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Cuatro noches con Sorogoyen y el equipo de 'Los años nuevos' preparando una despedida (en plano secuencia)

Rodrigo Sorogoyen da las últimas instrucciones antes de comenzar una de las tomas del plano secuencia final de 'Los años nuevos'

Javier Zurro

Madrid —

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A las 7:47 del viernes 8 de marzo, la segunda planta del hotel Tótem, en el centro de Madrid, estalla en aplausos. Es el resultado de casi 50 minutos de tensión, de aguantar la respiración esperando que el momento que durante tanto tiempo se ha preparado y ensayado saliera a la perfección. Solo había dos posibilidades de éxito. Y una de ellas ha salido. Quien se encuentra en esa planta, como si fuera un cuartel de operaciones, es el equipo de Los años nuevos, la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen que en su habitual máxima de ir un poco más lejos ha decidido que el episodio final, una larga conversación de una pareja en la habitación de un hotel se realizara en un plano secuencia.

No era un plano secuencia cualquiera, sino uno que comenzaba en la calle, en el mercado de la Paz, con Ana ―la protagonista de la serie― cogiendo unos cafés para subir a la habitación donde le espera Óscar (el otro personaje principal). Lo que llega es una coreografía de puesta en escena, pero sobre todo, la entrega descarnada de dos actores, Iria del Río y Francesco Carril, que llevan preparando este final 90 jornadas de rodaje. Los años nuevos (de Movistar Plus+ junto a Caballo Films) no es una serie normal sobre una relación de pareja. Sus creadores, Sorogoyen junto a las guionistas Sara Cano y Paula Fabra, decidieron que se rodara en orden cronológico. Cada episodio es una mirada realista y cruda a un año en la vida de esta pareja, y el décimo ―y último― episodio es el reencuentro de sus personajes en un hotel, pero también la despedida de los actores de esta intensa experiencia.

El plano secuencia se ha preparado minuciosamente durante cuatro días, y elDiario.es ha vivido junto al equipo los ensayos, los nervios, la preparación, el rodaje y el final. En la mente de los tres creadores había un plano perfecto, y era el que terminaba con el amanecer cuando ambos bajan de la habitación. Para ello había que empezar a rodar en torno a las 6:45 y no había margen de fallo. La última toma, la que valió realmente, comenzó a las 7:00 en punto, con el equipo consciente de que ahí se lo jugaban todo. Por eso los aplausos y el llanto de alegría y emoción de todo el equipo.

Tras el plano secuencia quedaba otro de cada uno de los protagonistas. Francesco Carril, tras clavarlo, después de esos 47 minutos virtuosos junto a su compañera, no podía contener la emoción. No era capaz de detener las lágrimas ni de aguantar ese último plano. Sorogoyen dejó el combo, cruzó la calle y le dio un beso. “A por ello Fran, te lo mereces”, le dijo antes de dar una claqueta final que encima llegó bajo la lluvia, como se escribió originalmente el guion del episodio 10. Iria del Río reconocía todavía con la adrenalina del rodaje que sabían que aquella toma era a todo o nada, pero que, extrañamente, lo había disfrutado. 

Como si una película se tratara, ahora toca hacer un flashback. Toca viajar al pasado. Al lunes 4 de marzo, cuando todo comenzó a pergeñarse en la habitación 208. Allí es donde todo pasaría. El plano secuencia empezó a tomar forma con un ensayo. Con 26 marcas pegadas con cinta de carrocero en el suelo. Con el propio Sorogoyen grabando todo para servir de guía al operador de cámara, la verdadera estrella en la sombra de esta escena. Él es quien llevaría el resto de días los 25 kilos de la cámara durante ocho horas, y el que aguantaría en pie hasta clavar el último plano del último día. 

En un acto de transparencia, Sorogoyen y los actores nos permiten entrar en la intimidad de ese ensayo. “Francesco va a salir desnudo, ¿os importa?”, dicen. El desnudo físico del actor era lo de menos ante la desnudez emocional y el sopapo de realidad que iban a desplegar él e Iria del Río en un ensayo con el que Ruy, como llaman todos al director, se quedó “tranquilo”. Había cosas que pulir, pero sabía que iba a salir. Destaca la paciencia de Sorogoyen, que nunca levanta la voz, que confía al 100% en un equipo donde destacan Coline Perruchon, coordinadora de dirección y primer ayudante, y Lali Rubio, su directora de fotografía, que con apenas 30 años se enfrenta a un plano que muchos profesionales no podrán realizar en su vida.

