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Flaubert y el supermercado

Josep L. Barona

Se me escapa con qué finalidad los empresarios celebran sus congresos, más allá de lo que supone el acto social y el consiguiente impacto mediático-mercantil. Vivimos en un mundo de apariencias y de mercancías, lo que viene a ser lo mismo. En el 21 congreso de la empresa familiar, celebrado en Valencia hace unos días, el exitoso propietario de una cadena de supermercados animaba a los empresarios a salir del armario, lavar su imagen, y dar la cara para ganar prestigio ante la sociedad. La expresión “salir del armario” es suya. Argumentaba que los empresarios deben convencer a los ciudadanos de que su función es crear riqueza porque “cuantos más empresarios hay, más rica es una sociedad”.

Los que ya salieron del armario desde que comenzó la crisis allá por el 2008 son los banqueros, el poder financiero. Ahora todo el mundo conoce bien sus métodos, sus valores y sus objetivos. Tras el escándalo que ha generado el impuesto a los actos jurídicos documentados de las hipotecas, el descarado cambalache entre los bancos y el poder judicial ha esfumado definitivamente ante los ojos de la ciudadanía cualquier vestigio de armario donde esconderse. El golpe de mano de la banca y la reacción cómplice del Tribunal Supremo han sacado del armario los vínculos entre política, poder financiero y poder judicial. La enorme trascendencia pública del suceso ha desvelado que tras la retórica de la técnica jurídica hay profundas complicidades. La aritmética contable que transmite este relato es sencilla: la riqueza que crean los empresarios, la gestionan los banqueros y la protege el poder judicial.

Suena todo a cambalache. Como el del viejo tango de Enrique Santos, aquél que popularizó Carlos Gardel durante la profunda crisis de los años de la Gran Depresión. Dice el tango: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor! … los inmorales nos han igualao... Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”.

Flaubert veía venir todo esto con espanto. En una carta dirigida a Julia Piera –a la que hace referencia Enrique Vila Matas en su Dublinesca- Flaubert escribía horrorizado: “Todo esto es nauseabundo. La literatura actual se parece a una gran empresa de urinarios… Llegará un tiempo en que todos se habrán convertido en hombres de negocios e imbéciles (gracias a Dios, yo habré muerto). Las generaciones futuras serán de una terrible estupidez y grosería”.

Hace siglo y medio que Flaubert intuyó lo que hemos llegado a ser. Quizá erró con lo de la empresa de urinarios, pero desde luego la cultura, el arte, la literatura es hoy una gran empresa de supermercados. Toda nuestra vida se ha convertido en una empresa de supermercados. ¡Todos hemos salido del armario! Los empresarios, la banca, el Tribunal Supremo, el arte, la literatura, el periodismo, la academia. No por trágico y deprimente resulta menos grotesco. Si Flaubert levantase la cabeza...

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