Íñigo Sáenz de Ugarte
La historia de Mukhtaran Bibi conmovió hace nueve meses al columnista del NYT Nicholas Kristof. Violada por sus vecinos para castigar una supuesta ofensa de un pariente, su valentía se convirtió en un símbolo para todos aquellos que luchan contra los llamados crímenes de honor en Pakistán.
Hasta el presidente Musharraf se interesó por su historia y ordenó que se recurriera una primera sentencia que absolvió a la mayoría de sus agresores. Ordenó a sus ministros que ayudaran a Bibi y le dieran la protección necesaria para impedir una venganza del consejo tribal que había ordenado su violación.
Bibi se convirtió en un símbolo internacional y eso ya no ha gustado tanto a Musharraf. Kristof cuenta hoy que el Gobierno prácticamente ha secuestrado a esta mujer para impedir que viaje a EEUU invitada por una organización que lucha contra la violencia que sufren las mujeres asiáticas.
Ahora está bajo arresto domiciliario y la Policía impide que pueda salir de casa. Le han cortado la línea telefónica y se cree que le han confiscado su teléfono móvil porque ya no responde a las llamadas.
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