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Tratamiento económico contra el populismo: más impuestos a ricos, frenar el precio de la vivienda y un mejor Estado de bienestar

Yascha Mounk, autor de 'El pueblo contra la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla'.

Aldo Mas

Un hombre trajeado se descubre el pecho de la camisa. En su torso, en lugar de piel, hay una bandera de la Unión Europea. Esa era la imagen de la portada del diario de izquierdas francés Libération con la que se pretendía destacar el aguante de los partidos que hasta ahora han dominado la política continental frente al auge de la ultraderecha en las últimas elecciones europeas.

El titular de esa portada rezaba “Europa resiste”. En el diario conservador alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung también se ha visto estos días, en una fotografía, la frase “Europa resiste”. Lo hacían ilustrando un editorial de su especialista en temas europeos, Andreas Ross, quien acertaba señalando que “no en todos los países han sido frenados los populistas de derechas”.

Probablemente sea Francia uno de los países que mejor muestra el empuje ultra. Allí ganó la ultraderechista Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen. Con todo, en la Eurocámara, los Le Pen y compañía seguirán siendo una minoría tras las elecciones del 26M. Pero eso no quiere decir que sus mensajes no puedan seguir ganando adeptos. Es más, económicamente hay grandes reformas que poner en marcha para frenar el fenómeno que encarnan Le Pen en Francia, Nigel Farage en el Reino Unido, Matteo Salvini en Italia o Santiago Abascal en España. Así lo ha dejado dicho el intelectual germano-estadounidense Yascha Mounk en su libro El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (Paidós).

Mounk, ahora profesor en la prestigiosa Universidad John Hopkins, escribió ese volumen mientras daba clases de gobernanza en la no menos importante Universidad de Harvard. En el libro dedica una destacada parte a qué reformas económicas hay que llevar a cabo para frenar el populismo que ahoga libertades en Hungría y Polonia, aprieta en general al establishment en Europa y ha tomado la Casa Blanca con Donald Trump. Las recetas de Mounk deberían inspirar fácilmente a cualquier político interesado en mantener el horizonte democrático del 'viejo continente'.

Mounk pone el énfasis en varias medidas, destacando una mayor presión fiscal a grandes fortunas y empresas, la lucha contra los elevados precios de la vivienda y la rehabilitación y modernización del estado de bienestar. Necesitan los países afectados por el populismo, según Mounk, “reparar la economía”. Ésta, en Europa y Estados Unidos, atraviesa una situación especialmente explotable por aquellos especialistas en la política del miedo.

En una situación económica que a los dos lados del Océano Atlántico Mounk identifica como de “estancamiento”, es decir, de escaso crecimiento económico, hay miedos e inquietudes que explotan los populistas y los políticos anti-establishment. “No son necesariamente los miembros más pobres de la sociedad los que dan la espalda al sistema político, en parte porque éstos son los que más beneficios pueden obtener de él (…) Tampoco son las personas que han experimentado calamidades económicas. Sino más bien los grupos que más miedos tienen: esos que aún viven en el confort pero que están profundamente atemorizados con que el futuro les será adverso”, explica Mounk en su libro.

El miedo a un futuro económico incierto es algo que el propio Mounk ha visto de primera mano en sus coberturas de eventos políticos con ultraderechistas. Además de politólogo y profesor, a Mounk se le conoce por escribir en publicaciones de prestigio estadounidenses como The Atlantic o The New Yorker. No es que los votantes de ultraderecha estén sufriendo precariedades –“No me puedo quejar, las cosas van bastante bien” es una frase que Mounk atribuye al elector medio del populismo de derechas–, es que muchos de esos electores populistas caen en la trampa que éste les prepara.

