Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
En las garras de la banca
Hace unos días conocimos la noticia sobre una viuda a la que su compañía eléctrica dejó durante cinco largos días de invierno sin luz ni calefacción por un impago. El caso es que la protagonista de la historia intentó realizar el pago en su sucursal bancaria, pero al pretender hacerlo fuera del horario de ventanilla, no admitieron el pago, con el consiguiente corte del suministro por parte de la compañía eléctrica. Es simplemente una anécdota, aunque la pobre señora no lo calificaría así precisamente, pero que nos sirve para ilustrar la relación que las entidades bancarias nos obligan a mantener con ellas.
A nadie sorprende ya que actitudes tan inhumanas como estas sean consideradas habituales por parte de la banca y las empresas energéticas. Ambas forman un conglomerado que no se puede denominar de otra forma que oligopolio, ya que unas están participadas por otras y viceversa, creando un monstruo económico que parece estar por encima de las leyes y de quienes las promulgan. Y sin que se hayan presentado a las elecciones y sin que hayan recibido un solo voto. La estrategia de las puertas giratorias ha funcionado muy bien durante décadas y no parece que los partidos mayoritarios tengan la mínima intención de “ofender” a las grandes empresas regulando estas prácticas de forma más restrictiva.
Los bancos, y desgraciadamente también las cajas de ahorro, se han convertido en un gran hermano que intenta controlarnos y exprimirnos hasta donde les sea posible. Este caso de la viuda que no pudo pagar su deuda en ventanilla ilustra muy bien la actitud real de la banca hacia sus clientes. Hoy en día resulta prácticamente imposible evitar ser titular de una cuenta bancaria y medidas como los horarios restrictivos de caja son solo una muestra de su desprecio hacia los clientes. Así, no podremos evitar las comisiones cada vez más abusivas o el control de un flujo de información sobre nuestra vida que es utilizada por las entidades bancarias en su beneficio. Algo que igual no nos importa mucho cuando nuestra economía está saneada, pero que resulta ser una losa cuando se ven menguados nuestros ingresos. La banca quiere su parte y no va a parar hasta conseguirla.
Y seguro que esta viuda, que ha tenido que sufrir una semana de miseria energética por una absurda normativa que solo busca maximizar unos beneficios ya escandalosos de por si, conocía a la persona que le atendió en su sucursal. Como conocían a sus banqueros los estafados por preferentes y subordinadas, las víctimas de las clausulas suelo, las personas que han sido desahuciadas de sus viviendas o quienes se han visto incluidos en una lista negra por una miseria de impago en un mal mes. Pero eso ya no importa, ya no hay banqueros próximos como hace unas décadas. La confianza ya no es un valor para estas entidades sin alma ni corazón. Por mucho que lo repitan en su publicidad, las personas no les importan en absoluto. Da igual que seas un trabajador por cuenta ajena, un autónomo, un pensionista o un parado, de igual forma tendrás que pasar por el aro en base a las condiciones que te imponen.
Estamos en las garras de una banca que solo se acuerda de nosotros cuando le va mal, siempre para que seamos quienes paguemos sus platos rotos. Porque lo indignante es que estamos en manos de la banca no solo a nivel personal, sino como sociedad. Esta banca es el buque insignia de un sistema que necesita del endeudamiento continuo para mantener el crecimiento que justifica su existencia. Pero como sistema creado por la humanidad, está vinculado a las leyes de la física y la biología que rigen la naturaleza de la que formamos parte y a sus límites. Unos límites que ya parece estar alcanzando y que van a cuestionar en cada vez más ocasiones la esencia misma del capitalismo. Y la burbuja de deuda que tanto daño está haciendo a estados y familias tendrá que explotar algún día. Todo ese dinero electrónico que no tiene un equivalente en el mundo físico tarde o temprano se convertirá en humo. Por eso sería conveniente ir pensando en alternativas a un sistema con fecha de caducidad, basado en valores diferentes, en valores que garanticen un futuro digno a próximas generaciones. Una economía circular como la que propone la ecología política, basada en la proximidad y que no contamine el entorno y que sepa aprovechar los recursos de forma realmente eficiente y sostenible. De la crisis, de esta crisis, no vamos a salir con las mismas fórmulas que nos han traído a este punto, así que tendremos que ir cambiando nuestra forma de vivir para evitar que las garras de los bancos acaben estrangulándonos.
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