El 6 de agosto de 2024, soldados ucranianos irrumpieron en la región rusa de Kursk y, en pocos días, sin encontrar apenas resistencia, ocuparon más de mil kilómetros cuadrados de territorio. Aquella operación, ejemplo de audacia ucraniana para algunos, error estratégico para otros, duró ocho meses hasta que, a finales de abril de este año, el Kremlin dio por completamente controlada la región.
Para Moscú significó la primera invasión extranjera en suelo ruso desde la Segunda Guerra Mundial, pero Vladímir Putin se propuso convertir lo que inicialmente había constituido una humillación en una gesta patriótica. Denunció, sin pruebas, crímenes de guerra ucranianos, trató de silenciar a los vecinos que se habían quedado sin nada y ocultó el fracaso y la corrupción en la fortificación de la frontera.
¿Éxito o error ucraniano?
Cuando las tropas ucranianas penetraron en Kursk, Volodímir Zelenski elogió el éxito de la incursión porque, con ella, Ucrania demostraba que “realmente sabía cómo restablecer la justicia” y que “ejercía exactamente el tipo de presión necesaria sobre el agresor”. Días después añadiría que el objetivo de Kiev era “crear una zona de seguridad” y “destruir la máxima cantidad posible del potencial de guerra ruso”.
Incluso se especuló con la posibilidad de que Zelenski pudiera usar el territorio ocupado como moneda de cambio en unas eventuales negociaciones y, de este modo, recuperar parte de las provincias ucranianas anexionadas por Rusia.
Cuando en marzo las líneas de Kiev en Kursk empezaron a colapsar tras meses de estancamiento, el Estado Mayor ucraniano aseguró, en declaraciones a Reuters, que “habían conseguido la mayoría de sus objetivos”. Ahora bien, analistas del mismo bando hacen un balance mucho más negativo de la operación.
“La ofensiva ha demostrado ser mucho más costosa que una incursión limitada o una defensa estratégica. Una operación a corto plazo, de dos a cuatro semanas, destinada a crear una modesta zona de seguridad dentro de Kursk, podría haber preservado recursos. En cambio, la campaña ha provocado pérdidas significativamente más elevadas.”, escribía recientemente en X Tatarigami, experto militar y reservista ucraniano.
Según sus cálculos, en mayo de 2025, Ucrania había perdido casi mil vehículos en Kursk, por menos de 800 del ejército ruso, mientras que, en el frente de Pokrovsk, los daños rusos multiplicaban casi por cuatro los ucranianos. “El alcance de las pérdidas sufridas en Kursk no es más que un grave error de juicio operativo-estratégico de alto nivel”, insistía el analista.
“El liderazgo militar y político ucraniano a veces parece más centrado en operaciones mediáticas performativas que en articular una visión estratégica a largo plazo para el campo de batalla más allá de unos pocos meses”, remataba.
Putin, reforzado
En Rusia, la indignación inicial entre los comentaristas del entorno de las Fuerzas Armadas por el fracaso militar se disipó a las pocas semanas. Tal y como explican los periodistas rusos en el exilio Irina Borogan y Andréi Soldátov en un artículo para el Center for European Policy Analysis, tras más de dos años de guerra, la censura “fue extremadamente eficiente a la hora de silenciar la disidencia entre las tropas”.
Los medios afines al Kremlin minimizaron los sucesos y la sociedad rusa absorbió sin demasiados problemas aquella debacle. Según una encuesta del centro de estudios sociológicos independiente Levada, los niveles de ansiedad entre los rusos fueron mucho menores que después del anuncio de movilización generalizada en septiembre de 2022.
La incursión, además, tuvo el efecto contrario al que perseguía Zelenski al intentar quebrar el apoyo al presidente ruso. Serguéi Radchenko, profesor rusobritánico, apunta en X que, “en vez de debilitar a Putin, lo ayudó, y por eso [la operación ucraniana] parece un error estratégico colosal”.
La cara oscura de la gesta heroica
El 12 de marzo, inmediatamente después de que Washington y Kiev formularan la primera propuesta de alto el fuego de 30 días, el líder del Kremlin se presentó por sorpresa en Kursk. Las tropas rusas, con la ayuda de varios miles de soldados norcoreanos, habían obligado a los soldados ucranianos a retirarse y Putin quería mandar un mensaje de fortaleza a Donald Trump, vestido de militar, visitando a los comandantes en la región.
Aquellos días, la propaganda rusa trató de mitificar la hazaña de varios centenares de soldados que se escondieron en un gasoducto abandonado para, al cabo de seis días, romper por sorpresa las líneas ucranianas en la ciudad de Sudzha.
El gobernador de Kursk, Aleksander Khinshtein, inauguró una exposición dedicada a los héroes de la llamada Operación Potok (flujo, en ruso), la calificó de “leyenda” y dijo que quedaría “escrita con letras de oro en la historia de la operación militar especial” y que se hablaría de ella en las escuelas y se harían películas y libros.
