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50 años de ‘Los desposeídos’, de Ursula K. Le Guin: diez claves sobre un mundo sin propiedad privada y sexualidad sin apegos

Retrato de Ursula K. LeGuin tomado en diciembre de 1985, en San Francisco, 11 años después de escribir 'Los desposeídos'

Cristina Ros

16 de agosto de 2024 22:10 h

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Hija de antropólogos, Ursula K. Le Guin (Berkeley, California, 1929 - Portland, Oregón, 2018) se sirvió de sus conocimientos en estructuras sociales y conducta humana para dar forma a los universos alternativos de sus más de 20 novelas, entre las que destacan El ciclo de Terramar (1968-2001), La mano izquierda de la oscuridad (1969) y Los desposeídos (1974), hitos no solo de la ficción especulativa, sino de la narrativa en general, sin etiquetas. Autora prolífica, también cultivó el relato, el ensayo, la poesía y la literatura infantil. No le faltaron reconocimientos, pero persiste la sensación de que debería ser más leída. El quincuagésimo aniversario de Los desposeídos es una buena oportunidad para descubrirla: una novela de gran carga política, cocinada en los años posteriores al Mayo del 68, que plantea debates sobre género, sexualidad o economía sostenible.

Shevek, un físico del joven planeta Anarres, viaja a Urras, algo así como una Tierra (aún) más decadente. Quiere conocer in situ el lugar de origen de los fundadores de Anarres e intercambiar conocimientos. Ha estudiado, sabe lo que va a encontrar; pero la teoría no evita la mirada de asombro del foráneo al explorar el terreno. En paralelo, se narra su vida en su tierra natal desde la niñez: una aproximación a su lado íntimo –como hijo, amigo, compañero, padre– que a la vez compone un marco del funcionamiento de la civilización de Anarres. Shevek –que se inspira en Robert Oppenheimer, un amigo de la familia– es, además de un científico brillante, un humanista en su sentido más noble, un defensor de la ética y la justicia social. De sus observaciones sobre los contrastes entre Anarres y Urras se pueden extraer ideas para repensar el mundo de hoy.

1. Economía: comunitaria y sin propiedad privada

“La propiedad privada es una ilusión que nos separa y nos divide”.

Todo es de todos, el sistema se orienta para favorecer el potencial de cada uno. No existe la economía de mercado: todo se fundamenta en el espíritu colaborativo. Si el individuo no siente presión por el dinero –tiene garantizadas las necesidades básicas, el desarrollo intelectual y la libertad para satisfacer sus deseos íntimos–, no compite con nadie, sino que trabaja por el bien común. La no-posesión da más libertad: no tienen unos bienes de los que hacerse cargo o que generen rivalidades; no hay, por lo tanto, guerras. Además, no se relega ningún trabajo a los más débiles: las tareas menos gratas, como limpiar, se reparten. Entre todos se hace más llevadero.

2. Estructura social: igualitaria y sin personalismos

“La igualdad no es una utopía, es una necesidad”.

No existe nada parecido a las clases sociales; el hecho de ser un físico que ha obtenido logros extraordinarios no le confiere más honores que a los demás. Por eso, no existen los tratamientos: en Urras, rechaza el “doctor”, pide que lo llamen por su nombre, de tú a tú, sin importar si habla con un científico o un estudiante. Su nombre, a propósito, tampoco dice nada que lo pueda diferenciar de sus compatriotas: en Anarres, el nombre se genera por ordenador, seis letras que conforman una palabra única. Los padres no tienen la posibilidad de elegir, pero a cambio se gana agilidad en la burocracia, al no tener que identificar a la población con un código numérico.

3. Educación: igualdad (real) de oportunidades y vocación de servicio público

“La educación es el camino hacia la liberación”.

En Anarres, cada uno estudia aquello para lo que está más dotado, con independencia del origen o la profesión de los padres. Todas las ramas del conocimiento se valoran, aunque la novela se centra en las disciplinas científicas. No deben preocuparse por la prosperidad, porque se les garantiza la subsistencia. El sistema se orienta al beneficio común: no se trabaja por enriquecimiento o prestigio, sino para mejorar la vida de los demás y las condiciones del planeta. Se da importancia a la docencia: el profesor no depende de sus publicaciones; y los alumnos, estimulados, se implican más.

4. Feminismo: igualdad de derechos y crianza compartida

“Si para respetarse a sí mismo, Kimoe tenía necesidad de considerar que la mitad del género humano era inferior a él, ¿cómo harían las mujeres para respetarse a ellas mismas?”

Las mujeres de Anarres se integran en la sociedad y el ámbito profesional igual que los hombres, sin que las diferencias biológicas sirvan de pretexto para la discriminación. En el momento de procrear, se les facilita el embarazo (comida extra, adaptación laboral sin perjuicio) y la reincorporación profesional tras el parto. No se las juzga si dan prioridad al trabajo; tanto ellas como el padre, o los dos, o ninguno, pueden ocuparse del bebé (o no). Como crítica, se echa de menos la presencia de otras identidades de género.

5. Familia y reproducción: en común y sin ataduras

“La separación educa, sin duda, pero tu presencia es la educación que yo quiero”.

