Siete meses después de la DANA: la salud mental y la inclusión siguen esperando respuesta

Gerard Sánchez

24 de mayo de 2025 23:01 h

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Casi siete meses después de la DANA del pasado 29 de octubre quedan muchas heridas por cerrar, tanto o más que edificios por reconstruir. Entre ellas, las que afectan a la salud mental son especialmente sensibles. Así se puso se manifiesto en el I Encuentro Inclusivo cuidados, DANA, diversidad e inclusión laboral, celebrado este jueves, día 22 de mayo, en la sede de Intersindical Valenciana. Se trata de uno de los colectivos “más invisible” y “más vulnerable”, como ellos mismos destacan. Una jornada que sirvió para hablar en común, sin tapujos, sin miedos, sin censura, de lo que vivieron en aquellos fatídicos días así como de las necesidades que todavía tienen y de sus peticiones de presente y de futuro.

En esta línea, entidades como COCEMFE, representada por su presidenta María José Martínez recordaba como se organizaron durante los primeros momentos, con los medios limitados que tenían para “hacer un primer mapeo y ver las necesidades más urgentes entre las que estaban conseguir material ortoprotésico para aquellas personas que lo habían perdido todo”. Desde entonces, han atendido a más de 100 personas con el objetivo de que “pudieran regresar cuanto antes a tener una vida independiente”. No obstante, también lamentan que muchos no lo han conseguido todavía: “Hay personas con movilidad reducida y dependientes que todavía no pueden salir de sus casas porque no funciona el ascensor”, denuncia Martínez lo cual, además “afecta a su estado psicoemocional y genera frustración e impotencia”. Ella reclama a las autoridades que prioricen la reparación de ascensores en aquellas fincas donde vivan personas con diversidad funcional.

Otra de las personas y entidades afectadas por la DANA fue APAMI (Asociación de Personas con diversidad funcional de Catarroja), su presidenta María Dolores Godoy contaba su propia experiencia: “Perdí dos viviendas y una furgoneta y la asociación sufrió muchos daños”. Ella explicaba que su hijo tiene discapacidad y su vida suele discurrir entre el centro ocupacional y el de ocio: “Él no entendía por qué ya no podía ir. Era muy complicado que él y otras personas en su situación comprendieran que ya no podían volver a su vida de antes y que no sabíamos cuándo podrían hacerlo”, se lamentaba.

“Nos dan las gracias por cerrar el centro el 29O”

Desde la misma localidad vivió la tragedia Patricia Rosaleñ, trabajadora social de AFAC (Asociación de Familiares de enfermos de Alzhéimer i otras demencias de Catarroja). Ella rememora que allí llovía a las siete de la mañana del 29 de octubre, pero luego cesó la lluvia. Aún así, cuando regresó a casa y vio en las noticias que localidades como Cheste o Chiva ya estaban desbordadas decidieron cerrar el centro a las 15 horas: “Les pedimos entonces perdón a las familias pero ahora me siguen llegando mensajes de agradecimiento por aquella decisión, pues apenas unas horas después el centro se vio inundado con hasta 2,4 metros de agua. Llegó hasta el techo y lo destrozó todo, mobiliario, que habíamos adquirido en mayo, ordenadores, todo, pero no perdimos ninguna vida”. En aquel entonces contaban con 50 plazas en dos locales, pero ahora solo tienen uno, con 15 plazas y atienden a domicilio a personas usuarias en diez localidades. Ella recuerda también que “tardamos seis días en poder llamar a todos los usuarios para confirmar que ellos y sus familiares estaban bien, pues no había apenas luz, ni Internet y las comunicaciones eran muy precarias”.

“Suspendí una reunión el día 29. Tal vez eso nos salvó la vida”

Precisamente, esta decisión de cerrar el local, no acudir a trabajar o suspender reuniones u otras actividades, tomada de manera autónoma, asumiendo las consecuencias, sin tener ninguna directriz oficial de nadie, es la que salvó a muchas personas en aquellas devastadoras horas. Así lo atestiguaron también otros presentes en el acto como Santiago Hernández, presidente de ASAMED (Asociación para la salud mental de Picanya y Paiporta): “Somos una asociación nueva, nos acabábamos de constituir y no teníamos todavía ni local social. Nos reuníamos en el centro de salud de Paiporta y esa misma tarde teníamos convocada una reunión a las 18 horas a la que iban a asistir unas 25 personas. En Paiporta no cayó ni una gota de agua en todo el día. La gente hacía vida normal porque nadie nos había avisado. Pero yo tengo amigos en el interior, a uno de ellos lo habían rescatado en barca de su casa sobre las cuatro de la tarde y decidí mandar un whatsapp a los asociados pidiéndoles perdón y desconvocando la reunión. Nunca sabré si eso nos salvó la vida”, explica.