En esa trampa, los políticos rivales de Trump, Le Pen, Abascal y compañía “se ocupan más de los extranjeros” que de los nacionales. De ahí viene “la prioridad nacional” del RN galo, el “America First” del presidente estadounidense o el “España lo primero” de Vox. Romper esta lógica nacionalista y nostálgica como bien traduce el “Hagamos América grande otra vez” de Trump pasa necesariamente por “aliviar los miedos y visualizar un futuro mejor”, según Mounk. Para ello, este intelectual insta a dar un giro de 180 grados con las políticas que, entre otras cosas, han permitido que desde los años 80 grandes fortunas y grandes empresas paguen cada vez menos impuestos.

Más impuestos para ricos y empresas que más ganan

En Estados Unidos, los más acaudalados han pasado de pagar un impuesto sobre las fortunas del 70% a principios de los 80 a un impuesto del 35% a principios de este siglo. En Europa, escribe Mounk, “los niveles de imposición fiscal sobre los súperricos no han bajado tanto”, pero “una década de austeridad ha causado un gran impacto en cómo la gente está protegida ante los riesgos existenciales y ha erosionado los servicios públicos”.

Estas son realidades que, según Mounk, hay que revertir. “Esto significa aumentar de modo efectivo los impuestos para los que más ganan y para las empresas más rentables. Significa restaurar los elementos básicos del estado de bienestar. Significa invertir en áreas que prometen beneficios a largo plazo como infraestructuras, investigación y educación”, se lee en el libro. En este punto, Mounk no olvida que es necesario replantearse el sistema fiscal en vista de la realidad global del capital y de la existencias de paraísos fiscales que permiten evasiones que resultan incluso conformes con la legalidad vigente.

La realidad de la vivienda en las grandes ciudades, convertidas hoy día en factores decisivos del crecimiento económico en los países con economías desarrolladas, merece también una mención especial en el tratamiento económico de Mounk contra el populismo. El ahora profesor de la Universidad John Hopkins recuerda, por ejemplo, que en Londres los inquilinos se gastan hasta el 72% de sus ingresos en el pago de la vivienda. En Hamburgo (norte alemán), la mitad de los inquilinos dedican el 50% de sus ingresos al alquiler.

Datos así llevan a Mounk a plantear que “el precio exacerbado de la vivienda es ahora una de las razones más importantes para explicar el estancamiento de los estándares de vida en Norteamérica y Europa occidental”. “Si derrotar el populismo depende en parte de hacer que los ciudadanos sean más optimistas sobre su futuro, se necesita una radical reorientación de las políticas de vivienda”, se lee en El pueblo contra la democracia.

Repensar el sistema educativo y el Estado de Bienestar

Otros principios activos de la medicina antipopulista de Mounk son aquellos destinados a relanzar la productividad, algo que pasa por optimizar gastos y emplear recursos de modo que se incentive el crecimiento económico. En Alemania, por ejemplo, el crecimiento podría apoyarse más a largo plazo en el sistema educativo de lo que lo hace ahora. “Alemania saca pecho de su sistema educativo y ha presumido mucho de su sistema de financiación para la excelencia en la investigación”, pero “los recursos económicos de esa iniciativa de excelencia son menores que todo el presupuesto anual de la Universidad de Harvard”, escribe Mounk.

Él va más allá de animar a dedicar más recursos en áreas como la investigación y el desarrollo, tanto en el ámbito público como el privado. Llega a pedir “cambios” en el sistema educativo “que deberían incluir repensar radicalmente la educación desde la guardería hasta la universidad”, según Mounk. En esta tónica maximalista Mounk hace un llamamiento en favor de un “estado de bienestar moderno” que esté adaptado a las realidades laborales del siglo XXI y no anclado en las formas de empleo y representación laboral del XX. “Los estados tienen que encontrar el coraje para rediseñar su estado de bienestar de un modo radical”, escribe Mounk.

Sabiendo de la existencia de libros como El pueblo contra la democracia no se puede decir que no haya recetas ni tratamientos específicos contra el populismo. Otra cosa es que quienes ocupan el poder quieran –o puedan– aplicarlos.

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