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George Beebe, exdirector de análisis de Rusia de la CIA: “Hay que reconocer que Ucrania no podrá conseguir todo lo que desea en el campo de batalla”

El analista estadounidense y exdirector de análisis de Rusia de la CIA, George Beebe

Hernán Garcés

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“¿Cómo ha podido ocurrir esto? (...) Este libro es un premortem: el examen de un fracaso que aún no se ha producido”, empieza The Russia Trap, publicado en 2019, un análisis magistral de la degradación de las relaciones entre Occidente y Rusia desde el colapso de la Unión Soviética y la extrema peligrosidad de la situación actual. A la luz de la invasión de Ucrania el libro figura entre los imprescindibles para comprender las dinámicas actuales y sus orígenes. Su autor es reconocido por sus pares como uno de los mejor informados y lúcidos en asuntos internacionales y sobre Rusia. Durante más de dos décadas ha sido analista de inteligencia, diplomático, director en la CIA del análisis sobre Rusia y del Centro de Fuentes Abiertas, asesor especial en asuntos rusos del vicepresidente Dick Cheney. Ahora dirige el programa Gran Estrategia en Quincy Institute, un think tank importante de EEUU, y acaba de publicar un estudio con Anatol Lieven sobre cómo una ayuda defensiva a Kiev combinada con una enérgica ofensiva diplomática de EEUU podría garantizar la independencia de la gran mayoría de Ucrania, proporcionarle una viable prosperidad y mitigar los peligros de una prolongada confrontación con Rusia en Europa.

Vivimos en un mundo muy turbulento y el interés por las relaciones internacionales es cada vez mayor. En su libro habla de la importancia de la “humildad” y subraya lo fundamental que es “exponer y examinar nuestros supuestos clave. Evitar la sorpresa y defender nuestros intereses nacionales requiere intentar ver las cosas a través de los ojos de los adversarios y competidores, sin refrendar necesariamente sus percepciones como válidas”.

Sin duda, una habilidad exigente. Piense en lo difícil que resulta a menudo comprender los puntos de vista de personas cercanas a nosotros: familiares, cónyuges o colegas. Salir de nuestros propios puntos de vista para comprender los suyos no es tarea fácil. Este reto se magnifica cuando tratamos con una cultura extranjera, donde las diferencias en historia, valores y prácticas complican aún más la comprensión. Empatizar con un adversario —caminar realmente en sus zapatos— es sumamente difícil. George Kennan fue un ejemplo notable de alguien que sobresalió en esto. Sin embargo, existe un riesgo: intentar empatizar puede percibirse a veces como 'volverse nativo', o perder de vista los propios intereses nacionales. Puede dar lugar a acusaciones de simpatizar con el adversario, donde la empatía (comprender cómo ve las cosas la otra parte) se confunde con la simpatía (estar de acuerdo con cómo ve las cosas la otra parte).

En Occidente se tiende a confundir ambas cosas.

Sí, y muchos critican como simpatizantes a los analistas que intentan articular la perspectiva del adversario. Sin embargo, comprender estas perspectivas es crucial para evitar sorpresas y reacciones irracionales de la otra parte. También es esencial para resolver conflictos y sortear crisis con eficacia. Sin una comprensión profunda de lo que impulsa a la otra parte, es casi imposible abordar las causas profundas del conflicto o explorar posibles soluciones.

La empatía es de vital importancia, y nuestro entorno nacional debe apoyarla. Necesitamos un discurso nacional que permita la empatía, creando un espacio para este enfoque sin etiquetar precipitadamente a quienes lo practican como agentes extranjeros o quintacolumnistas. Por desgracia, actualmente existe demasiado de este ambiente acusatorio en Occidente.

En el transcurso de dos años, la guerra en Ucrania ha pasado por varios ciclos importantes de acción y reacción. 

La invasión inicial estuvo marcada por suposiciones erróneas y problemas autoinfligidos por parte de Rusia. Intentaron lo que podría describirse como un golpe de Estado desde el exterior, apoderarse del aeropuerto a las afueras de Kiev, obligar a los dirigentes a huir, lo que permitiría a Rusia instalar a sus dirigentes predilectos en Kiev. Esta estrategia pretendía impedir que Ucrania se convirtiera en un aliado de EEUU, ya fuera bilateralmente o mediante su ingreso en la OTAN. No lograron su objetivo. Los ucranianos frustraron sus esfuerzos, lo que provocó una serie de complicaciones para Rusia. Sin estar preparados para el nivel de resistencia que encontraron, los rusos se vieron obligados a reagruparse.

