Dos españoles denuncian explotación laboral en el baloncesto alemán
Albert del Hoyo y Temur Kiknadze son dos chicos españoles de 24 años que llegaron a Alemania para vivir una aventura con la que dar un giro a su carrera profesional. Son baloncestistas. Del Hoyo, natural de Manresa, juega de alero y escolta. Kiknadze, de origen georgiano pero nacionalizado español y criado en Sigüenza, es pívot. Pese a sus esperanzas, para ellos el baloncesto en Alemania ha tenido hasta ahora más que ver con una pesadilla laboral que con la realización de un sueño deportivo.
Hace unos días denunciaban a los gestores de su equipo, los Westfalen Mustangs, de la pequeña población de Rheda-Wiedenbrück (noroeste germano). Con ellos sobre el parqué, ese club ha logrado este año el ascenso a primera regional alemana, la categoría más baja del baloncesto profesional. Pero Del Hoyo y Kiknadze han denunciado a su equipo por “no pagar el salario”, confirman a eldiario.es fuentes policiales. A ellos y a otros dos compañeros se les deben, según sus estimaciones, unos 10.000 euros.
La Fiscalía de Bielefeld (noroeste germano) se ha hecho cargo de la investigación, en la que no pocos elementos apuntan a un claro caso de explotación laboral. “Nos llevaron a una situación en la que tuvimos que luchar por nuestra propia supervivencia”, cuenta Del Hoyo a este diario. “Vinimos aquí con unas promesas, dejamos nuestras familias, cambiamos de país y luego nos tratan como nos han tratado, con tanto sufrimiento, creo que lo que nos ha pasado va más allá de la explotación laboral”, añade.
Para hacerse una idea de lo que les ha ocurrido basta con escuchar a Kiknadze. Cómo se ocupó de él la directiva del equipo desde que llegara al club el pasado noviembre. El primer pago de su sueldo lo recibió prácticamente dos meses después de empezar a jugar para los Westfalen Mustangs. “Tenía 650 euros de sueldo mensual, me ingresaron 500 euros el 30 de diciembre, era el primer sueldo. Yo me había pagado el vuelo y todo, sólo me devolvieron parte del coste del billete, y el primer mes no me lo pagaron”, cuenta Kiknadze.
Esto se suma a un primer mes marcado por la inestabilidad en su alojamiento. “Me metieron en un hotel tres días. Luego en otro hotel, otros cuatro días, así de hotel en hotel, un mes entero. En algún hotel estuve a 15 kilómetros de la ciudad donde jugaba. Estaba incomunicado, pues no siempre había acceso a Internet”, rememora. “Se me hizo muy difícil adaptarme”, añade.
Hogar de refugiados
En diciembre, Kiknadze, dos compañeros de equipo canadienses y otro croata fueron alojados por los Westfalen Mustangs en un precario hogar para demandantes de asilo. “Nos metieron en un hogar de refugiados, estábamos con gente venida de la guerra civil en Siria. Había una lavadora que lavaba pero dejaba la ropa con un mal olor terrible, no te podías duchar, el agua salía marrón”, abunda el chico nacionalizado español.
El hogar de refugiados estaba a unos 30 kilómetros de la ciudad donde entrenaban y jugaban. “Para cubrir las distancias nos dieron 50 euros, pero a las dos semanas se nos agotó. Las últimas dos semanas, los cuatro tuvimos que pagar la gasolina para venir a los entrenamientos”, abunda Kiknadze. “Todo esto sin haber recibido ni un euro de ellos [los gestores del club]. Estábamos sin poder cocinar, desconectados porque no había ni Internet ni nada en el hogar de refugiados”, agrega.
Kiknadze también hizo de conductor del vehículo que transportaba a los jugadores cuando tenían partido fuera de su estadio. No tenían fisioterapeuta. Debían pagarse de su bolsillo masajes y tratamientos físicos de urgencia para entrenamientos y partidos. “Las sesiones de fisioterapeuta nos las hacía una chica que nos las dejaba baratas, a 10 euros”, asegura Kiknadze.