Un rodaje en constante cambio

Tras dos días de ensayos, el rodaje se muestra como un organismo vivo y en constante transformación. Sorogoyen se pasa todo el segundo pase, ya con el operador de cámara, tomando notas. “Imperfecciones”, como cuenta poco después. En un iPad anota con un color los fallos técnicos y en otro color los comentarios para los actores. No le ha gustado el tono. Lo ha visto “hiperdramático”. Toca pulir. “Hay marcas y textos que no me han funcionado y partes que se me caen. La gran nota que he tomado es que han estado muy llorosos desde el principio y yo creo que no deben estarlo. Ha habido demasiado drama desde el principio”, añade.

Le preocupa, también, la duración. Depende de cómo se diga el texto, el episodio se puede ir de largo. “Es la primera vez que ha durado 40 minutos. Ayer lo hicimos y duraba 30. Y esto es solo la parte de la habitación, así que tengo que plantearme si quitar algo, si hacerlo más ligero… tengo que volver a verlo. Mi sensación es que al principio se caía un poco, pero tengo que ver dónde metemos caña”, subraya y hace una confesión: todavía no sabe bien cómo terminará visualmente el episodio.

Lo medita con la almohada y lo comunica al día siguiente. El plano secuencia se mantiene… excepto al final. No quiere terminar con un plano de uno mientras que el otro queda de espaldas. Así que rodará también unos planos de cada uno de ellos de frente, mostrando su reacción. También ha quitado una página de guion. Ahora toca repasarlo con los actores, y también escuchar las notas de las creadoras, que apuntan lo que ellas consideran que debe mantenerse sí o sí del texto original. 

A media hora de empezar el primer día de rodaje las luces del hotel se convierten en un problema. La parte en la que salen de la habitación, pasan por los pasillos y la escalera, las lámparas propias del local, saturan. Los técnicos las tapan como pueden ―incluso con sus chaquetas―, y colocan difusores en todas ellas. También tapan las luces del ascensor. Es lo que se denomina como “intervención”. Como toda la serie, el episodio transcurre en torno al último día del año. En esta ocasión es el 31 de madrugada, con la actividad de un mercado de fondo y un paseo por la calle. Aunque ahora estemos en marzo, en la serie es Navidad, por lo que la calle Lagasca ha viajado en el tiempo. Luces en los árboles, en las tiendas y en los balcones que llaman la atención a la gente que pasea poco antes de que se corte del todo la actividad durante ocho horas en uno de los barrios más lujosos de Madrid.

Cortar el Barrio Salamanca

La ocurrencia de Sorogoyen de rodar en plano secuencia, que ya estaba en el guion de Sara Cano y Paula Fabra, no solo conlleva un esfuerzo técnico e interpretativo, sino de producción. Si ocurriera solo en la habitación del hotel sería más fácil, pero comienza en la calle y termina de nuevo en la calle, por lo que, aunque se ruede de madrugada, hay que cortar varias vías de una de las zonas más concurridas del centro de Madrid. “Si hay lío, le gusta”, dice con ironía Nacho Lavilla, productor y amigo del director. Por eso el plano secuencia comienza con el mercado de la Paz de fondo. “En el guion solo ponía cafetería, pero cuando dimos vueltas buscando una, cuando ya habíamos elegido el hotel, a Ruy le gustó esta idea”, explica Pere Capotillo, jefe de producción.

Solo elegir el hotel no fue fácil. Visitaron muchos, le mandaron fotos, se quedaron con cinco finalistas y comenzaron a llamar. Algunos no quisieron, otros se iban de presupuesto y había dos factores externos: ARCO y un partido de Champions del Real Madrid. La ocupación ya estaba al 90% cuando empezaron a localizar, y “lo fácil hubiera sido decir que no”. No es solo reservar una habitación, sino toda una planta, a lo que hay que añadir que durante el rodaje se cortan los accesos, algo que puede molestar a los otros huéspedes, ya que el hotel siguió funcionando con normalidad. 

