Un “cuello de botella” estrangula una temporada sobresaturada de festivales

Ángeles Oliva

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Los técnicos que trabajan en el montaje de escenarios para conciertos llevaban un tiempo advirtiéndolo pero no habían sido escuchados. “Las personas que desempeñamos estas labores nos exponemos cada día a situaciones peligrosas, incluso fuera de la legalidad, y empresas e instituciones miran para otro lado”, dijo hace unas semanas la Asociación de Técnicos Audiovisuales y del Espectáculo de Castilla y León (Atae).

No eran los únicos. El sindicato de profesionales técnicos del espectáculo de Galicia (Tesgal) hacía en mayo “una llamada de alerta ante la previsible sobretensión del sector causada por la gran concentración de eventos en los próximos meses”. También, la Asociación de Técnicos/as de Eventos y Espectáculos de Andalucía solicitó el año pasado al Ministerio de Trabajo que incluyera en su plan de revisión de condiciones de trabajo en temporada de temperaturas extremas, la supervisión de las tareas de montaje y organización de espectáculos veraniegos al aire libre. Por su parte, Atae pedía que “no tengan que ocurrir desgracias para que se pongan soluciones”. Ocurrieron las desgracias y aún están por verse las soluciones.

El pasado viernes, el escenario principal del festival O Son do Camiño, en Santiago de Compostela, se vino abajo durante su montaje, provocando lesiones en seis trabajadores, uno de los cuales sigue en la UCI. Antes de que ocurriera, los técnicos gallegos ponían el foco en la raíz de la situación actual: “La sobresubvención de eventos alimenta las deficiencias y la precariedad”, dijeron en un comunicado.

Hinchando la burbuja

La posibilidad de que se haya hinchado este año una burbuja de festivales, con riesgo de explotar, planea entre los profesionales del sector. “Este año ha habido un cuello de botella”, admitía Albert Salmerón, presidente de la Asociación de Promotores Musicales (APM) este lunes, tras el accidente en Compostela, en una jornada impulsada por la CEOE para reivindicar a la industria de la música en vivo como sector económico. “Llevamos dos años que no ha habido festivales y este 2022 se están recuperando algunas ediciones que vienen de 2019, conciertos que han pasado por varias rondas de devoluciones de entradas porque se han ido posponiendo. No es fácil, sobre todo cuando empieza a haber esa acumulación de eventos”, añadía.

En el mismo encuentro, Manuel Saucedo, CEO de Impulso-Wizink Center, admitía que “la oferta está siendo, entre comillas, excesiva, este verano está siendo abrumador”. Y de seguido apunta estas reflexiones para el sector: “¿Es correcto que sea así? ¿Es correcto que un festival se pise a otro? ¿Es correcto que sucedan al mismo tiempo? Habría que canalizar, de alguna forma, esas programaciones para que no se pisen unos a otros. Observamos que hay un problema y lo hablamos entre todos: faltan hierros, falta material, falta personal, falta de todo”. Tras las preguntas, Saucedo añadía una advertencia: “¿Falta público? Cuidado”.

Tras la pandemia, la recuperación del mercado festivalero este año ha sido veloz y voraz. De hecho, los festivales españoles son el destino favorito de entre estas citas a nivel internacional, elegidos por el 68% del público de festivales, según datos de un estudio de las empresas ticketeras Festicket y Event Genius, seguido de lejos por Portugal y EEUU, ambos destinos con un 7%. El mismo análisis ha señalado que en la nueva normalidad los festivaleros se están gastando tres veces más por cada festival de lo que lo hacían antes de la pandemia, situándose en una media de 550 euros por persona.

Sónar, Primavera Sound, Azkena, MadCool, BBK Live... todas las grandes citas vuelven este año tras dos ediciones de ausencia. En esta circunstancia de euforia festivalera, alguno ha tenido que cancelarse, como es el caso del 240 Brutal Metal Festival en Murcia o el Octopus en Valencia: “No es viable en estos momentos”, comunicaron los organizadores de este último. “Este va a ser un año complicado porque hay muchísimas entradas a la venta”, señaló Albert Salmerón. “Algunos van a funcionar muy bien, unos porque ya lo tenían vendido, y otros porque por la naturaleza del artista no van a tener problemas en vender. Eso es lo que sale en los grandes focos pero la mayoría de conciertos están teniendo grandes dificultades este año porque hay muchas entradas a la venta que hay que repartir entre, al final, el mismo público, y algunos de los bolsillos están tocados, lo que añade algunas dificultades”.

Una pandemia y una guerra: saturación y sobrecostes

“No contamos con que después de la pandemia habría una guerra”. A la esperable sobresaturación de eventos se le suma una dificultad coyuntural, según apuntó en el mismo encuentro Paco López, presidente de la Asociación de Representantes Técnicos del Espectáculo (ARTE). “Estábamos confiados en que íbamos a poder absorber la sobreoferta y ahora no lo estamos en absoluto porque la situación es complicada”, añadió.

