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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Hombres buenos y mujeres putas

Campaña 'Yo no soy putero', lanzada por Médicos del Mundo Aragón y el Instituto Aragonés de la Mujer

Alicia Díaz

Decía Karl Marx que para transformar una sociedad lo primero que hay que conocer de ella es cómo trabaja. Que trabajamos bajo un sistema económico neoliberal no es nuevo. Que producimos, trabajamos y consumimos bajo el marco de una estructura capitalista, tampoco lo es. Que la prostitución, mercado sexual legitimado y normalizado, quiera imponerse como una forma de trabajo, lo explica todo.

Lo que se pretende normalizando la prostitución es naturalizar una forma de relacionarnos sexual y económicamente; o lo que es lo mismo: establecer un sistema sexual socioeconominizado.

La prostitución es, entonces, una estructura socioeconómica ultraliberal. En la medida en que la sociedad normaliza ciertas prácticas sexuales, termina normalizando sus propias anomalías. En prostitución, pese a que al hombre — en su condición de prostituidor— le corresponde ser el sujeto 'anómalo' por su protagonismo sexual naturalizado, el discurso epocalista, sin embargo, determina que la persona anómala sigue siendo la mujer.

No es casual que hayamos creado la figura de la prostituta como el personaje antagonista; en términos de biopoder se explicaría en tanto en cuanto, las instituciones son las encargadas de normalizar el comportamiento de una parte de la sociedad para controlar a los otros, a los anómalos.

El otro, efectivamente, es la mujer, enfrentada a la alteridad del no ser. La prostitución es una relación asimétrica cimentada en el poder desde mucho antes de que se produzca el contacto físico. En el momento en el que una persona piensa en otra en términos de mercado, le está confiriendo una categoría económica. Si un hombre puede comprar a una mujer, puede poseerla.

Al pertenecerle puede violentarla, despojarla arbitrariamente de su cuerpo, de su mente y de su identidad. Puede comprarla de una forma más sustancial al mero trueque monetario. Se está apropiando de la materialidad corpórea y de su psique; está negando su integridad.

La prostitución está ahí entre nosotros — aunque no la consumamos ni participemos

directamente en ella—, configurando una forma de vida que nos resulta ajena, modelando nuestra forma de ser y la manera de relacionarnos con los demás. Si aseguramos que la mujer es la otredad respecto al hombre, estaremos designando la posición que ocupan las mujeres en el mundo. Sería impensable para cualquier democracia reconocer que la única salida para sobrevivir de un hombre pobre fuera la venta de su cuerpo.

No lo es porque no hay mercado sexual en torno a él ya que la prostitución no produce, opera como nicho de la expropiación del cuerpo femenino. Arrebata a la mujer de su dignidad, la ningunea e invierte mediante un contrato sexual.

El contrato sexual existe por razones de supervivencia. Nadie debería pactar su derecho a una vida digna. La mujer, en ese contrato, no negocia; se somete porque otros tienen el poder.

El cuerpo de la mujer opera como puente financiero del poder hegemónico masculino. La legalización de la prostitución, desde un punto de vista social y político, es el resultado de la degradación humana, de su naturaleza y de la ética. No es sexo, es dinero y poder.

Es la renuncia a la emancipación femenina. Es la abdicación a la imposibilidad de libertad sexual. La sexualidad es libre cuando es deseada, no buscada por necesidad. La necesidad nos hace esclavos de nuestras decisiones y de nuestro comportamiento. La alienación, fruto de la necesidad, es una pieza de la cadena en las estructuras verticales de poder consistente en hacer creer al sometido que es libre.

Les obliga a conformarse bajo la resignación de los límites materiales reprimiendo una de las esencias de la naturaleza humana: el anhelo de libertad. Podemos debatir sobre prostitución durante siglos, no vamos a ponernos de acuerdo nunca.

El Estado no puede legislar sobre la subjetividad existencialista en la disputa acerca de la libertad. El Estado tiene que hacer política sobre la realidad social. La realidad social es que millones de mujeres en el mundo están en una situación de desigualdad debido a la pobreza estructural. La realidad es que millones de niñas son compradas con fines de explotación sexual. La realidad es que la única salida de las mujeres pobres es la normalización de la prostitución y ésta jamás debería ser un fin en sí mismo.

Solo por una cuestión de responsabilidad civil y democrática, este debate no sería debate, sino una solución política. La solución no es la prostitución, la prostitución es otro de los problemas de la situación de las mujeres.

Ahora bien, podemos hablar sobre otro tipo de formas de prostitución naturalizadas

existentes de manera estructural e institucionalizada pero, teniendo en cuenta el uso

taimado del término, sería bastante perverso y cínico no diferenciar ni erradicar la que tiene que ver con el mercado sexual.

Hoy le diría a Marx que la situación social de las mujeres es acorde a la situación del

capital. Estamos siendo compradas sexualmente. En definitiva, lo llaman trabajo por no llamarlo expropiación.

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