“I que dolça és la vida si solques a temps
l’ampla mar de la teua llibertat“.
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“Alegra el cor en aquest matí d’aventura.
Aixeca l’esperança i fuig cap a l’impossible.
Escull un bon amic, si no el millor,
i comparteix per un instant el risc de l’escalada“.
Lluís Alpera., València. ‘Tempesta d’argent’-’Els fidels dits del cant’ (1986-1990)
Los valencianos, aunque no encuentren su camino, saben lo que no quieren. Comprueban su inferioridad en política, instituciones y urdimbre socioeconómica y cultural. Tienen claro que por donde van lo hacen en dirección equivocada. Así no saldrán de la nimiedad y de la subordinación. Han de pensar y trabajar en otras alternativas. El liberalismo es el pensamiento para la acción más manoseado y tergiversado. No es fácil ni cómodo ser liberal.
El pasado 2 de mayo el liberal conspicuo, Timothy Garton Ash, intelectual británico y europeísta, publicó en ‘El País’ el artículo –¡Todos somos canadienses!-- entusiasta, a raíz de la victoria –Mark Carney– de los liberales en las últimas elecciones de Canadá contra todo pronóstico. Garton Ash es autor de una obra maestra en forma de libro, titulado ‘Europa’, que bien debería ser declarado de lectura obligada para los que creen, esperan y se deben a la irrepetible aventura comunitaria que alzó el vuelo con el Tratado de Roma el 25 de marzo de 1957. Los valencianos conscientes de serlo sintieron entonces la emoción de la esperanza que les reafirmaba en su identidad. La esencia humana y económica de los valencianos sin el Mercado Común Europeo era una paloma sin alas. Vapuleados después de una guerra incivil que les resultó adversa. Para los de derechas y sobre todo para los del bando republicano. En el Capitolio romano se selló la firma de la paz consolidada con la firme voluntad de caminar juntos tras las guerras mundiales (1914- 1945) con los dos episodios más absurdos y sangrientos que recuerda la memoria histórica.
Europa es liberal
Sin miedo al error, si miramos a los protagonistas y a los sucesos, el milagro europeo se debe al pensamiento liberal. Al liberalismo que flota en la atmósfera de la Europa que conocemos, aunque, como toda obra en construcción, conoce horas de entusiasmo y deserciones hasta la traición. Los reveses y la adversidad curten y fortalecen. A la Unidad Europea le han servido de acicate para reafirmarse en sus principios y sobre todo en su camino sin retorno. Es probable que, en estas horas de incertidumbre y zozobra, sea de nuevo el pensamiento liberal el que haya de aportar energía y voluntarismo frente a las fuerzas adversas que se han desatado en todos los frentes y en los cinco continentes. En el campo de los adversarios, los imperialismos decadentes de Rusia y USA. En el de las potencias emergentes destacan China e India. La patria del asesinado Mahatma Ghandi respira por la herida postcolonial imputable al Reino Unido.
Estados Unidos, cuna de la libertad
La contradicción estadounidense orquestada por Donald Trump, energúmeno sin conciencia ni rigor, ha provocado el desencanto y el rechazo de quienes admiraban –especialmente los europeos– el “New dealª (Nuevo trato) de Franklin D, Roosvelt frente a la Gran Depresión del 29 o la variante del ‘American way of life’. Ya los han sustituido por el ‘liberal new deal’ o el ‘liberal way of life’. Tampoco es razonable atribuir a los 340 millones de estadounidenses o a los 244 millones de electores, los disparates de un presidente respaldado por 77 millones de electores. Sin ningunear los 75 millones de votos que recibió la propuesta de su oponente demócrata Kamala Harris, cuando la tercera parte del electorado –70 millones– no participó en los comicios de noviembre de 2024. La falta de motivación cívica ha provocado la involución reaccionaria en EEUU --entre amenazas y vacilaciones– que convierten en inestable el concierto internacional y en alarmante la pérdida de confianza en la salvaguarda de los derechos civiles fundamentales. Se puede concluir que la sociedad de los USA está polarizada entre incondicionales y contrarios a Donald Trump y a su forma de gobernar. Falta la voz y la opinión de los escépticos ante el sistema electoral estadounidense y de muchos de los moderados, a los que se encuadra certeramente entre los partidarios del liberalismo radical y auténtico. Los 77 eurodiputados liberales del Parlamento Europeo conforman el grupo Renew Europe (Renovemos Europa) y no pertenecen al Partido Popular Europeo (PPE)
Desgaste
Se vio en 2015. El afán de cambio en el País Valenciano dio el vuelco al Partido Popular y ascendió a la Generalitat la coalición PSOE-Compromís. En una arriesgada pirueta más desconfiada e hilvanada que consolidada en fundamentos y liderazgos (Ximo Puig versus Mónica Oltra). En el Ayuntamiento de València el pacto de La Nau situó al peso pesado de Izquierda Unida–ex PCE-, con bagaje y vuelo, Joan Ribó frente al fracasado Joan Calabuig (PSOE), sustituido por Sandra Gómez. La candidata sin pegada ni lustre, que se quedó en vicealcaldesa en el pacto del Rialto (2019), en su empeño de no ser teniente de alcalde. El resultado de dos legislaturas (2015-2023) de mandatos PSOE-Compromís en la Generalitat y en la ciudad de València, propició la vuelta a gobiernos del PP, encabezados por Carlos Mazón–alicantinista de bajo perfil con respaldo murciano– y la ex alcaldesa de Torrent, Maria José Català, amparada en un remake de la desaparecida Rita Barberá, que mandó ‘manu militari’ en València durante veinticinco años con final desastroso.