Tras enfrentarse a nuevos reveses, los rusos adoptaron una estrategia de desgaste.

Su expectativa no era lograr un avance significativo contra los militares ucranianos superándolos en maniobras, envolviéndolos o flanqueándolos. En su lugar, pretendían aprovechar las ventajas de escala de Rusia para erosionar gradualmente la capacidad de los ucranianos de seguir luchando en la guerra.

¿Cuáles son las ventajas de Rusia?

Su gran población, que permite el despliegue de numerosas fuerzas en el campo de batalla durante un periodo prolongado, y su industria militar, que tiene capacidad para superar no sólo a Ucrania sino también a las capacidades combinadas de Ucrania y sus aliados occidentales en EEUU y Europa

¿Cuál era el objetivo de Rusia con este cambio de estrategia?

Creo que la esperanza de Rusia era que, con el tiempo, la atrición se cobraría su peaje, dejando gradualmente a Ucrania incapaz de desplegar un ejército lo suficientemente grande como para contrarrestar a Rusia. Además, que Ucrania se enfrentaría a una escasez de armas y municiones necesarias para mantener sus esfuerzos, con opciones muy limitadas disponibles para que Occidente respondiera a falta de una implicación directa de EEUU o la OTAN en el conflicto, algo que Rusia pretendía evitar. Por otra parte, uno de los atractivos de la estrategia de desgaste para el Kremlin y el mando militar ruso era que presentaba un medio para 'ganar la guerra' —dependiendo de la definición que se tenga de la victoria— sin aumentar indebidamente el riesgo de una intervención occidental directa.

Usted escribe: “La acumulación de fuerzas rusas en territorio ucraniano conlleva un riesgo de colapso militar repentino para Ucrania”. Un mes después de la publicación de su estudio, leemos en Politico, “Ucrania corre un gran riesgo de que se derrumben sus líneas del frente”.

Los rusos han aprendido de sus errores iniciales. Han mejorado en muchas áreas en las que al principio flaquearon durante los dos primeros años de la guerra. Ahora están llevando a cabo un tipo de guerra que creen que les favorece. Lo que nos plantea un reto considerable: encontrar la forma de conducir la guerra a un fin que salvaguarde la seguridad ucraniana y los intereses occidentales.

El general Mark A. Milley, exjefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., ha “alentado a Kiev a negociar porque Ucrania ha conseguido en el campo de batalla todo lo que razonablemente podía esperar. Además, el Papa ha dicho a Ucrania que “cuando ves que estás derrotado, que las cosas no van, debes tener el valor de negociar”. Sin embargo, Andriy Yermak, jefe de gabinete del presidente Zelenskyy, afirma que “los ucranianos pueden estar cansados pero no negociarán con Putin”. Dado el riesgo de colapso, ¿por qué se niegan a negociar?

Parte de la razón es la tendencia a ver esta guerra a través de las lentes de la justicia, la moralidad y la equidad. La mayoría de la gente, incluida la inmensa mayoría de los ucranianos, cree que para que se haga justicia, Rusia debe ser derrotada y sufrir las consecuencias de su agresión. Esta postura es crucial no solo para influir en el comportamiento futuro de Rusia sino también para enviar un mensaje a los agresores potenciales de todo el mundo de que la agresión no produce beneficios sino que socava la seguridad y la prosperidad de los Estados agresores.

¿Lo ve posible?

Estaría bien que fuera posible. Desgraciadamente, existe una brecha entre la visión de la justicia que muchos imaginan para el final de esta guerra y lo que puede lograrse de forma realista en el campo de batalla. Por mucho que deseemos que los ucranianos expulsen a los rusos de todo el territorio ucraniano ocupado, lleven a los rusos ante tribunales de guerra y exijan reparaciones de guerra por los daños infligidos a Ucrania, es muy poco probable que los ucranianos posean la capacidad de imponer este tipo de resultado a Rusia.

Entonces, ¿qué es posible?

Es necesario reconocer que Ucrania no podrá conseguir todo lo que desea en el campo de batalla. Tenemos que considerar qué pasos se pueden tomar que, aunque no sean perfectos y quizás no cumplan todas las aspiraciones, sigan siendo suficientes para garantizar un futuro de seguridad, independencia y soberanía ucranianas. Sin embargo, este enfoque podría requerir dejar a Rusia con algunas concesiones que Rusia considera críticas para sus propios intereses y seguridad. Creo que esta es la visión a la que debemos aspirar, teniendo en cuenta las realidades del campo de batalla y lo que cada parte puede conseguir de forma realista.