Cualquiera podía bajar al lobby y fastidiar una toma. Igual que cualquier persona podía salir de su casa en las calles adyacentes y salir en plano. Para ello había 30 personas controlando que nadie saliera de su portal ni a las zonas comunes del hotel. Con los porteros de las casas se habló para que no metieran los cubos de la basura hasta que no terminara el rodaje, y con el Ayuntamiento y la oficina de rodajes se trabajó para que los camiones de la basura pasaran antes de las 23:00 y recogieran en otros puntos durante esas horas. También afectó a los camiones del mercado, que al día siguiente abría con normalidad y que ese día hicieron su descarga por la otra entrada. Pere Capotillo tuvo que ganarse la confianza del barrio y del mercado. También de los puestos que usaron y que iban a ver afectada su rutina por su presencia. A ellos se les encargó los bocadillos o se les hizo parte del rodaje junto a los 37 figurantes que aparecen para simular ese “movimiento real” que quería el director de fondo.

Capotillo explica que siempre todo sale según “la ley del cine”. No se refiere al texto pendiente de aprobación por el Ministerio de Cultura, sino a la que rige los rodajes y que “es peor que la de Murphy”. “Si tiene que pasar algo, será a la peor hora posible”, dice con humor y consciente de que por mucho que se planifique habrá sorpresas. En un rodaje “normal”, esas sorpresas son más fácilmente evitables, porque “te llevas todo a tu favor”, como explica. Colocan las horas de rodajes, pueden cortar, decidir desde dónde toman el plano… En un plano secuencia todas esas variables no existen y cualquier error hace cortar. “En un plano secuencia hay que hacer que la ficción conecte con la realidad y hay un margen de azar muy grande”, dice casi como segundo principio de esa 'ley del cine' que solo conocen los que lo viven desde dentro.

Salto al vacío con los actores

Lo que dejaban claro los dos primeros días de ensayos es que la coreografía del operador de cámara es crucial, que cualquier paso en falso puede ser fatal y provoque volver al principio, pero también que el trabajo de los actores es fundamental. Como ellos mismos describen horas antes del último día de rodaje y con los nervios a flor de piel, “esto es como una obra de teatro”. Muchas veces se habla de química, pero para Francesco Carrill hay algo más importante: “Entenderse a otros muchos niveles”. “Ya no es solo la química que puedas tener rodando, sino que casi es más importante a veces la que tengas detrás. Hemos tenido que rodar secuencias muy íntimas, muy complicadas. Era la primera vez que yo, por ejemplo, rodaba secuencias de sexo tan fuertes, tan desnudas, valga la redundancia, y yo, si no hubiera sido con ella, no sé cómo lo hubiera hecho”.

Carril hizo casting, pero Iria del Río fue elegida sin prueba. Ella quedó finalista para el papel protagonista de Antidisturbios que finalmente haría Vicky Luengo; aunque obtuvo un pequeño papel en la serie. Desde entonces, Sorogoyen tenía claro que quería trabajar con ella y que le debía un protagonista. Sabe que no se ha equivocado. Para Del Río, el director “sabe ver la naturaleza de los actores y entender que la conjunción va a funcionar no solo interpretativamente, sino personalmente”. Para Sorogoyen, la máxima es simple: “La base está en querer a los actores, quererles como personas. Tener por ellos una fascinación, un amor, un respeto, un cariño, una amistad”. Eso lo basa en “la comunicación” y en la “tranquilidad de que pueden hacer lo que quieran”.

Esa confianza se notaba también en los técnicos. En el sonidista que con la pértiga hace un ejercicio casi de gimnasia rítmica dentro de esa habitación 208 para que nunca se vea el micrófono. En los que cortaban difusores para tapar las luces contrarreloj. Hasta en el que empujaba la carretilla donde iba el operador en los primeros minutos del plano secuencia, que finalmente tuvo cuatro tomas buenas. En las guionistas que sufrían con cada corte, que estuvieron toda la noche pendiente y bajaron corriendo cuando, como habían escrito, con el amanecer y la lluvia se dio la última claqueta antes de irse a celebrarlo con tortilla y cerveza a las 8 de la mañana. Todo bajo unas luces falsas de Navidad que comenzaban a quitarse para que la vida volviera al sitio que le había suplantado una serie durante las últimas ocho horas.

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