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El espíritu de la ansiedad: las reflexiones de un psicólogo sobre lo agotadoras que pueden ser las fiestas

El espíritu de la ansiedad o cualquier tarde navideña en la calle Larios de Málaga.
23 de diciembre de 2025 21:53 h

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Miércoles. Salgo de la consulta, es de noche y hace frío, pero las terrazas están hasta arriba. En Madrid no es difícil ver las terrazas llenas. En una ciudad donde la prisa apremia y la pausa penaliza, bares y terrazas, alcohol mediante –pero esto es otra historia, quizá otro texto a futuro–, se convierten en escenarios de pequeñas levedades, en lugares de escape del sentido del deber, un oasis en medio de la mortecina línea de la rutina. Camino a casa. Por suerte es un paseo de veinte minutos, sin necesidad de coger el metro. Tras las primeras terrazas de calles secundarias llego a una arteria principal. Hay tráfico y mucho ruido, y las terrazas a pie de asfalto se convierten en lugares improvisados de celebración. Ven a disfrutar de nuestra terraza con vistas a la carretera. Jóvenes y mayores, niños y adultos, todos parecen insuflados de una extraña energía. Churros y croquetas, luces y mercadillos, aglomeraciones, cenas, planes, estrés y más estrés. Se siente la ansiedad. El espíritu navideño está aquí. 

Dejo a Papá Noel detrás subido a una farola y entre escaparates de bollería industrial y una desmesura de bullicio a la deriva, me detengo ante un semáforo en rojo. Miro a un lado y observo una marquesina de autobuses con un anuncio luminiscente destacado: “Navidad en Vigo. Única en el mundo.” Acabáramos. Marketing y Navidad. ¡El negocio de la Navidad! Como vigués reconozco que algo me hace tilín en el corazón, quizá la morriña una vez más. Semáforo en verde y mientras camino, el aire en la cara me hace recordar la competitividad navideña que prolifera en el espíritu de estas fiestas. Hay algo en el querer llamar la atención, en el querer ser visto y tenido en cuenta, que trasciende al espíritu económico de estas fechas. Está claro que el Ayuntamiento de Vigo amortiza de sobra sus millones de luces LED, aunque sea entre denuncias por contaminación acústica y vandalización de olivos centenarios al colocarle luces LED. Cualquier cosa con tal de estimular el consumo en uno de los periodos más comerciales del año. Directo y a la yugular. El prestigio por apropiarse de la Navidad hace tiempo que se ha convertido en un arma política, que segrega según ganancias, oprime a los más débiles e ignora al comercio local del extrarradio. 

El privilegio de la Navidad también afecta a nuestra salud mental. Esta es una época muy vinculada a las exigencias desmedidas y al perfeccionismo, donde el estrés suele intensificarse y las expectativas sociales y la presión financiera van marcando el guion a seguir. Fechas en las que los atracones y las adicciones se camuflan entre guirnaldas, coronas navideñas y gorros de papá Noel, en las que las personas con dificultades en el control de impulsos tienen riesgo doble de sufrir una recaída en las celebraciones, ya que el entorno suele ser muy indulgente e incluso alienta al consumo compulsivo donde no se censuran algunos excesos si no que se alientan. Hoy en día, en nuestra sociedad es muy difícil no participar en una celebración sin consumir alcohol y no tener que dar explicaciones. La Navidad suele presentarse como una época de paz y tranquilidad, pero la realidad es que se trata de una época especialmente agotadora donde predominan las exigencias. Si sentirnos mal en cualquier época del año nos genera culpa y vergüenza, hacerlo en Navidad es aún peor.

Según algunos estudios, la melancolía, el odio y los sentimientos depresivos repuntan en estas fechas. En consulta, no son pocos los pacientes que en estas fechas manifiestan su rechazo a esta etapa del año: “Odio las Navidades”, “qué pereza todo, me gustaría poder hacer un fast forward y que acaben ya”, me decía una paciente. “No soporto a mi jefa, no sé cómo voy a aguantarla en la cena de empresa”, “no quiero celebrar nada con mi familia, pero tengo que hacerlo”, me decía otro. Y es que las celebraciones, tanto de empresa como familiares, son ya una obligación tradicional de estas fechas, en la que esquivar el conflicto y la confrontación se ha convertido en todo un arte. Tal es el falso compromiso al que nos vemos expuestos, que si la alternativa es evitar determinados eventos, la culpa, la soledad y los sentimientos de vacío pueden llegar a decir de nosotros que somos defectuosos e inadecuados. 

Al respecto de esto, algunos estudios han demostrado que la idealización de la Navidad puede producir sentimientos agudos de desamparo, soledad o frustración y episodios de ansiedad y estrés. En una época tan agitada y exigente socialmente, muchas personas pueden lidiar con estados que fluctúan entre la alegría desmedida o estados de manía o sentirse abrumados. Según estudios, casi nueve de cada diez ciudadanos (89%) afirman sentir preocupaciones como no tener suficiente dinero, extrañar a sus seres queridos y anticipar conflictos familiares les causan estrés en esta época del año.

Surge la culpa por no estar presente en determinados eventos que pertenecen a una época que parece que nos dice que hay que reunirse a toda costa, como sea y con quien sea, aunque los conflictos resurjan

Las cenas navideñas y los compromisos familiares son uno de los principales focos del estrés psicológico en Navidad. El sentido de pertenencia se transforma en una obligación social que confronta con el deseo de autonomía personal. Surge así la culpa por no estar presente en determinados eventos que pertenecen a una época que parece que nos dice que hay que reunirse a toda costa, como sea y con quien sea, aunque los conflictos resurjan y el gasto en nuestro bolsillo sea difícil de soportar. 