Tener descendencia no implica “formar una familia” si no se quiere: padres y madres pueden priorizar su carrera sin sentirse señalados, hay centros donde dejar a los niños (y, aunque no se profundiza en la tercera edad, se supone que para ellos también se aplica esta solución; los parientes no tienen por qué ocuparse). Tampoco han de ser pareja. En una sociedad basada en la comunidad, se carece de propiedades y se combate el sentimiento de posesión hacia el hijo o el amante. Esto tiene su contrapartida: Shevek se cría sin su madre, lo que le deja un profundo vacío afectivo. Cuando él se convierte en padre, siente un vínculo hacia la criatura que despierta el recelo de los demás. Se promueve tanto la eficiencia que se aniquilan las emociones, el apego. Entre eso y la sobreprotección de hoy, sería deseable un equilibrio.

6. Sexualidad: libre, sin apegos y sin explotación

“Le parecía extraño que hasta el sexo, fuente de tanto solaz y deleite durante muchos años, pudiese transformarse de la noche a la mañana en un territorio desconocido, en el que tendría que pisar con cautela”.

No hay relaciones bien vistas ni mal vistas: se puede mantener un vínculo afectivo sostenido en el tiempo –esto produce relaciones asimétricas cuando uno siente más que el otro; un problema emocional que se sufre en solitario–, se pueden tener encuentros, tanto con hombres como con mujeres, sin compromiso. Libertad, siempre que no se fuerce al otro. Las violaciones están penadas, aunque el castigo es controvertido: se considera un problema de salud mental, por lo que se les da ayuda profesional. También se arguye que, en una sociedad tan libre de unirse y separarse, apenas se violenta al otro; una idea, quizá, demasiado utópica. Por otro lado, Anarres no es una sociedad sexualizada, no existen la prostitución ni la pornografía, no se usa el sexo como valor mercantil. Sin embargo, cuando hallarlo en Urras aviva sus instintos, el propio Shevek se cuestiona.

7. El lenguaje: la comunicación global frente a la diversidad cultural

“Un hombre, por muy inteligente que sea, no puede ver lo que no sabe ver”.

Shevek, ya antes de salir de Anarres, discute la imposición de una única lengua: en aras de la comunicación, se pierde riqueza cultural, diversidad. La lengua lo uniformiza todo, y, como advirtió Orwell, es un mecanismo de control que refleja el funcionamiento de la sociedad. Sin palabras para nombrar los afectos, estos se niegan; se convierten en un tabú, un sentimiento incómodo que se guarda para sí. Shevek estudia el lenguaje arcaico de los colonizadores como un historiador, y gracias al idioma extranjero descubre otras realidades posibles. En la curiosidad intelectual del protagonista hay también una reivindicación de las ciencias humanas y sociales, incluidas las clásicas.

8. Clima y medio ambiente: reacción a la emergencia climática

“La revolución no es un evento, es un proceso continuo”.

A diferencia de otras obras de la autora, no profundiza tanto en la ecología: en Urras la acción humana ha producido efectos nefastos, pero Anarres sufre la sequía. No hay animales ni variedad vegetal; es un planeta distinto, y también –esto se ve poco a poco– con zonas de condiciones distintas, por mucho que se promueva la conciencia colectiva. Lo positivo, para Shevek, es que, cuando la necesidad apremia, el ser humano reacciona (tenemos el ejemplo reciente de las vacunas para la COVID-19). Al menos, en Anarres.

9. Noción del tiempo: vivir en el presente

“No es ir de un lugar a otro lo que te mantiene vivo. Es tener el tiempo de tu parte. Trabajar con él, no contra él”.

Anarres tiene otra forma de medir el tiempo y organizar el calendario (en decenios, por ejemplo), pero, más allá de eso, se vive en armonía con el momento. No se trata del carpe diem, sino de comprender que el presente es lo único que tenemos. De este modo no hay dolor por el pasado ni preocupación por el futuro (al menos, en teoría), ni esa angustia tan contemporánea por la sensación de falta de tiempo. Tampoco padecen la tiranía de la inmediatez; se dispone de tiempo lento para la educación y para todo.

10. Activismo y solidaridad: empatía y compromiso social

“La cooperación es más efectiva que la competencia”.

Aun con su frialdad para ciertos aspectos, en Anarres predomina la voluntad de ayudar al otro cuando lo necesita. Esto cobra relevancia en Urras, donde Shevek se implica en la lucha por las desigualdades, siempre de parte de los desfavorecidos. La autora no se limita a denunciar una situación injusta, sino que impulsa a la acción: algo parecido a nuestros sindicatos y manifestaciones; la protesta cívica para pedir cambios. Para poder implicarse, son importantes los valores de Shevek: sin prejuicios hacia el “diferente”, con curiosidad. Y autocrítica: al observar otras realidades se ve la propia con otros ojos.

Porque puede que Anarres sea, en apariencia, “mejor” que Urras, más acorde con unos valores necesarios como alternativa o contrapeso al capitalismo feroz. Con todo, Ursula K. Le Guin no cae en la ingenuidad de concebir una civilización “perfecta”, y una parte del interés de Los desposeídos reside en la revisión de Shevek de sus propios principios. De aquí también se extrae una lección: no acomodarse, no tener miedo a reconocer los errores, no juzgar al otro. Y actuar. En otras palabras: estar siempre abierto al cambio.

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