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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

La mochila de la educación

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Que este curso escolar no iba a ser fácil lo deducíamos todas ante las dificultades que supone cumplir con las tres M en los centros escolares: lavado de manos, uso de mascarilla y mantener el metro y medio de distancia interpersonal.

Los hidrogeles parecen haber solventado la primera. El uso de la mascarilla -aunque con alguna dificultad añadida- lo llevamos asimilando ya hace tiempo. Pero con la tercera M hay más problemas ya que parece sólo respetarse en las interminables colas que el alumnado está condenado a hacer para la entrada y salida de los centros educativos, porque el gran tamaño de la ratio y el reducido espacio de las infraestructuras hacen imposible que el metro y medio entre el alumnado esté garantizado el resto de la jornada.

Direcciones de centros, sindicatos de educación, personal de limpieza y comedores y, en definitiva, toda la comunidad educativa llevan desde antes de las vacaciones de verano reclamando en vano los recursos necesarios para una educación presencial segura y que garantice cumplir también con la tercera M. Pero los centros escolares tuvieron que iniciar el curso sin ver cumplidas dichas demandas. Y lo hicieron a diferentes ritmos como es habitual en Euskadi, donde el sistema educativo compuesto al 50% por dos redes (la pública y la privado-subvencionada) da lugar a una educación de dos velocidades.

Ahora parece ser el turno de las familias que confiaban en que el Gobierno pusiese de su parte para un inicio del curso “sin dejar a nadie atrás” y se han tenido que echar a la calle reclamando el servicio de comedor o, en su defecto, la jornada continua.

El servicio de comedor es un elemento clave en las escuelas de cara a la necesaria conciliación familiar, sobre todo desde la perspectiva de la igualdad entre mujeres y hombres. Con un turno partido en el que niños y niñas de infantil y primaria salen de clase a las 12.30 para ir a comer a casa y regresar a las 15h para volver a las 17h es  imposible la conciliación de muchas familias de la escuela pública vasca y esto origina un coladero de alumnado que acude a la privado-subvencionada o concertada encontrando la solución. Eso se convierte al mismo tiempo y sin quererlo en cómplice de la estrategia del Gobierno del PNV-PSE de consolidar la escuela privada en detrimento de la pública.

Además, no olvidemos que en muchos casos los ‘jantokis’ son un refugio para demasiadas niñas y niños que encuentran en la escuela su alimentación más completa y que, en un elevado número de centros, el 90% de los usuarios de los comedores escolares son becados.

Parece que el nuevo consejero, lejos de abordar soluciones integrales, va a ir parcheando o al menos eso parece que pueda ser la dinámica, visto lo visto esta última semana con los centros puestos en pie de guerra. Y es que ya se sabe: el que no llora no mama.

Las demandas de la comunidad educativa no son nuevas. Son demandas históricas que el Departamento de Educación, con la anterior responsable, nunca quiso solventar. Y ahora, en tiempos de pandemia, las carencias del sistema educativo vasco quedan más que nunca al descubierto.

Así que tendremos un curso con ventanas abiertas si las inclemencias metereológicas lo permiten, termómetros que para la tercera semana empiezan a dar síntomas de agotamiento, urinarios y taquillas cerradas para evitar aglomeraciones y filas castrenses que nos acercan al escenario de guerra que algunos quisieron instalar al inicio de la crisis de la COVID-19.

Mientras, el alumnado continúa cautivo de un sistema que hace tiempo que hace aguas, de protocolos y nuevas normas, y de toda la incertidumbre que el mundo adulto pueda sufrir y con todos los miedos que un niño, niña o adolescente pueda tener a un “bicho” que nadie conoce.

Pero, además, en tiempos de pandemia las aulas no parecen espacios seguros para dejar materiales didácticos y el alumnado acude diariamente a clase con una doble carga en sus mochilas: la de los 7 libros y 7 cuadernos que deben transportar cada día, dado que la digitalización aún no ha llegado a la mayoría de los centros educativos de Euskadi, y el peso de unas instituciones incapaces de desarrollar unas políticas públicas que aborden una educación de calidad desde lo público.

Que este curso escolar no iba a ser fácil lo deducíamos todas ante las dificultades que supone cumplir con las tres M en los centros escolares: lavado de manos, uso de mascarilla y mantener el metro y medio de distancia interpersonal.

Los hidrogeles parecen haber solventado la primera. El uso de la mascarilla -aunque con alguna dificultad añadida- lo llevamos asimilando ya hace tiempo. Pero con la tercera M hay más problemas ya que parece sólo respetarse en las interminables colas que el alumnado está condenado a hacer para la entrada y salida de los centros educativos, porque el gran tamaño de la ratio y el reducido espacio de las infraestructuras hacen imposible que el metro y medio entre el alumnado esté garantizado el resto de la jornada.