Sin rumbo
Los valencianos han tardado dieciocho meses en comprobar la inconsistencia política de Carlos Mazón con la nefasta gestión de la catástrofe de la Dana y perciben el populismo banal de la alcaldesa Català, que ‘preside’ el PPCV de facto ante seis meses de desmoronamiento continuado de Carlos Mazón que arrastra a su partido al descrédito. El drama de este relevo, remendado con el nombramiento del general-vicepresidente, Gan Pàmpols, sin autoridad política, se perpetúa sin descifrar el cómo y por quién, puede sustituir al tóxico Mazón. Un perfil mediocre para presidir la Generalitat y el territorio que merecen mejor suerte. La única consecuencia positiva de la catastrófica Dana de 2024 es que ha permitido constatar la incompetencia del presidente de la Generalitat del PP y por consiguiente de su gobierno. Sabido es que los políticos escogen colaboradores peores que el jefe.
Fuga de presidentes
Por el flanco de la oposición de la izquierda, el panorama no ofrece motivos para el optimismo. El exlíder socialista Ximo Puig se refugió en el exilio dorado de París como embajador del Reino de España ante la OCDE, bien dotado y mejor remunerado. Puig se ha incorporado a la sede de la OCDE en París. En el 22 de la avenue Marceau, muy cerca del edificio de significación europea, recientemente devuelto, con polvareda, al PNV después de haber sido incautado por la Gestapo nazi, siguiendo órdenes de policías franquistas, para ubicar la sede de Falange en Parìs (1940). El mismo camino que siguió Joan Lerma después de ejercer la presidencia de la Generalitat Valenciana durante trece años (1982-1995) para instalarse, primero en el Ministerio de Administraciones Públicas y luego como senador en las Cortes Españolas. Más tarde Eduardo Zaplana, tras hacer fortuna como presidente de la Generalitat (1995-2002) dimitió– sin perder en ningunas elecciones– para ocupar el Ministerio de Trabajo y la portavocía del Gobierno de España con Mariano Rajoy. Hasta el atentado terrorista del 11 M en Atocha (193 muertos y 2.000 heridos) y recibir el premio de la dirección de Telefónica en Europa. En 2018 ingresó en prisión por blanqueo, cohecho, prevaricación, malversación, tráfico de influencias, fraude, delito fiscal, falsedad documental, y asociación ilícita en grupo criminal en el marco de la operación Erial. Hoy en libertad.
La solución liberal
En el País Valenciano hay larga tradición ligada al pensamiento liberal desde la Constitución de Cádiz –La Pepa de 1812– que en su dimensión política quedó liquidado con la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Los restos cayeron en la posterior polarización entre derechas e izquierdas –republicanos y monárquicos– hasta el golpe de Estado de julio de 1936 y la supresión de libertades vigente en la posguerra, hasta la muerte del dictador Franco en 1975. Los reductos liberales –Joaquín Maldonado Almenar y su hijo Joaquín Maldonado Chiarri, Joaquín Muñoz Peirats, Francesc de Paula Burguera, Ignasi Villalonga Villalba, Joaquim Reig Rodríguez, José Antonio Perelló Morales, Álvaro Noguera Giménez, José Antonio Noguera de Roig, Federico Lys Ballester, Eduardo Primo Yúfera– se aproximaron a Unión de Centro Democrático y se extinguieron engullidos en su vorágine. Dual entre la herencia del autoritarismo franquista y la mala conciencia sin fe en la restauración democrática.
