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Las caras que hay detrás del auto del juez Ruz sobre el genocidio saharaui

Balla sufrió los bombardeos de fósforo blanco y napalm lanzados por Marruecos en 1976, en los que vio morir a uno de sus hijo en el acto. / Gabriela Sánchez.

Gabriela Sánchez

Campamentos de Dajla (Argelia) —

Sus muñecas le recuerdan por qué está donde está. “Mis hijos estaban jugando cuando empezaron los bombardeos... Les llamé para que viniesen conmigo, pero cuando corrían hacia mí, nos tocó a nosotros”, relata Balla. Le tocó observar la muerte de su hijo en el acto, ver a su bebé fallecer meses después, huir hasta el campamento de refugiados más alejado del muro para no escuchar ese estruendo jamás. Es una de las víctimas del bombardeo de fósforo blanco y napalm cuyo testimonio podría formar parte de la ampliación de la causa que, por el momento, ha procesado a 11 altos altos cargos y militares marroquíes por posible genocidio en el Sáhara Occidental.

El equipo jurídico liderado por Manuel Ollé ha anunciado su intención de extender la causa del genocidio saharaui para incluir la investigación concreta de los bombardeos de fósforo blanco y napalm lanzados por Marruecos el 19 de febrero de 1976. Cayeron del cielo sobre el campamento de Um draiga, una zona del Sáhara Occidental situada en los actuales territorios ocupados. El abogado se ha encontrado con las víctimas para transmitirles la importancia de su testimonio en el proceso judicial abierto en la Audiencia Nacional. “Es imprescindible vuestra personación de las víctimas”, ha iafirmado el abogado ante cerca de una decena de saharauis afectados por los ataques marroquíes. “Hay 11 culpables con nombres y apellidos que van a tener que responder”.

Aunque el auto del magistrado Pablo Ruz incluye estos bombardeos, no cuenta con los testimonios de sus víctimas. El equipo de Manuel Ollé pretende personarlas, una actuación que sí se ha materializado en el caso de los familiares de los desaparecidos cuyos restos fueron localizados en las dos fosas comunes halladas en los territorios liberados. Estas son algunas de las historias con nombres y apellidos que están siendo recopiladas con el objetivo de integrarlas en el caso “en un futuro próximo”.

Las víctimas recuerdan un primer acercamiento de algunos aviones que iluminaron la zona alrededor de las 4 de la madrugada. Se fueron, pero cerca de las 10 de la mañana regresaron. “De repente se lanzaron las bombas. Había carne y huesos por todas partes”, relata Abubekeren Ben-Nani Abdalame, de 70 años, quien estuvo presente en el ataque que también, asegura, dejó paralítica a su madre. Los bombardeos acabaron con la vida de 60 personas, según el recuento confirmado de la Asociación Familiares de Presos Desaparecidos Saharauis (Afrapredesa).

Uno de los hijos mayores de Balla, de 11 años, murió en el acto. “La bomba cayó sobre sus piernas, se las destrozó y falleció frente a mí”, describe la mujer en su jaima, la casa de tela y adobe en la que vive. “Tuvimos que dejar sus restos allí...”. Huyó junto a sus otros cuatro hijos y la abuela de estos. Uno de ellos muy herido, narra la saharaui. En los brazos de la más pequeña (de 10 meses) aparecían manchas provocadas por los productos lanzados desde los aviones marroquíes. El bebé acabó muriendo meses después cuando ya estaban instalados en los campamentos de refugiados.

“A mí me cayeron aquí, aquí, aquí”. Mientras Balla habla muestra las marcas del ataque marroquí. Muñecas, muslo, espalda, cuello. “Un saharaui me sacó de allí”, recuerda. “Después, me desperté en el hospital de Tindouf. Uno de mis hijos, el que recordaba que estaba más grave, no estaba conmigo, y no sabía donde estaba. Preguntaba si estaba muerto y nadie sabía”. Días después, cuando fue capaz de levantarse, comenzó a caminar por el hospital. Preguntaba, pero nadie le daba la respuesta esperada. “Una mujer, de repente, me tendió su mano. Se la agarré y me llevó hasta él. Estaba vivo, estaba bien”, relata Balla.

