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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Alcobendas

No sea rácano, hombre; no le cuesta nada. Hay gente que se lo piensa demasiado a la hora de colocar su firma sobre un documento, sobre un manifiesto, en una mesa petitoria que no es ni de Cáritas, ni siquiera de la Cruz Roja. La gente es demasiado remilgada, incluso para estampar su apoyo en una plataforma digital que se hace en un plisplas. ¡Echen una firmita, por caridad! Ahora que esa fórmula se promueve en nuestras ciudades para la recogida de avales anti-indultos también podrían instalarse mesas para recoger firmas en contra de la succión de recursos económicos y fiscales de Madrid.

El drama es que aparentemente la capital española nos roba, como se evidencia claramente yendo a clase de tanto en tanto, pero nadie les interpela por escrito. Somos educados y no queremos encabronar al personal. Por aquí, por la periferia, por el Corredor Mediterráneo, nadie ocupa las plazas para expresar indignados la legítima defensa de los intereses valencianos, y eso que motivos nos sobran. A estos agravios se añade la infrafinanciación a la que estamos sujetos. Somos una colonia extractiva de las élites financieras capitalinas. La reforma de ese sistema de financiación ha vuelto a aplazarse, a encallar. La ministra de Hacienda nos ha dado largas. Snif. Encima, miren por dónde, quizá nos toque sufragar, mediante una cuestación popular, rascándonos el bolsillo, las vacunas de los guiris de la capital que se han apalancado en nuestros chiringuitos playeros y liberarlos de la Covid con el vaso de tinto de verano en la mano. A estas alturas de la película ya nadie duda de que la capital del reino es una aspiradora de recursos que está enchufada todo el santo día, sin que le importe el precio de la luz: a esa macro urbe le trae sin cuidado las horas valle y las de alta tarifa eléctrica; ella, dale que dale. Madrid te brinda cañas y tapas, pero te vacía - en un abrir y cerrar de ojos de una generación entera- la superficie lunar de toda la meseta y más allá…

Esa macrocefalia urbana, por donde campa a sus anchas Isabel, “la Tabernaria”, se lo merienda todo a la hora del relaxing café con leche con churros y barquillos. Algunos ejemplos, la refinería de petróleo de BP Oil “obsequia” a los castellonenses con sus efectos contaminantes (también con sus empleos, seamos justos), pero su sede social aparece anclada en Alcobendas para pagar allí sus impuestos y ayudar a costear, digo yo, la educación concertada a la que acudía de pequeñita la señora Ayuso. Ford España, otra que tal, tiene radicado su cuartel general también en Alcobendas. Con esos impuestos extras devengados podrán abrir nuevos centros de salud por la Comunidad de Madrid de esos de los que su presidenta es tan alérgica. ¿No creen que esa perversión fiscal conduce a una cruel competencia desleal? ¿No sé a qué esperamos para instalar máquinas automáticas recoge-firmas en los vestíbulos de los ayuntamientos valencianos?

El Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas ha puesto de relieve que entre 2012 y 2019, las empresas afincadas tan ricamente en Madrid se hicieron con casi el 60 por ciento de los contratos públicos estatales. La proximidad hace el roce. Madrid es un gran palco del Bernabéu a rebosar de potentados y emprendedores dispuestos quizá, como contrapartida, en algunos casos, muy contados, a construirse una casita en un pueblo abulense para honrar a sus ancestros pastores durante las fiestas de San Esteban, aunque luego lo que les prive sea la noche de Ibiza y el velero fondeado en una cala balear (sus territorios de Ultramar).

Urge comprar un billete para el sorteo del oro de la Cruz Roja, pero también echar una firma en una mesa petitoria, una mesa que aquí jamás instalaremos porque no queremos hacer ruido ni enfrentar gratuitamente a los diversos territorios que conforman nuestro Estado de las autonomías. El sumidero de recursos que representa Madrid, que nos sangra, es un problema de estado grave, pero se puede acometer con diálogo y con política, sin firmas, ni pasacalles ultras, anacrónicos y viscerales. Hay que corregir la paulatina desafección con Madrid antes de que el problema de ese nacionalismo rancio de cocido y callos se vuelva crónico e insoluble. Si no se pone solución al problema siempre podremos, como último recurso, empadronarnos en Alcobendas y pasar allí los veranos con los niños.