Promesas incumplidas
Él decidió dar el paso de venir a Alemania persuadido por un proyecto deportivo que, como a Del Hoyo, le había convencido. “El objetivo era ir subiendo de categorías, con un buen equipo, llevaban no sé cuantas victorias seguidas [110 en noviembre de 2016]. La idea era llevar el club a primera división”, resume Del Hoyo. Los medios nacionales alemanes se hicieron eco en 2016 de la “extraordinaria serie de victorias de los Westfalen Mustangs”, como destacaba el diario generalista Die Welt.
Del Hoyo llegó el pasado mes de agosto en su coche a Rheda-Wiedenbrück acompañado de sus padres. “Hacía tiempo que quería jugar fuera”, reconoce. Le ofrecían un sueldo de 750 euros al mes, más comidas, viajes a España y alojamiento en un piso compartido en la ciudad con otros tres compañeros de equipo. El primer salario llegó tarde. En diciembre le pagaron la mitad. “Me pareció raro, normalmente si hay dificultades económicas suele haber retrasos o problemas con los sueldos al tercer o cuarto mes. Eso no era normal”, subraya Del Hoyo.
Aún así, él, Kiknadze y el resto de jugadores siguieron creyendo en el proyecto deportivo, animados sin duda por las promesas. “Para después de navidades nos prometieron una profesora de alemán, vivir en el piso del equipo y dejar el hogar de refugiados”, rememora el pívot, que acabó viviendo en el apartamento del club con Del Hoyo y los otros dos jóvenes canadienses, Kristoffer Douse y Reggie Smith. Sin embargo, no hubo clases de alemán ni pagos regulares.
“A mí me querían para el año que viene, por eso en enero firmé un nuevo contrato que me doblaba el sueldo. Pero empezaron a pasar más cosas raras, no recibimos sueldo en enero, sólo una parte en febrero”, señala Del Hoyo. Los gestores de los Westfalen Mustangs, un club familiar en manos de Florian Eichstädt y su madre, Dagmar Eichstädt, “nos dijeron que debían mucho dinero de los años anteriores”, agrega. Los responsables del club les decían que esas dificultades se iban a resolver gracias a un patrocinador que estaba dispuesto a apostar por un club que, pese a todo, seguía ganando los partidos.
“En febrero un representante del patrocinador, Pflüger [una empresa de productos homeopáticos], se reunió con la dirección porque necesitaban 20.000 euros para pagar las deudas”, narra Del Hoyo. En este punto de la historia, una incorporación que había hecho el equipo en octubre, Sasa Cuic, jugador croata más experimentado que el resto, entró en escena para mediar entre jugadores y club, aparentemente en beneficio de éste último.
“Sasa, con treinta y tantos años, es un hombre con experiencia, conoce el deporte y era el que más cobraba, logró hacerse un sitio en las oficinas, como mánager, para ayudar a Florian y Dagmar. Hubo una reunión con el patrocinador, él nos dijo que todo fue bien en esa reunión, dijo que el patrocinador iba a dar el dinero y así podríamos cobrar lo debido”, abunda Del Hoyo. Eso nunca ocurrió.
Contratos “de mierda”
Los jugadores amenazaron con hacer una huelga y plantarse en el penúltimo partido de liga. El entrenador, Ilias Masnic, se enteró y lo comunicó a los gestores del club. “Al día siguiente nos hizo un ingreso”, señala Del Hoyo, aludiendo a un pago parcial de las deudas que permitió que hubiera algo paz en el vestuario dada la relevancia de aquel duelo. El partido se saldó con una nueva victoria de los Westfalen Mustangs.
El último partido de liga, sin embargo, lo perdieron por dos puntos. “Albert estaba lesionado, no teníamos fisioterapeuta, yo iba a los partidos conduciendo la furgoneta del equipo y llegaba mal”, sostiene Kiknadze. En el club hubo un ir y venir constante de jugadores. “Por aquí han pasado este año quince jugadores, uno se lesionó y lo echaron, le hicieron un contrato de mierda [sic] y lo echaron en Navidad”, abunda el pívot español. “Tres meses sin cobrar, eso te afecta, no juegas igual en esta situación”, aclara Del Hoyo.
Según Kiknadze, en el segundo equipo de los Westfalen Mustangs había jugadores que incluso pagaban a Florian Eichstädt unos 500 euros mensuales para jugar y así, supuestamente, ser promocionados. “Eran estadounidenses, vinieron con visado de tres meses, no se les encontró equipo y tuvieron que marcharse”, asegura.
