Imparable
Es imparable. La estela que está dejando a su paso las protestas feministas adquieren una inercia que, más allá de aspectos que puedan ser superficiales, corresponden a una realidad social que, inevitablemente, demanda a gritos el cambio.
No voy a ponerme a analizar cifras, ni tampoco voy a desglosar los motivos por los cuales sigue siendo imprescindible seguir secundando huelgas, pero la evidencia aplastante nos obliga a replantearnos de nuevo el lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad contemporánea. La brecha salarial, el techo de cristal, el machismo, el sexismo, las violaciones y la violencia de género, siguen siendo el eje central que funciona como nexo de las denuncias femeninas. Todas en mayor o menor medida hemos sido alguna vez víctimas de la intolerancia y la violencia - verbal, física o psicológica - producto del arraigado machismo que ha ido calando profundamente en todas las capas sociales.
Eso es lo que nos une principalmente a todas las mujeres en el mundo y ese es el motivo por el cual las calles se abarrotaron de mujeres el ocho de marzo independientemente del resultado que se dé en las urnas el próximo 28 de abril en España. Aquí es donde debemos pararnos a pensar, analizar los motivos y hallar fórmulas necesarias para poder crear políticas que desactiven la desigualdad sexual existente que unifique en su totalidad a ese conjunto de la sociedad que lo tiene más difícil por haber nacido mujeres.
Dicho lo cual, parece coherente que la estampa vivida este viernes 8 de marzo se materialice y que las fotografías pasen a ser realidades en movimiento que confluyen naturalmente para dar forma a un nuevo espacio transformador que abarca desde lo humanístico hasta lo cultural. A simple vista nadie estaría en contra de la mejora social nacida de una necesidad justa y de obligada urgencia; el problema radica en que tampoco hubo acuerdo entre el manifiesto emitido por la organización del 8M y las demandas netamente feministas.
Con ello me refiero a que ese proceso de transformación solo puede darse desde una vertiente radical que consiga acabar con la hegemonía predominante de las sociedades patriarcales. En ellas se incluyen el derrocamiento del sistema género, la explotación sexual - incluida la prostitución y el porno - el análisis de las relaciones de poder, el matrimonio, la familia, acabar con la explotación reproductiva a través de los vientres de alquiler o el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo; planteamientos que generan las discrepancias latentes actuales en los entornos feministas.
Partidos como Ciudadanos han hecho uso de esas discrepancias situándose de nuevo a favor de políticas conservadoras y opresoras disfrazándolas bajo el nombre del denominado “ feminismo liberal” que ni es feminismo ni es liberal, llegando a apropiarse incluso de citas asociadas a Clara Campoamor para justificar esa supuesta apuesta liberal. Ayer escuchaba a Inés Arrimadas calificar de “antigua” a la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, por el uso de términos como la “izquierda” y la “derecha”. Para Arrimadas la ideología es un sustrato arcaico que debería ser anulado por retrógrado y obsoleto.
Y con estos mimbres se presenta un partido que dice situarse en el centro trayendo con él un saco de políticas modernas y transgresoras de las que no sabemos nada. Para el partido de Rivera la “maternidad subrogada” es el ejemplo futurista de la liberación de la mujer. Que sepamos, los tres primeros ejemplos de vientre de alquiler los encontramos en el Nuevo Testamento : Sarai, casada con Abraham, siendo esta estéril, ofreció a su marido la esclava Agar de cuyo embarazo nació un hijo varón al que llamarían Ismael acogiéndolo Sarai como hijo propio. (Génesis 16: 1:16).
No es el único caso en la Biblia, Raquel, segunda esposa de Jacob, también estéril, ofreció a la esclava Zilpa dándole dos hijos varones: Dan y Neftalí. (Génesis 30). Lo mismo pasó con la esclava de Lía, que dio a luz a Gad y Aser. No parece que la legalización de los vientres de alquiler sea muy liberal, señora Arrimadas.
Por otra parte nos encontramos al Partido Popular, liderado por Pablo Casado, cuyo postulado es abiertamente anti-feminista en consonancia con el partido ultraderechista VOX. La posición de Casado al respecto no es casual ni espontánea, obedece a una estrategia política para hacerse con los votos de todas aquellas mujeres que se definen como “feministas” de mantilla y crucifijo al cabecero de la cama.
Ese “feminismo” que no molesta, el complaciente y buenista para el que es impensable situarse al margen de la ley aunque de ello dependan sus vidas y las de sus hijas; el mismo “feminismo” a favor del aborto clandestino y el que coarta el derecho a decidir sobre la maternidad a las mujeres.
Esta deriva no es insustancial, ya que, ahora que todas somos feministas, hay que crear varios tipos de vertientes donde se acople un movimiento multitudinario que se adapte, incluso, a la derecha. Impensable hace apenas unos años.
“El feminismo no es una ideología” defendía Casado. El trasfondo de esta frase viene dado por la intencionalidad política subyacente que no es otra que la de ablandar el discurso feminista y bloquear el tsunami manifiestamente pre - revolucionario. Para entender el feminismo hay que afirmar, en primer lugar, que es un movimiento nacido por y para las mujeres y reconocer la doble opresión a la que estamos sometidas por una cuestión de clase y de sexo. La conciencia de clase es ideológicamente de izquierda acorde con la apuesta socialistas.
¿Por qué este empeño en anular una base ideológica? Porque un movimiento ideológico de mujeres es una amenaza tanto para los partidos conservadores como para aquellos denominados progresista, tanto es así que el Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, articulaba hace apenas unas horas la misma frase que Casado. Grave error - o estrategia - definir un feminismo carente de esencia ideológica y política. Las mujeres somos el sujeto político de esta ideología y filosofía de vida.
El feminismo es igualdad, dicen, para edulcorar la intencionalidad de las mujeres feministas que no es otra que la de derrocar el sistema patriarcal de raíz desde su estructura política, económica y social. Claramente es ideológico.
La historia se repite, cuando las organizaciones de feministas burguesas como la de 'Unión por la igualdad de la Mujer' sostenían que luchaban por la igualdad de derechos para todas las mujeres, incluso defendiendo el sistema capitalista, independientemente de la clase social, contrastaba con las posiciones de las feministas radicales que defendían la emancipación de la mujer trabajadora a través de la transformación económica y social. Ello implica indisolublemente el establecimiento de una sociedad socialista, progresista y, por tanto, de izquierda.
No solo somos el sujeto político de este movimiento, somos también las propulsoras de un futuro ideológicamente renovador situado a la izquierda.