“Ya en los días posteriores -recuerda- nos organizamos para ver a quién le faltaban medicamentos y para llevárselos personalmente, puerta a puerta”. Esa fue otra de las claves para salvar vidas en los primeros días, la solidaridad, que venía desde fuera, con las ya icónicas imágenes de voluntarios pasando el Puente de la Solidaridad, pero que también se daba entre los propios vecinos, pues a muchas zonas no llegó nadie, ni la UME, ni la policía, ni los bomberos, hasta varios días después. Solo cabe recordar aquel vídeo que se hizo viral en redes y en el que un bombero francés no daba crédito a que ellos habían sido los primeros en llegar a determinadas zonas.

“Subimos a los residentes a las plantas superiores y los salvamos a todos”

Desde Sedaví, Ana Belén Calero, Coordinadora de Gerocultors, centre Novaedat, explica como suspendieron el servicio de cenas, de manera prematura, sin tener tampoco ninguna indicación ni protocolo desde Sanidad ni desde ninguna otra institución, y decidieron subir a todos sus residentes a la planta superior: “los salvamos a todos”, recuerda con emoción. Más aún, teniendo en cuenta que a varios de ellos tuvieron que subirlos a peso por las escaleras. 

El encuentro contó también con la presencia de las delegadas sindicales de IVASS, Paula Sánchez y Amparo Jorge, así como de su administrativa, Mercedes Rodríguez. Esta última recuerda que “en Aldaia parecía un día normal. Decidí, de motu propio, regresar a casa antes y llegué sobre las 17 horas. Vivo en un primero y veía como el agua iba subiendo, pero no fui consciente de todo hasta el día siguiente cuando bajé a la calle y vi el caos que había”. 

Su compañera, Amparo Jorge, fue otra de las que decidió, por su cuenta y riesgo, cogerse esa jornada libre como “día personal” porque vive en Carcaixent y no quería coger un tren en esa situación. “Tal vez eso me salvó”, indica y añade que, pese a trabajar en una institución pública “nadie me dijo nada. Gracias a los trabajadores se logró tirar hacia delante, pero desde arriba todo era un caos, no había criterios ni directrices claras, denuncia”. Su compañera Paula agrega otro detalle más: “Esa misma mañana teníamos una mesa de negociación con dirección. Varias compañeras, como la propia Amparo, no vinieron y trataron de conectarse online, aunque a esas horas ya tenían problemas de conexión. A mitad mañana había ya demandas personales de trabajadores que nos preguntaban si podían irse a casa o no, pues ya tenían miedo y situaciones familiares que resolver. Somos más de 1.200 trabajadores en el IVASS, se preguntaba si se iba a aplicar algún protocolo y en dirección dijeron que lo iban a ver, pero no llegó información oficial de ningún tipo, solo se nos decía que aplicáramos el sentido común”. Ella lamenta especialmente que, solo cuatro años después del Covid, “cuando ya se evidenció la falta de protocolos y de medidas ante una emergencia, ha vuelto a ocurrir lo mismo”.

¿Si en Alginet sí se suspendió todo por qué en otros sitios no?

Una de las preguntas que todavía están sobre la mesa, sin resolver, es por qué si ciertos organismos públicos, como la Universitat de Valencia o ayuntamientos como el de Alginet decidieron, ya el lunes por la tarde o por la noche suspender toda actividad oficial, no ocurrió igual en otros. Así lo recuerda Patricia Rosaleñ, residente en Alginet y que sí recibió ese mensaje sobre las 22.30 horas del día 28. No pasó lo mismo, por ejemplo, en Alfafar. Eva Ortells, coordinadora de los programas de COPAVA (Asociación coordinadora de recursos de atención a personas con diversidad funcional intelectual) en Alfafar recuerda que nadie les avisó y que fue su propia hija quien le enseñó vídeos de lo que estaba pasando, tras lo cual decidió quedarse en casa. “Los vecinos estaban en shock, no entendían qué había pasado. De repente se encontraban con su mundo arrasado. Hubo gente que necesitaba medicación permanente y que estuvo tres días abandonada”. Y lanzaba una pregunta al aire “¿Por qué en el apagón se declaró el Estado de Alarma y en la DANA no?, tras lo que recordaba, compungida: ”Lo que recuerdo son las voces de la gente llamándose unos a otros en la oscuridad. Todavía es complicado acercarse a un lugar donde haya mucha agua como una simple piscina“.

Entre el público de la jornada había personas usuarias de diferentes asociaciones o centros. Uno de ellos era Quique Pradillo, usuario de Acova: “Tengo esquizofrenia paranoide y tengo que coger hasta tres medios de transporte para llegar a la sede de la asociación en Valencia. Ahora me resulta más difícil todavía”, lamenta y lanza una petición: “Trabajemos en serio para evitar otra tragedia así”.

