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La OPEP+ empuja para catapultar el barril al borde de los 100 dólares

Vista de la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Viena, Austria.

Ignacio J. Domingo

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El mercado augura un barril cómodamente instalado por encima de los 100 dólares en el último tramo de 2023. De hecho, en algunas operaciones de esta semana –los contratos de crudo Nigerian Qua Iboe o el Malaysian Tapis– se superó la psicológica barrera de los tres dígitos, explica Bjarne Schieldrop, analista del banco sueco SEB.

La decisión de abril de la OPEP+ de retirar 1,4 millones de barriles diarios a partir de 2024 logra así su propósito de hacer tambalear el mercado energético. El cártel buscaba impulsar el barril hasta los 80 dólares, cota con la que mantendría activa la espiral inflacionista. En el caso de Rusia, este precio genera fluidez recaudatoria a las arcas del Kremlin en época de sanciones y topes a la compra de barriles rusos por parte de las potencias occidentales.

Sin embargo, la hoja de ruta de los países productores de petróleo le podría reportar ingresos adicionales, a juzgar por los augurios, proclives a los tres dígitos en otro otoño e invierno con energía cara. Así lo prevé el experto del SEB para la cotización del Brent, “a poco que el cártel inculque algo más de ruido en el mercado”, o el banco de inversión suizo UBS para los contratos de futuro en Europa, los de entrega en el tramo final del cuarto trimestre.

También los analistas de Citigroup consideran “insostenible” a corto plazo un barril a 90 dólares con las actuales tensiones geopolíticas y sin aumentos de oferta. Sus analistas inciden en que ni Riad ni Moscú parecen dispuestos a abrir sus espitas productivas. La única esperanzas es un ajuste de cotización que eluda los 100 dólares por el incremento de 1,8 millones de barriles diarios este año y de otro millón a lo largo de 2024 de los productores ajenos a la OPEP+.

EEUU podría entrar en el juego con otros 400.000 barriles. Sus enormes reservas estratégicas le concede desde hace un decenio el poder de convertirse en el primer exportador neto. De ahí que “la nueva barrera sean los 95 dólares, aunque su sostenibilidad en el tiempo parece fugaz”, anticipa Dennis Kissler, vicepresidente de BOK Financial Securities, a Bloomberg. Los niveles de crudo en el mercado son “muy vulnerables” y los movimientos especulativos, que apuntan hacia “excesos de compras” para engordar los inventarios, retardarían toda corrección. En su opinión, “la trayectoria de su valor es claramente ascendente”.

La aceleración del ritmo de cotización del Brent –y del barril de referencia en EEUU, el West Texas Intermediate (WTI)– se produjo la primera semana de septiembre. Entonces Moscú extendió sus rebajas exportadoras de 300.000 barriles diarios y Riad hizo lo propio con un millón de barriles hasta finales de año. Una decisión “voluntaria” que será “renovada mes a mes en función de la oferta y la demanda global” y de las cuotas que aporten el resto de los socios del cártel, con la intención de “estabilizar el equilibrio del mercado”, rezaba el comunicado oficial saudí.

Pero “no hay signos de que los dos poderes fácticos de la OPEP+ vayan a variar sus estrategias ni sus niveles de crudo”, avisa Schieldrop, para quien “el nombre del juego se denomina precio sobre volumen” y será el que estará sobre el tablero mundial al menos hasta bien entrado 2024.

Tensiones geopolíticas, energéticas y económicas

El fulgurante despegue del barril de crudo impulsado desde el cártel ha vuelto a desencadenar preocupación en la economía global. Como en no pocas ocasiones, el príncipe saudí a cargo del Ministerio de Energía, Abdulaziz bin Salman, anuncia desde Riad que los recortes contribuyen a garantizar la seguridad de abastecimiento y la estabilidad de los precios.

Coincide, irónicamente, con la decisión de la Fed de sostener el precio del dinero en septiembre en la horquilla entre el 5,25% y el 5,50%. Mientras el BCE prosigue con su táctica de reajustar el diferencial del precio del dinero con EEUU tras el aumento de tipos de interés de este mes, el décimo decretado por Fráncfort para frenar la oleada inflacionista más intensa desde la creación del euro. Las autoridades monetarias británica y suiza han seguido la estela de la Fed, y los escandinavos, la del europeo.