Tras el último partido, la situación se degradó hasta lo inverosímil. Florian Eichstädt comunicó a los jugadores por la red social Facebook que el contrato con el patrocinador se había roto. De la noche a la mañana, quiso que Del Hoyo, Kiknadze y los dos canadienses abandonaran el piso en el que estaban viviendo. Tres de ellos fueron a hablar con los gerentes del club para entender mejor la situación.
En esa visita les dijeron que el club había entrado en bancarrota. Les invitaron a marcharse a sus países de origen. “Sasa nos dijo que había tiempo hasta agosto para encontrar un patrocinador y mandarnos el dinero que pudiesen, pero sólo era el 50% o el 60%, del salario, sin pluses ni el pago de vuelos”, explica Del Hoyo.
Los jugadores aceptaron la explicación pero, aún así, no tenían dinero suficiente para volver a sus países. Del Hoyo y Kiknadze vinieron a Alemania en coche y necesitaban pagar la gasolina. Los canadienses han de volar para regresar a su país. En todo este tiempo, para sobrevivir, han tenido incluso que recoger cascos de botellas o envases, canjeables por unos céntimos de euro gracias al sistema de recogida de envases alemán.
“Lo hicimos para poder comprar comida”, sostiene Del Hoyo. También tuvieron que pedir dinero a sus padres. “Es duro tener que pedir dinero a tus padres cuando te has ido a trabajar al extranjero”, agrega.
En vista de que los jugadores no se podían marchar del apartamento, los responsables del club vinieron con una nueva oferta. Decían haber encontrado unos 500 euros a repartir entre los jugadores para que se pudieran ir. “Nos dieron pues unos 100 euros a cada uno para irnos a casa, pero claro, a los canadienses ese dinero no les vale ni para empezar a pagar el billete de avión”, aclaran Del Hoyo y Kiknadze.
Las presiones de los gerentes del club para que salieran del piso alquilado crecieron hasta el punto de que un día se presentaron allí acompañados de un hombre que, decían, era el dueño del piso. No era verdad. Los gestores hicieron como si lo fuese para impresionar a los jóvenes deportistas.
Ese día recibieron insultos, hubo forcejeos y algún golpe. Se llevaron la televisión y el módem. Del Hoyo terminó llamando a la policía, que dio la razón a los chicos. “De haber sido suyo el piso tenía que haber avisado dos semanas antes antes de una visita así”, según el escolta español.
Después de aquel episodio, Del Hoyo y compañía se pusieron en contacto con un abogado. Han denunciado a los gestores del club y están haciendo que se conozca su historia. “Son monstruos, lo decimos porque ahora sabemos lo que han hecho otros años con otros jugadores, además de lo que nos han hecho a nosotros”, sostiene Del Hoyo.
Rapto y rescate
Según este joven catalán, hace dos años, en una situación idéntica, Florian Eichstädt se presentó solo para echar a unos jugadores estadounidenses que vivían en el piso por aquel entonces. Los baloncestistas acabaron amenazando al gestor alemán. “Lo tuvieron que raptar para conseguir el dinero que les debía, al día siguiente lo pagó todo y todos los jugadores terminaron marchándose”, cuenta Del Hoyo.
“Nosotros lo estamos haciendo bien”, comenta. Han puesto el caso en manos de las autoridades. Han podido entrar en contacto con el auténtico dueño del piso, a quien, aseguran, Florian Eichstädt debía meses de alquiler. “Él comprende nuestra situación, nos deja estar aquí, de momento”, abunda el de Manresa. Él, Kiknadze y los dos canadienses esperan ahora que se haga justicia y, de paso, que termine la pesadilla laboral que ha sido vestir la camiseta de los Westfalen Mustangs.
En julio están previstos los juicios que les enfrentan con los gestores del club, a los que la Fiscalía acusa de “estafa”, señalan fuentes próximas a la investigación. “Debían haber usado los ingresos de los patrocinadores para pagar los salarios de los jugadores en lugar de haberlos utilizado para pagar deudas”, agregan estas fuentes. Ahora, los “explotadores” de Del Hoyo y Kiknadze podrían acabar siendo condenados a pasar cinco años en la cárcel y al pago de una multa.