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'El escándalo Ted Kennedy': retrato de la política cegada por el poder y la hipocresía

Tras una breve investigación, Ted Kennedy acabó recibiendo una leve condena judicial por sus acciones

Ignasi Franch

En verano de 1969, el senador Ted Kennedy se perfilaba como la nueva esperanza politica de la familia y del Partido Demócrata estadounidense. Tras los asesinatos de sus hermanos John y Robert, Ted parecía destinado a intentar el salto a la Casa Blanca. Sus posibilidades quedaron comprometidas tras un accidente de tráfico con consecuencias letales.

Una noche, tras una fiesta, Kennedy perdió el control del coche que conducía. Le acompañaba Mary Jo Kopechne, una antigua colaboradora de la familia. Ella quedó atrapada bajo el agua, pero Ted abandonó el lugar de los hechos. Horas después, y bajo presión de dos amigos, se presentó a la policía cuando ya se había localizado el cuerpo sin vida de la mujer.

Un accidente desgraciado podía convertirse en un homicidio por omisión: Kopechne podría haber sobrevivido durante minutos, incluso horas, mientras el comprensible shock inicial de Kennedy se convertía en una odisea de dilaciones en la asunción de su responsabilidad. La condena judicial fue leve y el político fue reelegido como senador, pero nunca llegó a ser candidato a la presidencia.

Ahora, un relato de aquellos hechos, acompañado de algunas hipótesis en la reconstrucción dramática, llega a las pantallas comerciales en forma de drama firmado por John Curran (Stone, El velo pintado). El escándalo Ted Kennedy es una producción independiente, de ritmo calmado, que proyecta una cierta sobriedad estética y no carga las tintas en lo que podría haber sido un thriller... o una sátira despiadada.

El centro de la propuesta es el retrato del personaje protagonista, dibujado como un egocéntrico que suspende sus principios éticos en beneficio de la ambición. Y de la impunidad de su conducta errática. El filme acaba siendo, sobre todo, la desmitificación de una dinastía familiar en forma de vapuleo a su protagonista.

Rapapolvo fílmico a una dinastía política 

Los responsables de la película combinan la reconstrucción de escenas documentadas con un enfoque especulativo. Al fin y al cabo, la narración no prioriza las escenas más o menos objetivables, sino que se centra en el retrato psicólogo del protagonista y en el relato de movimientos clandestinos.

Ted Kennedy aparece como alguien abrumado por la responsabilidad, algo infantil y caprichoso. Incluso aparece jugando con una cometa mientras se decide su futuro. Se le muestra como un hombre poco conmovido por la muerte de Kopechne, salvo en momentos ocasionales en que le domina el sentimiento de culpa.

Por otra parte, la gestión de la crisis legal y de imagen derivada del accidente sirve para vislumbrar un aparato de asesoría legal, influencias políticas y manipulación mediática impulsado por el patriarca enfermo, un Joseph Kennedy ejerce de padre severo y demiurgo silencioso. Entre los integrantes del grupo está Robert McNamara, antiguo secretario de Defensa, protagonista del documental The fog of war y figura relevante en Los archivos del Pentágono.

Los choques entre el grupo de cínicos expertos y Ted Kennedy, quien alterna la hipocresía con los arrebatos de honestidad, se aproximan a la comedia negra. Los asesores llegan a proferir exclamaciones de sorpresa, exasperados por lo que consideran una grave bisoñez del asesorado. En pleno naufragio ético, Joseph Gargan insiste en recordar que la víctima principal del accidente fue Kopechne.

Gargan es el único referente posible para una audiencia que difícilmente se identificará con el ridiculizado protagonista o sus implacables fontaneros. En ausencia de personajes positivos, entre estampas de culto al carisma de un apellido convertido en marca, la película flirtea con lo antipolítico. En una escena, Kopechne declara que trabajó con Robert Kennedy porque no parecía que trabajase en política, sino que hiciese un servicio público. Las acciones de los personajes ratifican esta identificación de la democracia representativa con el partidismo, con la insensibilidad y los privilegios del poder.

Curran y compañía emprenden una desmitificación de la dinastía familiar que remueve la tierra alrededor de los iconos incuestionables. Critican a Ted y al siempre discutido Joseph, pero protegen a JFK y su hermano Robert. Quizá los autores guiñan el ojo a un nicho de mercado estadounidense ávido de producciones que ataquen al Partido Demócrata y sus símbolos, pero evitan el choque frontal con el mito Kennedy. El visionado puede resultar interesante, siempre que se asuma la abundancia de libertades creativas propia del biopic.

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