. Función esencial en cualquier sociedad y dimanante de las precedentes. La novedad principal de estos tiempos, respecto a las elecciones anteriores. Generalmente, los sistemas electorales que conviven en España habían permitido la formación, relativamente sencilla, de gobiernos. Además, de todo signo y con alternancias, circunstancia que los legitima. Susana Díaz se ha revelado como una contumaz destructora de esta función, por espurios intereses electoralistas (las elecciones como fin y no como medio). Las previsiones actuales –qué duda cabe- no resultan tan halagüeñas como antaño para la formación de gobiernos estables.
  5. Socialización política. El gran éxito del 15-M y el trasfondo esencial del concepto de regeneración, del que la renovación del personal político es solo una cara de la moneda. El activismo en las plazas, como forma de movilización política, ha repercutido en capital social positivo para el sistema político. Tras valles de desencanto, se aprecian picos de interés por la política.

En definitiva, son las constantes vitales de un sistema político que necesita pasar por chequeos periódicos.

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