Los promotores de festivales señalan el “sobrecoste” provocado por la invasión de Ucrania y su consecuente alza en los precios de la energía, que provoca un “sobrecoste de transporte de material”, señala Salmerón, en concreto el “transporte de escenarios, de equipos, de infraestructura y también de artistas”. Este es un año que va a costar más rentabilizar, por lo que es necesario ajustar los precios y los tiempos de la producción. A esta coyuntura internacional, Salmerón suma una local: “El sobrecoste provocado por la reforma laboral: los contratos para el personal de servicios son muy cortos” y aumentan “con la reforma laboral”.

En cambio, Juan José Castillo, de la Coordinadora Sindical de Trabajadores y Músicos advierte de que el crecimiento exponencial de festivales viene de atrás, y las condiciones de trabajo arrastran la precariedad como norma: “Ha habido una sobreprogramación de festivales desde hace una década, y eso influye en las condiciones de trabajo, aunque no hace falta irse a un gran festival. Las condiciones son precarias para músicos y artistas, también para los técnicos, los servicios auxiliares, y el público que lo tiene que sufrir”, dice.

En España se realizan cerca del millar de festivales de música. Según la contabilidad del INAEM, se ha pasado de los 755 de 2008 a los 896 de 2019. El incremento de citas no es tan llamativo como lo es el crecimiento de espectadores, lo que indica que en la última década la dinámica de los festivales ha consistido en crecer ampliando su aforo y su número de días, lo cual les ha ayudado a aumentar su rentabilidad.

Durante la década de los dos mil, España ha consolidado su tejido de macrofestivales, una actividad que despegó con el Espárrago Rock y el Festival de Benicàssim a mediados de los 90. Las cifras de la primera década del siglo XXI fueron contenidas: 664 mil personas compraron entrada en 2004 y son también 698 las que lo hacen al final de la década, en 2009, según el recuento de la SGAE. Pero es 2010 el año del despegue: se pasa de 1,5 millones de espectadores en ese año, a 6,6 millones en 2019. También la recaudación se disparó en los últimos años de la pasada década, pasando de 16,9 millones de euros en 2009 a 221 millones en 2019.

El análisis de Castillo es que, a pesar de ser una industria millonaria que se ha visto crecer a ojos vista en los últimos diez años, la precariedad de sus trabajadores y las condiciones laborales que denuncian los ténicos persisten por “la inexistencia de relaciones laborales”. Las últimas reformas laborales del Gobierno y el futuro Estatuto del Artista están llamados a corregir estas carencias, algo que precisamente critica la patronal de los espectáculos musicales. “Empresas privadas y administraciones públicas siguen considerando a los músicos como trabajadores por cuenta propia, se les contrata como a sociedades mercantiles, se les exige que emitan facturas y se niegan las relaciones laborales. Esto hace que se siga trabajando en precario”, señala el músico y representante sindical. Castillo explica que las asociaciones patronales del sector se niegan a negociar un convenio colectivo que regule las condiciones de trabajo: “Ahora mismo los sindicatos estamos negociando el convenio que afecta a todo el sector, a todas las empresas públicas y privadas y a todos los profesionales. Y en la mesa de negociación, además de los sindicatos, solo está sentada la patronal de las salas de fiestas. No está ni la patronal de los festivales ni de las salas de música en vivo”, señala.

A esa ausencia de convenio colectivo que regule el sector achaca las terribles condiciones de su trabajo el técnico de sonido Luismi Pedrero, que en un hilo de Twitter que tuvo gran relevancia, detalló sus condiciones trabajando para una empresa privada contratada por el Ayuntamiento de Valladolid: jornadas de 16 horas, sueldos bajos, horas extra sin cobrar, cambios de lugar de trabajo sin planificación, horarios arbitrarios o tener que realizar las funciones de varios profesionales al mismo tiempo. Estas condiciones y una presión constante por parte de la empresa y los centros públicos donde trabajaba, le han provocado problemas de salud mental, una baja por ansiedad, tratamiento psiquiátrico y un enorme desgaste personal.

El portavoz de la Coordinadora Sindical de Trabajadores y Músicos recuerda que “siempre es el público el que mejor reacciona y gracias a quien no ocurren accidentes más graves”. Y explica que el aumento de festivales ha hecho que se recurra a personas amateurs que no tienen la experiencia necesaria para desarrollar tareas complejas y que entrañan riesgos. “El mundo amateur existe, en un escenario como el del MadCool se cruzan profesionales y otros trabajadores que no lo son. La sección de músicas de CNT estuvo luchando mucho contra esto hace cuatro años y consiguió que se diese de alta a mucho del personal auxiliar que atiende barras y limpia basura tan solo a cambio de una pulsera”, añade.