Polarización
A partir de la Transición a la democracia (1975-1982) y coincidiendo con la integración del Reino de España en la Comunidad Europea (1985) se intentó la Operación Roca, liderada por Miquel Roca Junyent (Catalunya) y Antonio Garrigues Walker (estadounidense en Madrid) entre 1983 y 1986, con la intención de trasladar la experiencia de Convergència i Unió (CiU) al resto del Estado español. Con algunas reuniones en València lideradas por el entonces presidente de CEOE, Carlos Ferrer Salat, no llegó a prender la chispa entre el estamento empresarial y menos en los círculos intelectuales y culturales, decantados por otros derroteros. El obstáculo decisivo para las veleidades liberales ha sido siempre la deriva de la política doméstica en dos opciones irreconciliables: las representadas por la derecha y la izquierda. ¿Dónde queda el centro? Esta polarización ha sido negativa en la vida pública por las urgencias en la conquista patrimonial del poder y en su conservación. Estas premisas han acabado falseando las diversas opciones políticas valencianas. Siempre condicionadas por la dependencia y la sumisión a las instrucciones que se imponen desde Madrid, donde se cuece el poder del Estado. Los partidos políticos con implantación y obediencia valencianas –hoy integrados en Sumar– han acabado engullidos por el torbellino de la política madrileña. Caracterizada por imponer sus exigencias y no consensuar decisiones estratégicas. El resultado ha sido hasta ahora negativo. Tanto para las iniciativas valencianas como para las fuerzas políticas centrípetas que, cegadas por la inmediatez y el despotismo, han frustrado la existencia de partidos políticos arraigados y con el mínimo de credibilidad necesaria para prosperar en el País Valenciano. Los valencianos pueden parecer pasotas y escépticos, pero es seguro que no son tontos.
Fallidos
El País Valenciano, para superar los retos que tiene planteados y ser competitivo, requiere disponer de resortes políticos con opción probable de ejercer poder. No el poder del Ibex 35 –que ya está bien instalado en la Cámara de Comercio de España –Mercadona– que preside José Luís Bonet desde 2014 ni el relumbrón que despide la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) comandada sine die por el vasco Antonio Garamendi. El País Valenciano necesita partidos políticos que surjan y se implanten por todo su territorio. A izquierda y a derecha, para que no puedan ocurrir asuntos vergonzosos e indignos cómo los que protagoniza el presidente del gobierno valenciano, Carlos Mazón. Agravado por la incapacidad del Partido Popular de Núñez Feijóo para evitar el descrédito y la ignominia. El empecinamiento por el poder no puede someter a cinco millones de valencianos a levantarse, cada día, con el presidente que ha perdido la legitimidad y que no se merecen. El constante deterioro de las instituciones y de las personas que las encabezan va a embarrar las próximas convocatorias electorales no sólo en el País Valenciano sino en el resto del Estado.
Voluntad de ser
El País Valenciano necesita alternativas políticas que defiendan los intereses y las urgencias de sus ciudadanos. Cuando no valen, se cambian. En el momento presente sería eficaz un partido político transversal, bajo el denominador común del pensamiento liberal. Su inexistencia permite que los partidos políticos que operan en el País Valenciano se apropien de la marca ‘liberal’ y presuman de parecer lo que no son. Ser liberal es difícil y exige compromisos con los principios fundamentales del liberalismo: tolerancia, pluralismo, diálogo, humildad, respeto a la ley, defensa de la justicia –que ni se compra ni se vende–, solidaridad, aceptación de los demás –los otros somos nosotros–, laicidad del Estado, apoyo a las minorías, –fe en la cultura, la enseñanza y la educación–, defensa de la propiedad, amor a las lenguas autóctonas, ecuanimidad empresarial de abajo hacia arriba, nadie por encima del otro, sentido del límite en democracia y en la máxima de Milton: “por los principios de la vieja libertad”. No es fácil. Tampoco es imposible. Lo que no se empieza es seguro que nunca acaba. Los valencianos también tienen derecho a ser y sentirse libres entre los humanos. Dignos y alejados de la nimiedad y del sucursalismo.