Otro de ellos era Xavi, que vive en la residencia de Sedaví anteriormente mencionada: “El día 29 tenía cita en la Fe. Voy en silla de ruedas eléctrica y me quedé en la puerta esperando que parara un poco de llover. Cuando lo hizo me fui y pasé por el Puente de la Solidaridad, ya no llovía. Llegué al centro poco antes de las 19 horas y cuando me disponía a cenar vino Belén y me dijo que cogiera el ascensor, que aún funcionaba, y me subiera a la planta de arriba. Gracias a ellas los 125 residentes nos salvamos”, recuerda emocionado.

Piden más recursos y más unión

Xema Sánchez, del área Intersindical Inclusiva y moderador del acto lanzaba al final del mismo dos preguntas abiertas: ¿Cuál es vuestra situación actual y qué demandáis públicamente?

Dolores Godoy (APAMI) lamentaba a este respecto que “la situación en Catarroja todavía es caótica. Más del 80% de ascensores no funcionan. El ambulatorio es un caos. Nosotros abrimos el centro en marzo, aunque aún está sin terminar, porque los chavales ya no podían más. La mayor parte de las obras se quedan a la mitad o se paran de repente y todavía hay gente que necesita donaciones de comida para poder alimentarse cada día”. Ella también reclamaba “que se limpien bien los cauces de los ríos y se invierta para evitar otra tragedia así en el futuro”. Por otra parte, denunciaba que “hasta hace apenas 15 días los Servicios Sociales no se habían puesto en contacto con nosotros, eso es lo que más me ha dolido”, aseguraba.

Por su parte, Patricia Rosaleñ (AFAC) ponía de manifiesto que “contamos con un espacio en construcción, pero sin gente para hacerlo, como casi todo en Catarroja. Vas por la calle y parece todo casi normal, pero cuando entras a las casas, negocios o entidades ves que por dentro está todo por hacer”.

A su lado, Santiago Hernández (ASAMEPP) evidenciaba que “la cuarta pata que sustenta al sistema, como son los servicios sociales, está muy floja. Somos la cenicienta y en cada catástrofe se pone de manifiesto. Ya pasó en el Covid y ahora otra vez”. Él reclama que se cree una unidad de salud mental en Paiporta o Picanya que albergan 42.000 habitantes y que, de hecho, funcionan como una unidad sanitaria propia. Solicita también “que los hospitales sean de verdad de proximidad y que se doten de manera adecuada y que sean públicos”. Tras lo que da un dato: “En España tenemos un psicólogo clínico por cada 100.000 habitantes y en Finlandia o Dinamarca tienen uno por cada 10.000”. Por último también lanza otra petición que, por otra parte, parece bastante lógica, como es que infraestructuras básicas como colegios o centros de salud se construyan en altura, al menos, en las zonas inundables para que “cuando pase alguna catástrofe como esta puedan estar operativos”.

Emilio García, presidente de la coordinadora de las plataformas de dependencia y diversidad funcional de la Comunidad Valenciana, denunciaba que “tenemos un sistema de salud demasiado precario, que excluye y maltrata y que en situaciones de emergencia es todavía peor”. El lamenta que “no hemos defendido bien el modelo y por tanto necesitamos más unión que nunca para mejorarlo. Los cambios se pueden hacer, pero falta mucha implicación y voluntad política real”. También destaca la importancia “de reconocer que nuestro colectivo siempre es el más vulnerable y el más afectado”. Pide que no se incumplan “los principios de igualdad” y alerta de que “a pesar de que se avanzó durante el gobierno del Botànic, ahora estamos retrocediendo de nuevo y volviendo a los recortes y la infrafinanciación”. Sobre sus peticiones de presente y futuro dice: “Tenemos que cambiar el modelo de cuidados, que empodere a las personas y que realmente sea ágil y cubra todas las necesidades desde la valoración inicial de su capacidad, como su formación, su integración en la ocupación o la vivienda”.

Mientras que la psicóloga de COCEMFE, Cristina Duque, finalizaba con esta reflexión: “Se ha vivido una realidad muy dura. En los primeros meses la gente está en modo superviviencia, pero es ahora cuando salen las secuelas de ansiedad y miedo. La sensación generalizada de vulnerabilidad e incertidumbre, pues la pérdida no ha sido solo material, sino de identidad y de confianza”. Por tanto, pide que “la atención psicológica no se relegue a un segundo plano ni sea algo puntual, sino estable, sostenida en el tiempo y bien coordinada”.

Y las delegadas sindicales del IVASS lanzaban otra pregunta: “¿Se han detectado ya todas las necesidades de estas personas? ¿Están atendidas? Y reclamaban una normativa y protocolos claros para actuar ante tales situaciones, así como la contratación eficiente y rápida de personal urgente de sanidad y servicios sociales.

Esta jornada dejó muchas reflexiones y peticiones, pero entre ellas hubo una que se quedaba como una especie de reflexión final y que fue lanzada por una mujer del público: “No podemos olvidar que todos podemos llegar a tener un problema de salud mental, sobre todo ante una situación extrema como la que ha ocurrido con la DANA”.