El rico tejido empresarial que han creado los macroconciertos ha hecho surgir diversas entidades patronales. La Asociación de Festivales (AFA) es una de ellas. Su abogada, Belén Álvarez, valora que “el incremento” de festivales “es bueno”. “El contenido cultural nunca sobra y supone que el sector se está consolidando y profesionalizando. Los festivales son entornos muy seguros, se organizan de acuerdo a una normativa de espectáculos, se piden licencias y autorizaciones, y tienen que incluir unas medidas de seguridad específicas. Contratan a los proveedores en las condiciones que marca la ley. No creo que sean espacios inseguros en absoluto”, explica.

Álvarez advierte de la falta de unanimidad a la hora de establecer una normativa única en materia de salud y seguridad: “En materia de montaje de estructuras móviles que se instalan para la celebración de festivales, cada comunidad autónoma determina qué normativa se aplica. A veces se aplica la normativa general, y otras la normativa de obras en construcción, que no tienen nada que ver con un festival. Habría que revisar esto para establecer una normativa armonizada y sobre todo que sea establecida para el sector, atendiendo a sus características”.

Un festival y una sala, conceptos que se retroalimentan

Tocar en un festival supone para un grupo adaptarse a unas condiciones de duración, horarios, sonido y público muy distintos a los de una sala de conciertos. Para Alberto Cantúa, guitarrista de Viva Suecia, “un festival es algo más físico, un concepto más de verano, más fugaz, hay una liturgia diferente”, dice. “El festival es como un sprint, hay que hacer un repertorio adaptado al momento de la fiesta, más canalla y enérgico. Nosotros tenemos dos o tres formatos distintos dependiendo de la duración y del sitio, tenemos la suerte de poder compaginar”, explica.

Viva Suecia recorre el verano de festival en festival, entre ellos el Contempopranea, el FIB, el Morriña Festo o el Dcode. Saben que frente a una sala en la que la gente elige ver a la banda, los festivales son, muchas veces, puntos de reunión de amistades que se encuentran cada año, toque quien toque. “Hay muchos festivales en los que la gente va y no mira ni el cartel, tiene la tradición de ir y juntarse con sus colegas, somos conscientes de ello porque hemos sido público de festival. Es algo más fugaz, pero tiene el encanto del veraneo en la playa o en el monte, es más intenso, todo se vive en una noche. Yo mismo he ido a festivales y he reservado hotel para el año siguiente sin saber quién tocaba”, cuenta Alberto Cantúa.

Más allá de los problemas estructurales que pueda estar teniendo la presente temporada festivalera, en el fondo y hacia atrás en el tiempo permanece un debate que enfrenta dos modelos diferentes de inversión en el mercado de la música en vivo. Por un lado, el modelo del festival o del macroconcierto, al que se ha caminado con decisión, tanto por parte de los promotores como de las instituciones públicas, que los han utilizado para marcar su política cultural, como del público, que lo elige como opción de ocio por encima de las salas pequeñas o medianas.

El modelo de apuesta por los festivales, con inversiones millonarias como las de los dos millones de euros que ha recibido Primavera Sound del Estado, la Generalitat catalana y el Ayuntamiento de Barcelona, o los 4,3 millones que la empresa organizadora del MadCool ha conseguido de la Junta de Andalucía (con un 80% proveniente de fondos Feder) para montar un nuevo festival en Málaga.

Producto de ese modelo surgen las críticas hacia el exceso de público, los precios, las carencias técnicas, los bajos cachés o el solapamiento de conciertos dentro del mismo festival. Además, a menudo los grupos firman una exclusividad con los festivales que impide que su público pueda verlos en salas de concierto de la misma ciudad en la que se realiza el festival o incluso, en casos excepcionales para grandes grupos, del mismo país. Cantúa entiende los motivos: “La exclusividad tiene una lógica económica, si se paga un dinero por la banda entendemos que te pidan que en unos meses solo toques en su ciudad. A veces, si te sale un bolo, con una llamada al promotor se flexibiliza un poco esa exclusividad, no suele haber problemas. Todos jugamos con esas normas y las entendemos”, explica el guitarrista de Viva Suecia.

Debajo de los datos sobre número de entradas vendidas o éxitos de aforos, se esconde la pregunta de si el fomento de la cultura festivalera es una manera adecuada de apoyar el consumo de música en vivo durante todo el año. Para el músico, los festivales “son un pulmón para los artistas, implican a otros sectores de la economía que las salas normalmente no tienen. La música es el hilo conductor de algo más complejo que se produce en los festivales. Creo que son dos conceptos que se retroalimentan”, explica Alberto Cantúa. Y añade: “Yo he descubierto bandas en festivales. Pretender que el público en un festival preste la misma atención que en una sala es absurdo. El festival es un concepto, si alguien va a verte y se lo pasa bien viendote puede decidir ir a verte a una sala y verán una cosa bastante diferente”.