A pesar de la situación militar, muchos comentaristas occidentales siguen sosteniendo que Ucrania puede ganar la guerra. ¿Es esto una negación de la realidad?

Ha habido una negación, arraigada profundamente en décadas de historia. Especialmente durante gran parte del periodo posterior a la Guerra Fría, Occidente ha tendido a subestimar las capacidades de Rusia, considerándola una potencia en declive. Esta perspectiva llevó a desestimar o descuidar las preocupaciones rusas en materia de seguridad que se han expresado repetidamente desde finales de la era Gorbachov, cuando Rusia aún formaba parte de la Unión Soviética. Gorbachov hizo saltar las alarmas si se expandía la OTAN hacia el este, si incorporaba a la antigua Alemania Oriental. Los dirigentes soviéticos de la época dejaron claro su malestar por la expansión de la OTAN hacia el este.

¿Se ignoraron las alarmas?

Una serie de gobiernos occidentales —no solo de EEUU sino también de Europa— creían fundamental que la OTAN se convirtiera en el marco de seguridad europeo. Supusieron que las preocupaciones de Rusia respecto a la expansión de la OTAN podían ignorarse sin peligro, subestimando la capacidad de respuesta rusa. Desgraciadamente, a medida que la OTAN continuaba su expansión hacia el este e intentaba incluir a Ucrania y Georgia, Rusia demostró su creciente capacidad para oponerse a estos movimientos por la fuerza si fuera necesario. Se puso de manifiesto por primera vez en Georgia, en 2008, cuando la invasión rusa estuvo motivada en gran medida por el objetivo de para impedir que Georgia se convirtiera en miembro de la OTAN. Más tarde, en Ucrania en 2014, y luego a través de la invasión a gran escala que comenzó en 2022. El deseo de detener la ampliación de la OTAN hacia el este surgió como una causa importante, aunque no la única, de los conflictos. Creo que detener la expansión de la OTAN ha sido la motivación rusa más crucial.

En los años noventa, existía un consenso en tres pilares de la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría —George Kennan, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski— de que la OTAN no debía extenderse a Ucrania por los importantes riesgos que implicaba. ¿Cómo explica ese cambio?

Estas personas eran pensadores estratégicos muy capaces. Sin embargo, el comportamiento de Washington en política exterior, en general, y sus acciones hacia Rusia, en concreto, durante el periodo posterior a la Guerra Fría, no han estado motivados principalmente por consideraciones estratégicas. Por el contrario, estuvieron influidas en gran medida por otros factores, incluida la política interior estadounidense y lo que casi puede describirse como una creencia religiosa en la extensión de la democracia en todo el mundo y en toda Europa. La ampliación de la OTAN se ha considerado a menudo como una extensión de la democracia y la gobernanza liberal occidental, más que como una ampliación de los compromisos de defensa.

¿Cómo ha percibido Rusia la expansión de la OTAN?

Los rusos no la consideraron como una mera extensión de la gobernanza liberal occidental. Siempre han visto a la OTAN como una alianza militar con capacidades que podían amenazar la seguridad de Rusia, especialmente a medida que se acercaba al corazón del país. Pensadores estratégicos como Kennan, Brzezinski y Kissinger así lo entendieron. Su profunda perspicacia estratégica, unida a lo que podría describirse como empatía analítica o estratégica, les permitió ponerse en el lugar de los rusos. Podían comprender cómo percibiría Rusia la situación desde su propia perspectiva.

Según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (EC FR, por sus siglas en inglés), “la mayoría de los europeos apoyan a Ucrania en su guerra contra Rusia pero sólo 1 de cada 10 cree que Ucrania puede ganar y la mayoría ve necesario un 'acuerdo de compromiso' para poner fin al conflicto”. Sin embargo, para Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, “al final tiene que ser Ucrania la que decida qué tipo de compromiso está dispuesta a hacer”, pero los ucranianos han dicho que no quieren negociar. 

Si se argumenta que Ucrania posee un mandato absoluto en esta situación, implica, por extensión, que EEUU y la OTAN carecen de todo mandato, sugiere que nuestras políticas se formulan enteramente en Kiev, en lugar de en nuestras propias capitales. Esta es una perspectiva con la que no deberíamos sentirnos cómodos.

¿Qué puede hacer EEUU para ayudar a Ucrania?

