De las cigarreras a los movimientos de mujeres en la Transición: un libro recorre la historia del feminismo valenciano

El feminismo valenciano ha sido un “feminismo social, diverso, que atendía la relación entre clase y género y se organizaba colectivamente” y fue “fruto de un largo proceso de toma de conciencia de las mujeres valencianas trabajadoras, que relacionaban género y clase”. Para las historiadoras Andrea Aguilar, Carme Bernat, Gemma Martínez y Laura Bellver, llenar los vacíos en la historia de los movimientos de mujeres valencianos aporta cierta luz sobre los debates del feminismo contemporáneo.

En Venim de lluny: Història del feminisme al País Valencià (Sembra Llibres, 2022), las investigadoras dibujan una genealogía del feminismo valenciano, desde la primera asociación de mujeres, a finales del siglo XIX, hasta las agrupaciones contemporáneas como la Asamblea y la Coordinadora Feminista de Valencia.

Las autoras apuntan a los colectivos de mujeres trabajadoras como impulsores de cambios sociales y repasan algunos hitos históricos de las organizaciones de mujeres, siempre vinculadas al movimiento obrero. Muchas de las pioneras, indican en el libro, crecieron con el republicanismo blasquista, colaborando en el diario El Pueblo y en semanarios próximos a la cabecera de Vicente Blasco Ibáñez.

Las cigarreras alicantinas fueron probablemente las pioneras del feminismo socialista valenciano, que empezaron a organizarse en torno a 1840 en una hermandad, con protestas y revueltas internas en la fábrica de tabaco ante la mecanización que redujo a la mitad la mano de obra empleada. En 1910, crearon la organización de mujeres trabajadoras La Feminista, preocupadas también por la cuestión educativa y la periodística. En el mismo eje se sitúan las espardenyeres de Elche, las aparadoras del calzado tradicional, también organizadas sindicalmente para reclamar mejoras salariales. Las trabajadoras protagonizaron una gran huelga de 17 días que fue reconocida como una de las protestas más importantes a principios del siglo XX en España. También lo fueron las hilanderas, que en el barrio valencianos de Velluters protagonizaron un motín a mitad del siglo XIX, que las historiadoras sitúan como una de las primeras manifestaciones de la lucha de clases en la ciudad, donde no hacía mucho que había surgido la figura del trabajador asalariado.

Aunque el ensayo no se detiene en un análisis exhaustivo en las primeras etapas, sí señala a algunas mujeres clave del movimiento, en aras de trazar una genealogía reconocible. Así, entre las pioneras, menciona a Elena Just, anarcofeminista y fundadora de sociedades educativas para mujeres; a Rita Bataller y Teresa Martínez, cigarreras directoras del Club Femenino Republicano de Alicante; Belén Sárraga, que a través de un semanario vinculado a El pueblo, la Conciencia Libre, funda una biblioteca pública para obreras, gestionada por mujeres, en la calle de Colón de Valencia; o las hermanas Ana y Amalia Carvia, pioneras del sufragismo español, dirigentes de la Liga Española por el Progreso de la Mujer.

Las historiadoras son críticas con los silencios de sus compañeros respecto a las aportaciones de las mujeres, con el retrato del feminismo como preocupación de mujeres burguesas o la caricaturización de la clase obrera en una imagen clásica y estática, y buscan en esas brechas a las agrupaciones de mujeres trabajadoras que abordan en el ensayo; en su análisis, género y clase son una perspectiva de liberación y emancipación que van de la mano, que no se entienden la una sin la otra.

En la Segunda República, un boom para el pensamiento en España, las historiadoras se detienen en Alejandra Soler y María Moliner, ambas militantes comunistas, reconocidas por su labor de difusión de la educación y la cultura y la lucha por su accesibilidad, con las misiones pedagógicas y las bibliotecas rurales. También en la ensayista María Cambrils, autora de Feminismo Socialista, que desarrolló una importante producción intelectual durante el periodo republicano. En el campo colectivo, las autoras destacan agrupaciones de mujeres surgidas al calor de la CNT y de la Internacional Comunista, como Mujeres Libres o la Agrupación de Mujeres Antifascistas.

Así, uniendo los nombres propios con los movimientos colectivos, pasando por la represión de la posguerra -con Maria Pérez Lacruz, La jabalina, como máximo exponente- y la reagrupación de los colectivos en la Transición, las cuatro historiadoras trazan las líneas que unen las primeras luchas obreras con las actuales asambleas feministas y sus reivindicaciones. Para las autoras, pese a la diversidad del movimiento, “la vocación humanista del feminismo social valenciano hasta la transición hizo que las luchas se articularan sin la voluntad de cerrar el sujeto”.