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Desde la fábrica: “Para que la gente pueda comer, nos toca trabajar”

Algunos oficios como el del gaseosero han tenido que adaptarse a los tiempos y, además de vender su producto estrella, se han visto obligados a ofertar otros para sobrevivir. Ahora, una gaseosera que sirve a algunos pueblos de León y Zamora ha reinventado su oficio durante la crisis del coronavirus y vende alimentos de primera necesidad para que los que sobrevivan sean sus clientes. Sandra Cordero y su marido, Eduardo Prieto, son los encargados de abastecer a los bares de 18 pueblos, donde también llevan algunos productos no perecederos como aceite o leche a los particulares.

EFE

Madrid —

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Desde el último operario hasta el director de planta, la industria alimentaria se ha movilizado al completo para que las fábricas no paren: son piezas de un complejo engranaje que día a día garantiza el suministro de comida. Pase lo que pase, incluso en tiempos de pandemia.

“Todo el mundo tiene esa cosita... Tengo que ir a trabajar, pero me expongo y si me pasa algo es complicado. Es una responsabilidad que tenemos que asumir, estamos en el tramo más básico de la producción y para que la gente pueda comer, nos toca trabajar”. Con semejante argumento de peso se presenta Olivia Baena, trabajadora de una fábrica de Bimbo.

Vive en Puente Genil, municipio de 30.000 habitantes ubicado entre Córdoba y Málaga. La planta se dedica al pan de molde y los bollos. Da empleo a unas 150 personas. “Somos un pueblo, nos conocemos todos y estamos todos a una”, asegura a Efe por teléfono.

Y eso que la situación no es fácil. En líneas generales, los trabajadores de la industria alimentaria están acostumbrados a seguir unas reglas de higiene básicas que incluyen en muchos casos el uso de guantes y mascarillas. La “locura” para conseguir estas últimas provoca ahora situaciones llamativas.

“Lo mejor es que esas mascarillas estén para los sanitarios y para la gente más expuesta, nosotros hemos negociado con la empresa ahora otro tipo de protección: una especie de braga de invierno de algodón, fina. No había otra posibilidad”, tercia Olivia, quien además de trabajar en la línea de producción ejerce en la planta como delegada sindical.

PREOCUPACIÓN POR EL RIESGO DE CONTAGIO

A Grimanesa, de 38 años, la crisis por el coronavirus le pilla embolsando pescado en una nave de Las Palmas (Canarias) desde la que abastecen a una de las principales cadenas de supermercados del país.

“Nosotros no podemos parar, tenemos bastante carga de trabajo. Incluso al principio por un pedido estuvimos doblando turnos”, detalla.

Forrados con una suerte de “burka”, ahora también se lavan más las manos, guardan las distancias, han dejado de compartir coche y se toman la temperatura antes y después de salir de la fábrica.

“Al final te piden que te expongas y es verdad que no dejas de estar asustada, al primer estornudo todos nos miramos”, admite Grimanesa, preocupada por el riesgo de contagio -y por pasarlo al resto de su familia-.

En la fábrica de Campofrío, en Burgos, son cientos los empleados que llegan en autobús, por lo que la compañía ha tenido que fletar más vehículos para que también de camino al trabajo puedan guardar la distancia de seguridad. Además, han creado nuevos turnos para mantener el ritmo de producción y al mismo tiempo evitar las aglomeraciones.

“Hay veces que es duro, la mayoría de la gente se queda en casa mientras nosotros tenemos que ir a trabajar. Aunque ahora estamos mejor, hay una serie de pautas y la gente está concienciada”, asevera Hilario Sancho, responsable de UGT en la empresa cárnica.

ORGULLO Y RESPONSABILIDAD

En el caso de Sancho, el “truco” para ir a trabajar pese al estado de psicosis creado por el coronavirus es “tener la cabeza en que estás ayudando al resto de la población en un momento muy delicado, en el que la alimentación es fundamental”.

“Hay días que lo llevas mejor y otros peor, pero hay cierta sensación de satisfacción cuando vas al supermercado y ves la marca a la venta”, argumenta.

“Hay que dar ejemplo, yo voy todos los días y todos los jefes de área igual, tienes que estar”. Es el director de la fábrica de Heineken en Sevilla, Juan Candau, quien ve una plantilla cada vez más disciplinada y exigente en materia de seguridad.

Aunque la cerveza no entra dentro de la lista de productos básicos “de libro”, en España ha sido una de las categorías que más ha crecido en ventas durante los días previos e inmediatamente posteriores al comienzo del confinamiento. No obstante, este repunte no llega para compensar las fuertes pérdidas por el cierre de los bares. En Sevilla, la planta funciona a medio gas.

“El cuello de botella se suele producir en la zona de envasado, por eso estamos intentando mandar a casa a todos los empleados que podemos”, afirma Candau, quien destaca la actitud de su gente ante adversidades como ésta y advierte: “Esto tiene que durar lo menos posible, porque si dura mucho la economía no va a aguantar”.

Operarios, delegados sindicales y directivos coinciden en señalar que la sociedad no es consciente del esfuerzo que hay detrás del plato que comen a diario. Y pese a las diferencias geográficas, de puesto y responsabilidad, hay una palabra que se repite de una boca a otra, una especie de sensación compartida: “Orgullo”.

Oscar Tomas

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