El petróleo ha resurgido como la rúbrica inflacionista más amenazante. La OCDE alerta de que el PIB global ha aminorado su marcha por las restricciones crediticias derivadas de los elevados tipos de interés. Sus expertos pronostican un alza de la actividad mundial del 3% este año y del 2,7% en 2024 y dejando un mensaje de que los bancos centrales deben prorrogar sus recetas restrictivas frente a la inflación.

La agitación energética saudí ha puesto también en un brete a la Casa Blanca y al Bidenomics, la estrategia de ayudas y subsidios de corte keynesiano que el líder demócrata ha instaurado para mantener el pulso de la actividad estadounidense. La alianza entre Riad y Moscú ha inyectado más carburante a la inflación de la primera potencia global, ha influido en el repunte de casi 200 millones de barriles de las ventas de crudo de las reservas estratégicas americanas para contrarrestar su valor internacional y ha restado, en definitiva, crédito político a Joe Biden por el lado de la gestión económica a casi un año vista de la contienda electoral hacia el Despacho Oval.

En un contexto de resiliencia del empleo, pero con contracción del préstamo, reducción de beneficios empresariales y con un régimen saudí nada propenso a alinear sus intereses con Washington: “Allí tienen pocos amigos en la actual Administración”, admite Raad Aldadiri, analista de Eurasia Group. A su juicio, Riad busca que Biden se decante entre “bombear más petróleo de forma urgente” para contemporizar las subidas de la gasolina y del diésel, catalizador del 40% del repunte de la inflación desde mayo, o dejar que la economía desfallezca.

La Vieja Economía entorpece la batalla climática

Sin embargo, más a largo plazo, Arabia Saudí pretende lanzar desde el cártel un torpedo de gran calado sobre la línea de flotación de las economías occidentales con el que obstruir sus hojas de ruta hacia la neutralidad energética. En un momento crucial, en el que el secretario general de la ONU, António Guterres, alerta del estado de gravedad climática con un mensaje dramático a la desesperada: “La humanidad ha abierto las puertas del infierno”.

Guterres arremetió en la inauguración de la Asamblea General de las Naciones Unidas contra las empresas que intentan bloquear la catástrofe ecológica con su dinero e influencia. Sin citarlas, la estatal saudí Aramco y la privada estadounidense Exxon personifican esa hipocresía que reina en el mercado y a la que apelaba el ex primer ministro socialista portugués.

Durante un panel de discusión en el Congreso Mundial del Petróleo de Calgary, los consejeros delegados de Exxon, Darren Woods, y de Aramco, Amin Nasser, manifestaron su compromiso con la transición hacia energías limpias, mientras, casi sin solución de continuidad, advertían contra “una reconversión energética hacia la neutralidad demasiado rápida”. A la vez, señalaban a los mecanismos de captura de CO2 como los más eficientes de los instrumentos de recorte de emisiones, alejando de su orden de prioridades a las inversiones en renovables y los gastos para desmantelar las huellas de carbono.

Aramco, con capacidad para colocar más de 12 millones de barriles en el mercado, superó los 2 billones de dólares de capitalización bursátil en 2022, mientras Exxon encabezó, con 55.000 millones de dólares, los beneficios netos del selecto club de las mayores cinco supermajors que configura junto a Chevron, BP, Shell y TotalEnergies y que, en conjunto, superaron los 200.000 millones de plusvalías.

El campo de juego hacia las emisiones netas cero está, pues, embarrado. También por gobiernos como el conservador británico de Rishi Sunak, que ha difuminado una de las leyes climáticas de mayor ambición global porque acarrean “costes excesivos” a los contribuyentes, ante las críticas generalizadas de la oposición laborista, movimientos sociales e, incluso, empresas e industrias. También por causas más coyunturales como la incipiente revalorización del dólar, la moneda en la que se comercializa el crudo y el gas.

Marko Kolanovic, estratega de JP Morgan, define la estratagema saudí como un intento de lavar su imagen de potencia fósil y convertirse en la nueva Suiza, moderna y emprendedora en áreas como la digitalización o la sostenibilidad, con su Visión 2030, aunque, al mismo tiempo, se afane en generar riesgos constantes sobre el orden mundial. Con ayuda de las petroleras, que “no solo no consiguen sus objetivos climáticos, sino que bloquean pactos de reducción de CO2”, explica Jason Bordoff, director del Center on Global Energy Policy adscrito a la Universidad de Columbia.

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