La sociedad nos dice que la Navidad es una época del año de celebración, aunque especialmente exigente, que implica reencuentros con amigos, obligaciones familiares, comilonas, regalos, compras interminables y vacaciones escolares que pueden suponer una maratón difícil de superar para quien no tiene soporte familiar o económico para el cuidado de sus hijos. Hay a quienes no les queda más remedio que reflexionar sobre el concepto de familia, ya sea debido a pérdidas o por ausencias, o quienes se estresan por los regalos que deben comprar (si pueden), debido a que su situación económica no se lo permite. 

Los conflictos familiares son otra línea roja que se cruzará en estas fechas. Según una encuesta reciente, al menos cuatro de cada diez familias afrontarán una discusión en las comidas de Navidad. Entre los temas más comunes en las discusiones la política encabeza la lista; un 34% la señala como una importante fuente de tensión. Le siguen los conflictos del pasado con un 32%, las relaciones y rupturas con un 25%, y las finanzas con un 25% también. Entre las generaciones con más tendencia a participar de estas discusiones destacan la generación Z con un 57% y los millenials con un 37%. Los que menos discuten son la generación silenciosa, los baby boomers y la generación X, que se muestran más reservados y evitativos cuando el conflicto amenaza a la familia.

En otras personas se agudizan los sentimientos de soledad y tristeza que en ocasiones conducen a crisis de ansiedad o a estados depresivos. Tampoco son fechas fáciles para aquellos que viven la pérdida de un ser querido. El síndrome de la silla vacía se siente de manera más intensa en fechas señaladas, como lo son las citas navideñas, siendo frecuente que la melancolía se intensifique durante las reuniones familiares y el esfuerzo por socializar suponga una carga de estrés notable. En este sentido, el exceso de socialización, sobre todo si no es habitual durante el resto del año, puede producir sentimientos de confusión o riesgo. Llegando incluso a aparecer sintomatología ligada a la agorafobia, un malestar psicopatológico que se caracteriza por un intenso y desproporcionado temor a exponerse o anticipar diversas situaciones y lugares en los que pedir ayuda puede resultar embarazoso. 

En lo que respecta a las reuniones familiares, conviene señalar y tener siempre presente que en la mayoría de niños y niñas que han sufrido abuso sexual en la infancia, el abusador resulta ser un familiar directo o una persona próxima al grupo familiar. Según estudios, el abuso sexual infantil puede crecer hasta un 40% en las fiestas navideñas. Teniendo en cuenta estos porcentajes, no es exagerado apropiarse del eslogan de la campaña de la asociación mexicana ILAS, dedicada a la prevención del abuso sexual infantil, que recuerda que Hay navidades que son inolvidables. El mejor regalo para tus hijos es no perderlos de vista. 

Cantidad de estudios clínicos revelan cómo las Navidades son la peor época para las unidades de urgencias psiquiátricas. El problema psicopatológico de la Navidad viene con el efecto rebote, en la temida cuesta de enero, donde nuestras energías y bolsillos, lejos de haberse fortalecido, se encuentran bajo mínimos tras haber sufrido un desgaste notable. Durante la semana previa a la Navidad, según algunos estudios, el estado anímico general de las personas sí puede verse alterado y las crisis por intoxicaciones pueden volverse más comunes, aumentando significativamente los pacientes ingresados por problemas de alcohol, todos ellos con síntomas de soledad y que con una marcada preferencia por pasar las fechas en el hospital.

El exceso de socialización, sobre todo si no es habitual durante el resto del año, puede producir sentimientos de confusión o riesgo

Otro dato sobre el estrés y la ansiedad en navidad revela la diferencia entre géneros, ya que son las mujeres quienes soportan una mayor carga de estrés, normalmente derivado por la planificación y organización de los eventos navideños. Dato que demuestra cómo a día de hoy, en nuestra sociedad, todavía son las mujeres quienes asumen responsabilidades y expectativas sociales vinculadas a la planificación y los cuidados familiares, dando lugar a diferencias notables a la hora de sentir la presión y el estrés en estas fechas en las que las reuniones familiares están a la orden del día.

Afrontamos unas fechas exigentes en las que valoramos la consecución de objetivos en el tiempo pasado y proyectamos a futuro los nuevos deseos, algo que aparentemente es inocuo e incluso motivante, pero que oculta una autoexigencia que puede ser tóxica e incrementa nuestro estrés y ansiedad, generando una culpa que se cronifica Navidad tras Navidad y nos expone al fracaso de manera cruel. Nos convertimos en nuestros propios verdugos, cortesía de Papá Noel y los Reyes Magos. Susan David, doctora en psicología clínica por la Universidad de Melbourne y experta en regulación emocional habla sobre la tiranía de la positividad y la brecha aspiracional, una divergencia entre nuestro Yo real y nuestro Yo ideal, algo que en lugar de ayudarnos a crecer se convierte en un instrumento de castigo.

Por fin llego al portal de mi casa. La puerta se cierra a mis espaldas. No huele a coulant de chocolate, no hay contaminación lumínica ni acústica, no hay nadie, tampoco hay ascensor. Subo las escaleras y en el trayecto veo la decoración navideña de algunas puertas hasta llegar a mi casa, donde también cuelgan unos adornos. Enseguida pienso en cómo gestionar los regalos y las cenas de este año y me invade de nuevo la ansiedad. Y es esa misma noche, mientras todos duermen, que me siento a escribir este texto. Todo ello mientras escucho la navideña banda sonora de la película Cuando Harry encontró a Sally el fatídico día de la muerte del director y su mujer.

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