En primer lugar, nuestra prioridad debe ser ayudar a Ucrania a continuar con su defensa, que sea lo más difícil posible para Rusia forzar a Ucrania al colapso o romper sus líneas defensivas. Esto es esencial para crear las condiciones para unas negociaciones que puedan conducir a un compromiso aceptable para nosotros, los ucranianos, y también para abordar las preocupaciones de seguridad de los rusos. Este objetivo debe ser nuestro centro de atención. En segundo lugar, es importante reconocer la difícil situación política interna a la que se enfrenta Zelensky o cualquier dirigente ucraniano. Colocar toda la carga de decidir cuándo negociar con Rusia podría exacerbar las presiones a las que se enfrentan, conduciendo potencialmente a la inestabilidad política en Ucrania.

Según el New York Times, Putin podría estar dispuesto a negociar. Sin embargo, ¿por qué querría negociar un país que percibe que tiene las de ganar en la guerra y que el tiempo está de su lado?

La respuesta está en la disparidad entre lo que Rusia puede conseguir en el campo de batalla, incluso en una guerra que está ganando cada vez con más claridad, y lo que es necesario para asegurar sus intereses nacionales en este contexto. Rusia debe considerar las amenazas potenciales a las que se enfrenta a lo largo del tiempo no sólo en Ucrania, sino en el resto de Europa y más allá. No se podrá proteger contra amenazas más extensas de la OTAN y de EEUU simplemente “ganando” en Ucrania. Por ello, tiene incentivos para querer negociar con Occidente. Una preocupación importante para Rusia es la posibilidad de que este conflicto se convierta en una confrontación militar directa con EEUU, lo que supondría graves riesgos no solo para la seguridad nacional rusa sino también para el mundo.

¿Qué puede conseguir Rusia?

Creo que Rusia podría hacerse con el control militar de partes de Ucrania que se ha anexionado oficialmente pero que aún no ocupa, especialmente aquellas regiones que considera cultural e históricamente rusas. Sin embargo, capturar Kiev u ocupar y gobernar la mayor parte del territorio ucraniano parece estar fuera de su alcance. Emprender tales acciones requeriría una fuerza de invasión mucho mayor que la que Rusia tiene desplegada actualmente, lo que convertiría el empeño en una trampa. Incluso si Rusia consiguiera conquistar más territorio ucraniano, se enfrentaría a una población hostil, lo que supondría riesgos significativos para una fuerza de ocupación y complicaría cualquier intento de negociar cuestiones más amplias de seguridad europea con Occidente, cuestiones que no pueden resolverse simplemente ganando la guerra en Ucrania. Rusia tiene varias razones prácticas para querer negociar. Además, es ventajoso entablar negociaciones cuando se posee una influencia significativa, ya que así se evita negociar desde una posición de debilidad en la que los términos podrían ser dictados por la parte contraria.

¿Cree que pronto habrá negociaciones?

Actualmente, creo que los rusos albergan una profunda desconfianza hacia EEUU, y soy igualmente escéptico sobre la voluntad de EEUU de entablar conversaciones sobre cuestiones de seguridad más amplias. Parece que EEUU está totalmente centrado en infligir una derrota estratégica a Rusia en Ucrania.

Algunos comentarios sugieren que defender Ucrania equivale a defender Europa, hablan de riesgo de una posible invasión rusa de Polonia u otros países. ¿Cuál es su perspectiva al respecto?

Desde un punto de vista puramente de capacidad, no creo que Rusia albergue de forma realista ambiciones de invadir Polonia, atacar Alemania o enfrentarse a Rumanía. Desencadenarían probablemente una respuesta del Artículo 5 del Tratado de la OTAN, llevando a EEUU directamente al conflicto y colocando a Rusia en una situación de grave desventaja, con todo el mundo, incluida Rusia, en posición de perder en caso de escalada a una confrontación nuclear, un resultado que los rusos probablemente creen que ocurriría rápidamente. Por puro interés propio, parece improbable que Rusia quiera arriesgarse a una confrontación de este tipo. Además, Rusia ya se ha enfrentado a importantes retos en Ucrania, a pesar de las ventajas logísticas de librar una guerra en su frontera, con una geografía conocida y un adversario íntimamente conocido. Comparativamente, atacar a un miembro de la OTAN presentaría retos y riesgos militares mucho mayores. Nada en el conflicto actual sugiere que Rusia posea la capacidad para semejante empresa, y dudo mucho que tengan la intención, teniendo en cuenta los graves riesgos que implica. Sin embargo, que los rusos no supongan una amenaza de invasión militar para Europa no significa que no sean una amenaza en otros sentidos.

