Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Pacto a la vasca y 'modernidad'
Según la Wikipedia, matrimonio de conveniencia es aquel casamiento fraudulento que se produce fundamentalmente para obtener beneficios jurídicos, económicos o sociales, sin que exista un vínculo sentimental intenso entre los contrayentes. En todo caso, se trata de un matrimonio y en el entorno cultural en que vivimos tiende a considerarse el matrimonio como un éxito y el divorcio como un fracaso. Lo mismo sucede en política. La gente está predispuesta a valorar positivamente el acuerdo y a despreciar el disenso. Tanto dentro de cada partido político, como en las relaciones entre partidos, los electores suelen valorar más los acuerdos, incluso cuando son sólo aparentes o interesados, que los desacuerdos, aún cuando estos puedan expresar con sinceridad disensos legítimos. A pesar de que todas las relaciones humanas y animales tienen un potencial de conflicto y aunque la convivencia no consiste en otra cosa que en la canalización del mismo, casi siempre preferimos engañarnos pensando en el conflicto como un mal externo a nosotros y en última instancia, como un mal evitable.
También es propio de humanos justificar sus pactos en la defensa de intereses legítimos y es propio de políticos justificarlos en el interés general. Pero Descartes ya nos advirtió de la conveniencia de usar la duda metódica. El PNV y el PSOE han justificado su pacto alegando que supone una renuncia a sus intereses particulares en interés del país. Los medios de comunicación 'mainstream' ya han bendecido el acuerdo, antes incluso de que se conozca su contenido, incluso la parte del contenido a la que tendremos acceso, la parte no “privada”. Y nos han recordado las glorias pasadas de los acuerdos entre el PNV y el PSOE, que sirvieron según dichos medios, ni más ni menos que para “modernizar el país”. Ahí es nada.
Sinceramente, si somos un poco cartesianos, se nos hace difícil entender que un partido pacte sin verse abocado a ello por sus propias necesidades. Y más cuando las mismas razones de interés general y de modernizar el país les han servido en los últimos años para justificar indistintamente gobiernos en solitario y gobiernos en coalición e incluso gobiernos en coaliciones diferentes. Aún si nos limitamos al Gobierno vasco y dejamos de lado otras instituciones, constatamos que el PNV ha gobernado a veces en solitario, otras con el PSOE, con Eusko Alkartasuna, con Euskadiko Ezkerra, con Ezker Batua…y el PSOE lo ha hecho, además de con algunos de estos partidos, también con el PP. En todos los pactos se mezclaban partidos que dicen ser de izquierdas con partidos que no dicen serlo; y en todos quedaban excluidos partidos de uno y otro signo. De hecho, lo único que el gobierno vasco nunca ha experimentado es algún tipo de pacto que, por la proximidad ideológica entre sus componentes, pudiera ser identificado como de izquierdas o de derechas.
Pues bien, en mi opinión, dichos pactos y en concreto los firmados entre el PNV y el PSOE, se han articulado fundamentalmente sobre intereses de supervivencia de los partidos y aunque han tenido algunos elementos constructivos indudables, han generado también un efecto muy distorsionador sobre nuestra cultura política. La primera fase de dicho pacto se produjo por las necesidades del PNV de consolidarse tras la escisión interna por la que Eusko Alkartasuna se quedó con la porción más grande de la organización, fuera del bastión bizkaitarra. Y después de pasados unos años, una vez que el PNV consiguió arrinconar electoralmente a EA y recuperar su vieja hegemonía, decidió que ya no necesitaba la muleta del PSOE.
Ahora la situación es la contraria. Es la extrema debilidad en la que ha quedado el PSOE a raíz de que la mayoría de su electorado se haya desplazado a Podemos la que le obliga a aferrarse como sea a la gestión institucional y a las prebendas que ella conlleva, en la esperanza de sobrevivir hasta que llegue el día en que quizá pueda recuperar algo de lo perdido desde sus tiempos de fuerza más votada.
El beneficiado de los múltiples pactos de gobierno que ha realizado el PNV ha sido siempre el propio PNV, que ha conseguido establecerse como fuerza hegemónica, con la asunción por parte del resto de fuerzas de una posición subalterna. Ni siquiera Podemos, a pesar de la victoria en Euskadi en las generales, ha intentado cuestionar dicha hegemonía cultural, haciendo una campaña que partía de la aceptación de que en Euskadi el voto dual no se podía superar; lo que traducido del lenguaje hegemónico peneuvista (interiorizado por los demás) no significa otra cosa que considerar que en las elecciones vascas sólo el PNV puede aspirar a ganar y los demás, sólo a saber hasta dónde podrán condicionar su autoridad.
Con el acuerdo entre el PNV y el PSOE se instala de nuevo una versión light de la idea de “gran coalición”, una idea que cuenta por supuesto con todas las bendiciones de los poderes fácticos y de los medios de comunicación que les sirven de altavoz. Y se instala también la cultura del mal menor, la cultura del continuismo, la cultura de la resignación, la cultura de que no existen alternativas, la cultura de que la economía es una cosa muy seria para que no esté en manos de los gurús del capitalismo financiarizado y de la globalización neoliberal. Agravado para quienes habitamos los feudos europeos de la canciller alemana por la estupidez “austericida” que nos obliga a hacer políticas anti-expansivas, incluso aunque tengamos unos niveles de desempleo astronómicos y unas cuentas tan meticulosamente comprimidas que el gobierno vasco pueda permitirse cobrarnos intereses negativos si queremos que nos admita que le prestemos dinero.
El resultado de toda esta locura, ejecutada diligentemente por los gestores de la coalición vasca, será que aunque quizá la economía siga creciendo, también seguirá creciendo el porcentaje de población en riesgo de pobreza severa; y se seguirán empobreciendo las clases medias, mientras las grandes fortunas continuarán concentrando exponencialmente riqueza edificada más sobre bases especulativas que productivas. Quizá la modernidad consista precisamente en eso, en la ruptura del pacto que subyace al Estado social y en la consagración de los “poderes salvajes”, cuyas decisiones ejecutan nuestros gobiernos sumisos con la meticulosidad del buen escribano, en la esperanza quizá de un futuro con puertas giratorias. Y por eso algunos auguran que la coalición pueda traer nuevas dosis de modernidad a este país.
Roberto Uriarte Torrealday. Profesor de Derecho Constitucional de la UPV-EHU
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