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¿Va a costar más hacer la compra en 2022? Claves de cómo se nota la inflación al ir al supermercado

Un cajero trabaja en un supermercado de Valladolid, en una imagen de archivo.

Cristina G. Bolinches

27 de diciembre de 2021 22:34 h

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Hacer la compra en un contexto de precios al alza generalizados y con la luz en máximos no invita al optimismo a la hora de añadir más productos a la cesta. De momento, el sector de la distribución y de la alimentación trata de contener las subidas, consciente de que una subida de los precios en los lineales puede llevar a los consumidores a irse con la competencia.

En esta recta final de año, el coste de llenar el carro de la compra mantiene su tendencia al alza de cara a 2022. Analizamos cómo están evolucionando los precios y qué medidas están tomando los distribuidores para tratar de mitigar el impacto.

¿Están subiendo los precios de los alimentos?

Sí. Los precios de los alimentos y de las bebidas están subiendo, si bien es cierto que, al menos de momento, contienen su alza por debajo de la inflación general. A la espera de ver cómo cierra diciembre, mes en que se han vivido los días más caros del mercado mayorista eléctrico, el último dato del Índice de Precios al Consumo (el IPC) es el de noviembre.

Ese mes, la tasa anual general del IPC que publica el Instituto Nacional de Estadística (INE) fue del 5,5%, una décima más que en octubre y el dato más alto desde septiembre de 1992. Sin embargo, en los alimentos y en las bebidas no alcohólicas la subida fue del 3,3% pero este último porcentaje es un punto y medio superior al de octubre, lo que hace previsible que no haya tocado techo.

El INE también explica que no todos los alimentos se comportan igual. Por ejemplo, el IPC de las frutas, en su conjunto, bajó en tasa mensual en noviembre un 1,2%, pero ese paso atrás es mucho menos intenso que hace un año, cuando la caída superó el 7%. En cambio, en noviembre de este año el precio de la carne, en su conjunto, ha subido (un 1,1%), mientras que en el mismo mes de 2020 evolucionaba a la baja. 

Además, hasta el inicio de diciembre, también experimentaron alzas en sus tasas mensuales el pescado y el marisco (1,2%), la leche, el queso y los huevos (0,9%), pan y cereales (0,6%) y legumbres y hortalizas (0,7%). Los productos que más suben, en porcentaje de variación anual, son los aceites (más de un 23%) y la carne de ovino (un 15%).

¿Está afectando al consumo?

La presión sobre los precios coincide con un momento en el que se estaba volviendo a pautas de consumo previas a la pandemia, a la espera de ver cómo será el impacto de la variante ómicron y el efecto que tendrá en cenar y comer fuera de casa.

Hasta el 30 de noviembre, el índice general del comercio minorista, a precios constantes y excluyendo las compras en estaciones de servicio, refleja un crecimiento de la alimentación, del 1,6%, que contrasta con la ligera caída registrada al cierre de octubre, del 0,6%. 

En esta ocasión, el INE no diferencia las ventas en alimentación en las grandes cadenas. Sí lo hizo en plena pandemia. En abril de 2020, por ejemplo, desglosó que los consumidores prefirieron hacer la compra en esas cadenas, cuyas ventas crecieron más de un 9% en comparación con el mismo mes de 2019.

¿Y qué están haciendo los distribuidores?

Las cadenas de supermercados están tratando, al menos de momento, de aguantar el temporal. Aseguran que prefieren perder márgenes antes que clientes por una subida de precios, en un sector donde la rivalidad es muy alta. “La eficiencia de la distribución en España y la alta competitividad que hay en el sector están ejerciendo un papel de contención de los precios de alimentación hacia el consumidor”, asegura Ignacio García Magarzo, director general de Asedas, la asociación que agrupa a empresas como Mercadona, Dia, Lidl o Froiz.

“La situación no es fácil porque, además de los problemas de los precios de la energía o de las materias primas, el sector del comercio acumula unos costes sobrevenidos que, en los últimos años, ascienden a 1.475 millones de euros”, apunta García Magarzo. “Pero la distribución seguirá trabajando para no repercutir estos costes al consumidor o hacerlo lo menos posible, por razones de sostenibilidad. La propia competencia del sector nos obliga a ello, afortunadamente para el consumidor”, añade.

En la misma dirección señala Aurelio del Pino, presidente de Aces, que representa a los supermercados de Auchan Retail, Grupo Carrefour, Grupo Eroski y SuperCor. “Esta competencia entre formatos y enseñas es la que garantiza que finalmente el consumidor pueda contar con la mejor oferta posible desde el punto de vista económico y de surtido”, indica Del Pino. 

Además, apunta el peso que tienen los costes energéticos en los establecimientos, en gran medida por la maquinaria y las instalaciones de frío para la conservación de alimentos. “La energía eléctrica, tras la remuneración del personal y el inmobiliario, es el principal coste de explotación de los supermercados”, explica el presidente de Aces.

“Los incrementos de las tarifas inciden de manera muy directa en la cuenta de explotación de las tiendas. Las instalaciones de frío alimentario suponen más del 50% del consumo energético y este porcentaje es aún mucho mayor en los almacenes”, argumenta. La otra mitad del gasto energético es la climatización de las tiendas, la iluminación y otros equipamientos, como los hornos o las cajas de pago. 

¿Y los fabricantes?

Las empresas de alimentación asumen la falta de certezas por la conjunción de variables. “Vivimos una situación de incertidumbre, derivada del incremento inflacionista en costes energéticos, materias primas y auxiliares, la subida de los costes de transporte por carretera y los fletes marítimos”, enumeran fuentes de la Federación de Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB), que integra a los fabricantes, a los que añaden, además, la evolución de la pandemia.

Señalan que han tratado de mitigar el impacto de estos factores a través de mayores “esfuerzos en la previsión de su producción y almacenamiento” y que el impacto es especialmente significativo para las empresas más pequeñas. “Por lo general esta situación está suponiendo dificultades, especialmente para las pymes, que constituyen el 95% del sector”, apunta FIAB.

¿Y qué va a pasar en 2022?

Que los precios subirán pero, previsiblemente, menos que la inflación, porque las compañías no quieren perder clientes si ellas suben precios y sus competidores los mantienen. Eso golpearía su cuenta de resultados y perderían cuota de mercado, que es difícil de recuperar en un sector con tanta competencia. 

Además, los diferentes actores del sector consultados aseguran que también ven necesaria una relación fluida y, en cierta medida, sincera con los consumidores a la hora de trasladar por qué suben los precios. Es decir, crear vínculos para que los clientes no se vayan a otras enseñas.

También citan la nueva Ley de la Cadena, que busca una mejor relación con el sector primario, con agricultores, ganaderos y productores agrícolas, que en los últimos meses han reclamado que no sean el eslabón más débil a la hora de soportar el alza de los costes y que, básicamente, hay presión en todos los eslabones de la producción y venta de alimentos. Una tensión que no va a cambiar cuando se estrene el mes de enero.

En resumen, de momento, para la primera parte de 2022 y mientras la energía y las materias primas no se tomen un respiro en precios sostenido en el tiempo, es difícil que la cesta de la compra no se encarezca, aunque se intente mitigar el impacto.

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