El furor fue tal que en Ekaterimburgo se instaló en el patio de una iglesia una réplica de dieciséis metros de una sección de la tubería, y algunos de los soldados que participaron en la misión empezaron a impartir “lecciones de coraje” en escuelas rusas, tal y como recoge el medio independiente Viorstka.
La realidad fue mucho menos épica y más letal. Los mismos soldados contaron después que el aire era irrespirable, que muchos compañeros murieron asfixiados y que otros se quitaron la vida. Los que sobrevivieron sufren daños muy severos en los pulmones, según los médicos, de “consecuencias desconocidas a largo plazo”.
Además, su contribución a la victoria fue muy limitada, según los expertos, porque las tropas ucranianas ya se batían en retirada.
El Kremlin busca su Bucha
Otro de los pilares del relato del Kremlin son las acusaciones de crímenes de guerra contra los soldados ucranianos desplegados en Kursk en un intento de convencer a la comunidad internacional —y especialmente a Trump— de la crueldad del ejército de Zelenski y de pedir al mundo que condene una barbarie como la que cometió el ejército ruso en la ciudad ucraniana de Bucha en 2022.
En abril, el Tribunal Público Internacional sobre los Crímenes de Neonazis Ucranianos, un organismo creado en 2022 en respuesta a las investigaciones del Tribunal Penal Internacional contra las violaciones rusas de la Convención de Ginebra, presentó un informe con 120 supuestas víctimas que denunciaban “asesinatos sistemáticos” por parte del ejército ucraniano durante la ocupación.
Fuentes de Kursk aseguran a elDiario.es que no se han encontrado pruebas de dichos crímenes y que, en cambio, sí se han detectado intentos de falsificación de las autoridades rusas.
Las pruebas aportadas por la parte rusa son entrevistas a ciudadanos en los días posteriores a la expulsión de las tropas ucranianas. Esas mismas fuentes advierten de que todos los vecinos de las zonas ocupadas pasaron por campos de filtración del FSB donde se les interrogó y, en algunos casos, se les conminó a declarar en contra de los soldados de Kiev, según apuntan algunas informaciones. Por ejemplo, circuló un vídeo de una anciana que, tras la incursión ucraniana, agradeció delante de las cámaras la ayuda de los militares ucranianos y, meses después, apareció en otro vídeo ruso acusándolos de haber perpetrado atrocidades.
Las víctimas, silenciadas
Se desconoce el número de víctimas civiles durante los meses de combates, pero al menos 288 personas murieron a causa de los bombardeos de las Fuerzas Armadas Ucranianas y, según Viorstka, casi dos mil residentes figuran como desaparecidos en las bases de datos regionales del Ministerio del Interior.
Moscú no permite la entrada de organizaciones humanitarias ni periodistas extranjeros en Kursk. También impide a los habitantes que han vivido bajo ocupación que se expresen públicamente, aunque hay malestar entre la población, según fuentes de la región.
Los refugiados más vulnerables viven ahora en albergues temporales, mientras que las personas que se han desplazado hacia el interior de la región se han encontrado con unos precios disparados por el aumento de la demanda de vivienda.
En algunos pueblos no hay electricidad ni agua y otros están completamente arrasados y no se prevé ni siquiera que se reconstruyan. Activistas de la zona los describen a elDiario.es como “no aptos para la vida” al estar minados y porque las tropas rusas aplicaron sobre ellos una política de tierra quemada para recuperar sus posiciones.
Además, destacan que en algunas zonas fronterizas todavía se producen combates. Es decir, que la declaración del jefe del Estado Mayor ruso a Putin en la que le comunicaba a finales de abril que Kursk estaba controlada al 100% no fue precisa ni lo es a día de hoy porque permanecen algunas “zonas grises”.
¿Se hubiera podido evitar?
El fulgurante avance de las tropas ucranianas durante los primeros días de la operación puso de manifiesto los errores de las defensas rusas. Por un lado, fallaron los servicios de seguridad: el FSB (el antiguo KGB), la inteligencia militar y la Guardia Nacional. Pero, según Borogan y Soldátov, “Putin optó por no castigar públicamente a los responsables para, de esta manera, asegurarse su lealtad”.
Por otro lado, se demostró la inexistencia de fortificaciones en la frontera, a pesar de que se había invertido el equivalente a 200 millones de euros en sistemas de defensa. El Kremlin nunca lo admitió, pero primero destituyó fulminantemente al gobernador Alekséi Smírnov, a finales de 2024, y luego fue detenido el pasado abril acusado de corrupción. La Fiscalía asegura que existe un agujero de más de 30 millones de euros de fondos destinados a estructuras de defensa.
A principios de julio, su antecesor en el cargo, Román Starovoit, entonces ministro de Transportes, se suicidó mientras estaba siendo investigado por este mismo caso. Según varios medios, Smírnov y otros funcionarios bajo sospecha habían declarado contra él y estaba a punto de ser detenido.