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Voces vascas

Antonio Rivera

El historiador Manu Montero acaba de poner en la calle un libro titulado 'Voces vascas. Diccionario de uso' (Editorial Tecnos). Es un libro divertido y entretenido, pero no es ni un divertimento ni un entretenimiento. De manera casi obsesiva, Montero se ha puesto a buscar y analizar durante años titulares de prensa, discursos, conversaciones de blogs y todo tipo de diferentes diálogos y comunicaciones tanto públicas como privadas para identificar las variantes e inflexiones de lo que podríamos llamar –y llama- el “habla vasca”.

Su tesis podría resumirse en lo siguiente: en una sociedad nacionalista como la vasca se produce desde los años de la Transición un combate entre las dos grandes facciones del nacionalismo por implantar un lenguaje dotado de una semántica acomodada a sus visiones del mundo. La decantación de los resultados de esa pugna alcanza a un espacio social mucho más amplio que el formado solo por los adeptos a esas dos culturas políticas, de manera que penetran en un habla generalizada y extensa, utilizada por una mayoría de vascos (y vascas). El autor identifica los resultados mediante “tres formas básicas en el habla del País Vasco”: la lengua nacionalista, que recoge la cosmovisión del nacionalismo que llamamos moderado (o tirando a pragmático; el hasta ahora en el poder); el abertzale avanzado, que no necesita más explicaciones; y el vasco común, que es el que usa la ciudadanía vasca proclive a hacer uso inconsciente o consciente de aportaciones lingüísticas de los dos grupos anteriores, desprovistos ya de sus aspectos más duros o particularistas.

La observación social es muy aguda y expresiva de la paralela realidad política. Cuando presentábamos el libro, en el mismo edificio, en otra sala, con un público más numeroso, se estrenaba en sociedad una iniciativa denominada “Zure esku dago!”, algo parecido a la cosa independentista de los catalanes, nuestra Asamblea Nacional particular. Hablaban tres personas, perfectamente representativas en lo político de esas “tres formas básicas en el habla del País Vasco”: Ibarretxe, Floren Aoiz y Gema Zabaleta, respectivamente. Como digo, los paralelismos son tan palmarios que me evitan extenderme en esta parte.

Como buen historiador, Montero es capaz de detectar cuatro fases en la conformación de esas hablas: 1. Habla nacionalista común en la Transición; 2. Abertzale avanzado en los años 90, en competencia con el habla nacionalista; 3. Habla soberanista común a mediados de esa década con suavización del abertzale avanzado que, sin embargo, invade los territorios del habla nacionalista mediante préstamos lingüísticos; y 4. Después de los 90 el habla nacionalista pierde definitivamente su capacidad de renovación frente al abertzale avanzado.

Lo más característico de esta “neolengua” –de la que su investigador presenta en el libro 365 voces con sus acepciones- es, por un lado, su capacidad para falsificar la semántica de las palabras –extorsión o chantaje se dice, por ejemplo, “impuesto revolucionario”, y así-, su capacidad para eliminar conceptos y realidades mediante la forzada no pronunciación de las palabras que los designan –vg. papá, mamá, España, provincia…- y su capacidad para generar un argot tribal que permite identificar a la primera la pertenencia del hablante a alguna de las dos grandes corrientes nacionalistas, así como para evocar todo un programa político o social solo pronunciando una palabra (vg. “independentzia”).

En definitiva, una vez más descubrimos que, en este caso, el lenguaje no sirve aquí tanto para intercambiar ideas e impresiones como para identificar al hablante en relación al grupo al que se dirige, para distinguir facciones más que para articular y unir comunidades. La inexistencia de un idioma político y social común a los vascos –no tenemos ni un nombre indiscutible para referirnos a nuestro país- es expresión de que lo importante no es “crear nación”, sino hacerlo con arreglo a criterios de parte, conformar aquella como resultado de una lucha interna y no como un agregado de diferentes unidos en torno a valores comunes, nacionales.

¿Y qué debería hablar la parte de sociedad vasca que se sonríe, se ríe, cabecea al descubrir los entuertos desvelados aquí por Montero o se horripila al terminar la lectura de cada una de las manipuladas y retorcidas 365 acepciones? Entiendo que cualquier cosa antes que incorporar una “neolengua” más, que algunos se aprestarían a llamar “constitucionalista” o así. Bastante tenemos como para incrementar los niveles del ruido vasco con otras semánticas, otros silencios forzados u otras disquisiciones terminológicas en lucha. Pero sí hay terreno para al menos dos cosas: de un lado, recuperar pacientemente la semántica precisa de las palabras, para evitar vulneraciones que antes que a la política ofenden a la ética y al sentido común, y, de otro, devolver al paisaje sonoro vasco palabras tabú que siguen denominando sentimientos, convicciones o simplemente realidades objetivas, y que han desaparecido o amenazan hacerlo solo por la coacción o la perezosa rutina de dejar que unos pocos nos tengan que decir en qué mundo vivimos.

En resumen, un buen libro, de recomendable lectura para no quedarse en los bienvenidos (pero fáciles) lugares comunes de 'Ocho apellidos vascos'.

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