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Era poscovid: ¿progreso o caos?

Concentración el pasado 8 de spetiembre en la Puerta del Sol contra las agresiones LGTBIfóbicas

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Vivimos en tiempos de incertidumbre cuando la amplia mayoría social desconocemos cuál será el devenir de nuestro futuro más inmediato en lo laboral, académico, etc., desde entornos familiares que se tambalean ante tantos interrogantes sin respuestas, ni evidencias que clarifiquen el horizonte. Múltiples tensiones en las relaciones interpersonales que nos conmueven a diario, y que deberíamos aprender a gestionar cognitiva y emocionalmente ante una posible nueva era posCOVID.

Tal coyuntura está estimulando ciertas actitudes y comportamientos disruptivos de aquella “normalidad social”, anhelada desde hace un año y medio, tras la declaración oficial de los responsables de la Organización Mundial de la Salud de la pandemia por COVID-19 el pasado 11 de marzo de 2020. A partir de tal fecha, los efectos globales son evidentes ante la magnitud de esta emergencia de salud pública de preocupación internacional, destacando los grandes impactos locales en la cotidianidad con otros estilos de vida, formas de interrelacionarnos, vías de comunicación…,y por supuesto, la cosmovisión en este lapso durante la pandemia.

La humanidad se encuentra inmersa en un proceso de transformación hacia un destino aún desconocido. Poco sabemos sobre las futuras consecuencias en los sistemas políticos vigentes, en las viejas y nuevas fuentes de energía, en las prácticas educativas en desarrollo curricular, en las expectativas de los mercados laborales, en los cambios tecnológicos, en las transacciones comerciales, en las subidas y bajadas de los mercados financieros, y por supuesto, en el previsible nuevo orden mundial desde la bipolaridad a la mutipolaridad. La geografía humana de la población, económica, urbana, rural, médica o del envejecimiento están modificando sus patrones de conocimiento sobre las actividades humanas pasadas, presentes y emergentes.

Esta crisis sanitaria ha mostrado un hecho social consabido, como es la distribución desigual de la riqueza en la población sobre la superficie terrestre,prueba más que evidente de la desvergüenza de la especie humana como generadora de tantas injusticias en el mundo. Resulta ignominioso que haya regiones donde no tengan acceso a las vacunas contra el coronavirus, bien por desinterés de los propios gobernantes, o bien de las mismas empresas farmacéuticas. Ciertamente, la brecha Norte-Sur se acrecienta en estos tiempos, sufriendo las consecuencias los mismos “parias” del mundo. 

Por contra, hay evidencias científicas que demuestran como las sociedades progresan desde creencias y valores que promueven la cooperación y la convivencia entre personas diferentes, como estrategia de fortalecimiento sistémico. El ejemplo más reciente sería la recuperación en buena parte de la comunidad internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Pero también hay fracturas sociales cuando surgen movimientos oportunistas y reaccionarios ante el desarrollo de libertades y derechos públicos, hoy contemplados en las principales normas jurídicas de los países avanzados. Quizás sea una mezcolanza de aquel miedo a la libertad de Fromm, la sociedad del riesgo de Beck o la modernidad liquida de Bauman, que nos sitúa en posiciones de cambio para la adaptación ante las circunstancias de cada etapa histórica.

En este momento parece que el pensamiento único de Schopenhauer, de aquel hombre unidimensional de Marcuse, campa por doquier a través de una versión renovada que es el llamado negacionismo de la propia evolución humana, del calentamiento global, del VIH/SIDA, y ahora del COVID-19. Contemplar lideres políticos y ciudadanía manifestándose desde estos principios ideológicos y morales asusta a cualquiera que pretenda razonar sobre éstos y otros fenómenos de consenso científico. Es lo que está ocurriendo en un planeta que parece ir a la deriva sin liderazgo, ni rumbo planificado, salvo la omnipresencia de aquellos poderes fácticos que siempre dominaron desde sus ámbitos comerciales, tecnológicos, militares, mediáticos…, marcando un modelo de (des)gobernanza mundial interesado.  

Aterrizando en nuestro país, la España democrática ha prosperado adecuadamente en las últimas cuatro décadas, demostrando la capacidad de avanzar conforme a los mismos indicadores de los países de nuestro entorno. Dificultades muchas, pero ante las incertidumbres los representantes institucionales y la sociedad española supimos decidir ante las posibles alternativas. Sin embargo, en 2021 asistimos a la movilización de sectores minoritarios de la población que pretenden volver atrás como agoreros de tiempos pasados, que nunca fueron buenos para la mayoría social. Tienen múltiples recursos y apoyos para divulgar el discurso de odio, frentista y parafascista contra quienes no comulgan con sus ideales, y provocar el caos social que les permita tácticamente erigirse como “salvapatrias” en cualquier latitud de Europa.

Estos provocadores del racismo, la xenofobia, el machismo, el sexismo, la homofobia, la aporofobia, el edadismo, la islamofobia, el antisemitismo, el antigitanismo…, son los herederos de regímenes que cometieron genocidios y crímenes contra la humanidad, que permanecen en la memoria colectiva.

Dicho esto, debemos estar alertados de los peligros de fractura social en cualquier sociedad democrática de la que se aprovechan de todos los instrumentos legales disponibles, a fin de propagar esta ideología aparentemente favorable para distintos segmentos de la población. De ahí la importancia de reforzar la educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos desde la infancia, para que las futuras generaciones sean formadas desde un pensamiento crítico y comprometido con los valores democráticos de honestidad, respeto, solidaridad, pluralismo, justicia social, igualdad y libertad. Este último es irrenunciable para los demócratas, junto a los otros, si pretendemos superar las dificultades de este momento trascendental para España, y el resto de Europa. Prefiero pensar que estamos atravesando un tiempo de cambio de era, con crisis concatenadas que nos resituaran donde queramos, si estamos dispuestos a autoconvencernos con palabras y hechos, que no vencernos por la fuerza y la desidia de una minoría, aún.  

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