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CV Opinión cintillo

Joan Fuster en libros electrónicos

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Entramos en un año muy importante para los valencianos, “l’any Joan Fuster”, celebrando el centenario de este gran pensador y ensayista valenciano que nos dio a conocer quiénes éramos y de dónde veníamos y nos animó a construir un país vertebrado en sus comarcas, defensor de su lengua histórica y alejado del provincialismo y el provincianismo folclórico y regionalista al que habíamos cedido. Curiosamente se cumplen al mismo tiempo del centenario de su nacimiento la publicación –hace 60 años- de cuatro libros inesquibables para todos los valencianos: “Poetes, moriscos y capellans”; “Questió de noms”; El País Valenciano“; y su gran obra ”Nosaltres els valencians“. Estas tres últimas obras le valieron no pocos disgustos, la censura, y que fuera quemado en una falla por las fuerzas vivas franquistas cual auto de fe. 

No dudo que, por fin, Joan Fuster, el mayor sabio que ha tenido el País Valenciano, recibirá el reconocimiento que se merece. Pero más allá de conferencias por todo nuestro País, exposiciones o la ímproba tarea de los periódicos para trasladar por todo el Estado español su obra, pienso que el mejor homenaje que él querría sería la reedición de sus obras: “El meu futur será de paper”, dijo sin imaginar los avances tecnológicos que vendrían tras su muerte.

No obstante, y por desgracia, la mayoría de sus libros están hoy agotados cuando con los libros de Joan Fuster el lector experimenta, explora, descubre, siente, analiza, sublima, imita, enmienda, se consuela y goza con su prosa: construye, en fin, su identidad. Podríamos considerar el libro como una de las formas más adultas, intelectuales, socializadas y civilizadas de jugar. El juego, entendido con seriedad, es inherente a la lectura y, pedagogicamente utilizado, puede despertar el deseo de leer. Bien pensado y contextualizando, el libro es una invención equivalente o superior a internet. Los orígenes de la historia del libro se remontan a las primeras manifestaciones pictóricas de nuestros antepasados: la pintura rupestre del hombre del paleolítico: Con un simbolismo, posiblemente cargado de significados mágicos, estas pinturas muestran animales, cacerías y otras escenas cotidianas del entorno natural del hombre antiguo que trataba de dominar las fuerzas dela naturaleza, expresarse o trasladar a sus descendientes sus preocupaciones y conocimientos, capturando su esencia mediante su representación. Subyacen en ellas los primeros mensajes. La escritura fue el resultado de un proceso muy lento de evolución con diversos pasos: imágenes que reproducían objetos cotidianos (pictografía); representación mediante símbolos (ideografía); y la reproducción de letras y sílabas.  

Cuando los sistemas de escritura fueron inventados en las antiguas civilizaciones, el hombre utilizó diversos soportes de escritura: tablillas de arcilla, ostracon, placas de hueso, madera o marfil, tablillas enceradas, planchas de plomo, pieles curtidas, etc.  En su historia a los libros se les han encomendado funciones de difusión de las informaciones, y de las ideas, conservación del pasado y testimonio de las investigaciones del presente. Su significado pedagógico además ha sido fundamental para la alfabetización y para la universalización de tratados científicos, obras educativas, obras de divulgación o folletos (si no superan las cuarenta y cinco páginas, según estableció la Unesco). El gran salto para todo ello se dio en Europa entre los siglos XIV y XV con el desarrollo de la industria del papel y la imprenta, que, al perfeccionarse la técnica tipográfica, constituye el libro tal como lo conocemos. Como sabemos los primeros libros de papel impreso, publicados antes de 1500, toman el nombre de incunables, y están frecuentemente enriquecidos con incisiones. 

El componente icónico alcanza con el tiempo elevados niveles técnicos, también en relación con la demanda de los editores, hasta el éxito excepcionalmente refinado de la Enciclopédia de Diderot y D’Alambert (1751-1772). A lo largo de los siglos los materiales en los que se transmitía y difundía la palabra escrita, habían sido diferentes: desde el III milenio antes de Cristo: las tablillas incisas en cuneiforme transmiten la cultura mesopotámica. Prevalece después durante mucho tiempo el papiro en hojas rollos en el área del antiguo Egipto y por todo el mundo clásico, sustituido muy gradualmente por los pergaminos. De este material están hechos los códices que se pueden raspar y reescribir (palimpsestos) y que están muy frecuentemente miniados. Es después cuando se prefiere, por mayor practicidad y menores costos, el papel (existen códices humanísticos de papel) en el que se realiza la difundida exigencia de escritura artificial, es decir, de hecho, de la imprenta (Gutenberg, 1456).

Cuando tras siglos parecía que con la imprenta todo estaba inventado para el libro, surgió, a finales de la primera década del siglo XXI, el libro electrónico. Estos dispositivos se caracterizan por un diseño que permite emular la versatilidad del libro de papel tradicional. Con los años estos libros (o e-books) fueron mejorando y consiguiendo que la tinta electrónica tuviese un ‘efecto papel’ debido a la ausencia de iluminación propia, el alto contraste obtenido y su bajísimo consumo (pues esta tecnología no necesita alimentación más que en los cambios de pantalla). Cada vez más, al mismo tiempo, la inmensa mayoría de las editoriales fueron publicando muchos libros –casi todos- en libro electrónico. Grandes escritores tienen ya decenas de libros digitalizados. Joan Fuster no conoció los libros electrónicos, aunque nos legó una biblioteca de más de 30.000 libros impresos. Todo esto viene a cuento de la sorpresa que me he llevado al comprobar que Joan Fuster solo tiene un libro digitalizado, electrónico: “Diccionari per a ociosos” (por poner un ejemplo, Josep Pla tiene 32 –treinta y dos- libros en versión de libro electrónico). Como siempre, Joan Fuster marginado. 

