El mito de la pitaya: cómo aprovechar su sabor al máximo incluyéndola en los platos

La pitaya, también llamada fruta del dragón, procede de diferentes especies de cactus cultivados en regiones tropicales y subtropicales de América y Asia. Durante años ha despertado la curiosidad del público por su aspecto peculiar: una piel de colores vivos, con prolongaciones que recuerdan a escamas o llamas, y un interior blanco, rojo o púrpura lleno de pequeñas semillas negras comestibles.

En el mercado occidental, sin embargo, ha circulado con insistencia la idea de que resulta insípida, una percepción que se ha convertido en un mito muy extendido. El desconocimiento de sus variedades, los problemas de maduración y la forma en que llega al consumidor explican en buena parte por qué se ha consolidado esa fama.

La impresión de falta de gusto suele deberse a que gran parte de las pitayas que se venden en supermercados se recogen antes de alcanzar su punto óptimo, lo que limita la acumulación de azúcares y reduce su intensidad gustativa. A diferencia de otras frutas que continúan madurando tras la cosecha, este fruto apenas desarrolla más dulzor una vez separado de la planta. Por ello, cuando se recoge verde, la experiencia resulta decepcionante.

Este factor ha marcado la primera impresión de muchos compradores y ha reforzado la idea de que se trata de un alimento vistoso pero poco interesante en la mesa. No obstante, en condiciones adecuadas, su perfil gustativo se asemeja al de un kiwi o una uva suave, con un equilibrio entre dulzor y un ligero toque ácido.

Claves para elegir y consumir pitaya

La primera recomendación para disfrutar de este alimento es escoger un ejemplar en buen estado de maduración. La piel debe mostrar un color uniforme, que varía según la variedad: rojo intenso en las de pulpa blanca o roja, y amarillo brillante en la amarilla. Un indicador útil es que al presionar suavemente la superficie ceda un poco sin hundirse demasiado. Si está dura, significa que se recolectó antes de tiempo; si está blanda o con manchas, probablemente esté pasada. La apariencia externa es clave, ya que la pitaya no continúa madurando una vez cosechada.

En cuanto a los tipos disponibles, se distinguen principalmente tres: de piel roja con carne blanca, de piel roja con interior rojo o púrpura, y de piel amarilla con pulpa clara. Cada una presenta matices distintos de textura y dulzor. Las de interior rojo suelen ser más jugosas e intensas en su gusto, mientras que la amarilla es la más dulce, aunque también la más delicada para el transporte. La blanca, la más común en los supermercados, es más suave y en ocasiones ha alimentado la percepción de falta de sabor, sobre todo cuando no llega en su punto adecuado.

Degustada al natural, la pitaya ofrece una parte comestible carnosa y jugosa que puede comerse directamente con una cuchara tras dividir el fruto en dos. También puede cortarse en dados o en bolas para sumarla a ensaladas de frutas. Su textura se combina bien con otros productos tropicales como mango, papaya o piña, pero también con cítricos o frutos rojos que realzan su carácter.

Para quienes prefieren preparaciones líquidas, se adapta a batidos y zumos, mezclándose con otras frutas para lograr una bebida refrescante. De igual modo, triturada permite elaborar sorbetes o helados caseros que aprovechan tanto su jugo como su color llamativo.

Usos en la cocina para superar el mito de la insipidez

En la cocina salada, la pitaya se ha incorporado como ingrediente en ensaladas, ceviches y acompañamientos para pescados o mariscos. Su pulpa, al mezclarse con hierbas frescas como cilantro, cebolla morada y un toque de lima, aporta contraste a recetas con un marcado perfil ácido. También se ha utilizado en vinagretas o salsas ligeras, donde su dulzor natural equilibra ingredientes más intensos. Esta aplicación muestra que, lejos de ser una fruta insípida, su sabor puede complementar y armonizar otros componentes de un plato.

En repostería, la pitaya es valorada por su capacidad para aportar color natural a preparaciones como tartas, gelatinas o mousses. Al triturar la pulpa se obtiene una base que puede convertirse en mermelada o incluso en cobertura de pasteles. Su tonalidad púrpura o roja resulta atractiva en elaboraciones que buscan un acabado vistoso sin necesidad de colorantes artificiales. Además, la variedad amarilla, por su dulzor, se presta a integrarse en cremas o rellenos, ofreciendo un sabor más intenso que la de pulpa blanca.

En el ámbito de las bebidas, la pitaya ha encontrado un lugar destacado. Puede mezclarse con agua de coco para elaborar un refresco natural, formar parte de limonadas o infusionarse en cócteles sin alcohol. En hostelería, su uso en combinaciones con destilados ha dado lugar a cócteles en los que aporta frescura y un perfil frutal equilibrado. De esta manera, tanto en elaboraciones dulces como saladas, frías o calientes, la fruta demuestra que el mito de la insipidez no responde a sus verdaderas posibilidades, sino a una falta de conocimiento sobre cómo y cuándo consumirla.