El sonido del horror

Las víctimas describen los momentos de horror y desesperación vividos durante los bombardeos. “Las bombas cayeron también sobre el dispensario del campamento (centro de salud)”. Varias víctimas aseguran que una de las enfermeras estaba embarazada. “La bomba le partió en dos y el feto salió disparado”, describe Ben-Nani Abdalame.

Cerca de ella trabajaba Hurilla Horia, enfermera catalana y superviviente del ataque. Su entonces marido, el médico Bala Mhamad Ahmed, murió junto a ella, describe Chibla, su sobrina política. Ha escuchado la historia demasiadas veces y la cuenta como quien estuvo presente, aunque nació una década más tarde. “Ella no paraba de gritar: 'Ay mi madre, ay mi madre”, dice junto a su madre. Saben bien los detalles del día que marcó el lugar donde montarían su nueva vida temporal, su estancia de adobe.

Prácticamente todas las víctimas de los bombardeos de fósforo y napalm viven Dajla, uno de los cinco campamento de refugiados situados en un espacio desértico cedido por Argelia, enemigo histórico de Marruecos, tras el inicio de la invasión marroquí. El resto de los campamentos se sitúan muy cerca de la ciudad de Tindouf, donde hay un aeropuerto militar. “Los bombardeos dejaron familias enteras exterminadas. Los supervivientes se quedaron aterrorizados. Cuando [días y semanas después] escuchaban los aviones pasar, se escondían debajo de los árboles. Les daba mucho miedo”.

Balla, que durante “cerca de tres meses” estuvo ingresada en el hospital de Tindouf, también lo destaca. “Se escuchaban todo el tiempo y me asustaba mucho, por eso [las autoridades saharauis] decidieron alejarnos. Por eso estamos aquí”, dice, 40 años después, tumbada sobre las alfombras que cubren el suelo de su jaima.

Las víctimas, dispuestas a declarar

Afirma estar dispuesta a hablar ante un juez si se lo requiriesen. Desde Afrapredesa confirman que su testimonio formará parte de un informe coordinado por el abogado Carlos Beriestain, uno de los artífices de la investigación que, junto con Francisco Echeberria, culminó con el descubrimiento de dos fosas comunes en los territorios liberados del Sáhara Occidental. La identificación de los restos hallados, víctimas de asesinatos perpetrados por militares marroquíes, fue clave para determinar el procesamiento de los 11 altos cargos y militares marroquíes.

La causa, que fue abierta por el juez Baltasar Garzón en 2007 en virtud de una querella presentada por la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (Afapradesa), investiga asesinatos, bombardeos de campamentos y torturas cometidos por las fuerzas marroquíes en el Sáhara desde el 6 de noviembre de 1975 al 7 de octubre de 1992 imputables a los procesados o sin autor conocido.

Entre los hechos descritos en el último auto del juez Pablo Ruz se encuentran amputaciones de miembros a prisioneros, incluido un recién nacido, la quema de personas vivas o la aplicación de descargas eléctricas a refugiados que vivían en las localidades saharauis de El Aaiún, Smara, Amgala. El magistrado imputó a responsables militares marroquíes que siguen en ejercicio.

“No hemos sido víctimas de un único país. Hemos sido víctimas de los estados que actuaron directamente, pero también de la potencia que tiene la responsabilidad sobre nosotros, España. Nos abandonó, y nunca pensamos que iba a hacerlo de esta manera”, reflexiona el saharaui Ben-Nani Abdalame junto al abogado que pretende incluirle en la querella que ha marcado un antes y un después en la investigación de los crímenes perpetrados por Marruecos en el Sáhara Occidental.

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Nota: Esta cobertura se realiza en el marco de la celebración del Festival de Cine Internacional FiSahara. Los gastos del viaje corren a cargo de la organización del festival.

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