Al contrario de lo que se auguró con la salida de los libros electrónicos, los libros de papel no solo no han desaparecido, sino que se siguen vendiendo en mayor cantidad que los libros electrónicos. Ciertamente, los libros de papel tienen un encanto emocional especial: son un fetiche, un objeto de culto donde puedes guardar cartas, flores, fotos y pequeños recuerdos entre sus hojas. La gente puede poner sus mejores palabras o pedir una dedicatoria del escritor. Una gran biblioteca que crece como una obra de arte, es en sí una hermosa catedral física y un lujoso almacén de conocimientos. Además, investigaciones psicopedagógicas y neurológicas han demostrado que para concentrarse y memorizar estudiando el cerebro prefiere el papel.

Pero no nos engañemos, los libros de papel se dañan con el paso del tiempo, acumulan mucho polvo, y, si son grandes son incómodos de leer si estás tumbado, o si de viaje quieres trasladar varios al mismo tiempo. A más a más ocupan mucho espacio si uno es bibliómano o lletraferit (muchos amantes del libro disfrutan con su olor y su tactoPara la mayoría de los jóvenes –que, hijos de su tiempo, prefirieren lo digital- los pisos son pequeños y al final no caben los libros de papel aunque los acumules en torres por los suelos. No hay pues que tener prejuicios ante los libros electrónicos que ofrecen diversas funcionalidades, facilitando la lectura como: traductores, buscador de significados de palabras, sinónimos y antónimos, puedes insertar notas, subrayados, te traduce si estás leyendo en otro idioma… y por muchos libros digitales que compres su almacenaje no pesa y son muy cómodos para leerlos en cualquier lugar (¿Quién se lee con comodidad “Guerra y paz” en la cama? Asimismo no hace falta cortar árboles ni cansan ya la vista. Se puede personalizar el tamaño de las letras, sus ediciones son ilimitadas, son más baratos, y puedes incluir notas con tus apuntes. A mi juicio el libro de papel no desaparecerá (de hecho todavía representa el 75% de las ventas) pero pienso que las próximas generaciones solo lo comprarán como regalo, y más si el libro es muy grande y con fotografías en color. Será ese objeto de culto y que recuerdas quién te lo regaló.

Supongo que en la celebración del “Año Joan Fuster” se reeditarán los tantos libros en papel de Fuster agotados, se traducirán buenas antologías etc; pero ya va siendo hora que tenga sus títulos también en libro electrónico. Más allá de grandes actos en esta conmemoración, más allá de esa escultura que merece en la plaza del Ayuntamiento de València (ha sido nuestro gran pensador y nos enseñó a conocer y vertebrar coherente y científicamente nuestro País, amén de que… ¿quién conoce a Vinatea, un jurat en cap del siglo XIII?), más allá de exposiciones y conferencias en todas las comarcas del País Valenciano, seguro que Joan Fuster, bibliómano y grafómano compulsivo, preferiría que la gente le leyese, también, en libro electrónico.

Hace falta que los valencianos le lean, hace falta viciar a los niños y adolescentes en la lectura, actividad mucho más reflexiva que la televisión o las redes sociales. La lectura debe formar parte de las experiencias vitales de los niños y adolescentes. Leer, sin duda, como jugar, puede ser un modo de tomarse la vida muy en serio, y despierta como nada la imaginación y la abstracción. Leer, tal y como demostraron los nazis y fascistas, y tal como lo muestra la distopía de Ray Bradbury “Fahrenheit 451”, puede ser un acto revolucionario. ¿Será posible que los jóvenes afronten la vida con el mismo espíritu festivo con que la afrontaban leyendo Joan Fuster, García Márquez, Vicent Andrés Estellés, Isabel-Clara Simó o Almudena Grandes? Ese es hoy un desafío pedagógico de extraordinaria magnitud, cuya resolución debería garantizar previa e irrenunciablemente el buen aprendizaje de la lectura. Solo con la lectura se aprende a fondo a razonar, a explorar los sentimientos, a formar ciudadanos capaces de evaluar el conocimiento, argumentar, y desarrollar el pensamiento crítico, favoreciendo todas las competencias básicas, y contribuyendo a la educación científica y ética y a la apuesta por la libertad. En la descarga de tensiones acumuladas en el sujeto que lee residiría el origen del placer profundo que procura la obra literaria. Todo ello sin obviar que mediante los libros se afianzan la inteligencia, se percibe el mundo ampliado y se combina pensamiento, lenguaje y fantasía. Fuster animaba a practicar “la concupiscencia de los libros”. En sus aforismos nos dejó varias pepitas de oro como: “Els llibres no supleixen la vida, pero la vida tampoc no supleix els llibres”. El presente se hace más diáfano si se comprende el pensamiento de los antecesores. Como el mismo Joan Fuster dijo: “mi futuro será de papel”. Pero hoy también debe ser en libros electrónicos. Espero.

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