¿Puede desarrollar? 

Ciertamente, la posibilidad de una escalada hacia un conflicto nuclear constituye una importante amenaza para la seguridad de Occidente, EEUU y la OTAN. Tenemos que tomarnos en serio esta amenaza y elaborar estrategias para afrontarla. Sin embargo, hay otra dimensión a tener en cuenta: si la OTAN se compromete con una relación de confrontación que tenga como objetivo la derrota estratégica de Rusia, podemos alentar inadvertidamente a Rusia para que socave la unidad de la OTAN. En vez de atacar militarmente a la OTAN, Rusia podría centrarse en erosionar con el tiempo la eficacia de la organización y desestabilizar políticamente a Europa. Esto representa más una amenaza política e incluso espiritual que un desafío militar. Tenemos que prepararnos para afrontar este tipo de desafío de forma mucho más exhaustiva que la simple disuasión de una invasión militar rusa.

Maurice Gourdault-Montagne, uno de los más destacados diplomáticos franceses, declaró a elDiario.es que en 2006 los rusos manifestaron su incapacidad para imaginar siquiera por un segundo que Crimea, que entonces formaba parte de Ucrania, pudiera llegar a ingresar en la OTAN. Tal hecho significaría que Sebastopol quedaría rodeada, cortando el acceso de Rusia a los mares cálidos: el Mar de Azov y el Mar Negro. Además, Jacques Chirac, entonces Presidente de Francia, intentó negociar la neutralidad de esta región. ¿Hasta qué punto es crucial la neutralidad de Ucrania para Rusia?

La neutralidad ucraniana es un componente esencial de cualquier acuerdo. Sin un compromiso claro tanto de Ucrania como de Occidente de que no se convertirá en un futuro miembro de la OTAN ni en un aliado bilateral de EEUU, los rusos tienen importantes incentivos para prolongar la guerra. Su objetivo sería dejar a Ucrania tan dañada, destruida y disfuncional que no pueda alinearse militarmente con nadie de forma realista. Un resultado así sería desastroso sobre todo para el pueblo ucraniano. Por lo tanto, es crucial considerar un acuerdo en el que la neutralidad ucraniana sea un elemento no negociable del acuerdo.

¿Qué va a ocurrir con Crimea y el Donbás?

No preveo un escenario en un futuro próximo en el que Ucrania pueda reconocer oficialmente Crimea o el Donbás —junto con otras partes ocupadas de Ucrania— como parte formal de la Federación Rusa. Sin embargo, este reconocimiento podría no ser esencial para alcanzar un acuerdo duradero que ponga fin a la guerra. Es importante entender que es poco probable que Ucrania recupere estos territorios, ni Rusia concederá en la mesa de negociaciones lo que no ha reclamado en el campo de batalla. En un futuro previsible, y probablemente más allá, Ucrania no podrá reconquistar ese territorio por medios militares. Así pues, debemos reconocer, de hecho, que Rusia seguirá ocupando y administrando esos territorios, sin reconocerlos oficialmente como tales. EEUU, por ejemplo, nunca reconoció oficialmente la incorporación de los Estados bálticos a la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Todos los mapas elaborados por el gobierno estadounidense incluían una nota en este sentido, y aun así era posible mantener relaciones diplomáticas normales con la Unión Soviética. Un enfoque similar puede ser necesario con respecto a Ucrania.

Según el presidente brasileño Lula da Silva, “no habrá sostenibilidad ni prosperidad sin paz” y “ninguna solución será duradera si no se basa en el diálogo”. En su estudio recomienda que EEUU tienda la mano a China y al Sur Global para discutir los parámetros de un compromiso negociado en Ucrania.

Ofrezco vías para que EEUU pueda obtener ayuda para navegar fuera de un callejón sin salida que hemos creado nosotros mismos. Hemos situado a Putin como irremediablemente malvado, afirmando que las negociaciones son insostenibles y que debe ser condenado al ostracismo internacional. Nuestra retórica sobre estos asuntos ha sido tan absoluta que es crucial que encontremos una forma, con tacto, de retirarnos de una postura que esencialmente ha excluido cualquier intento de alcanzar un compromiso aceptable con los rusos. Creo que los chinos y las naciones del Sur Global podrían desempeñar un papel para facilitarlo.

Un reciente artículo del Wall Street Journal ha destacado que la sugerencia del presidente Emmanuel Macron de desplegar tropas en Ucrania ha causado consternación y división entre los aliados. Dominique de Villepin, ex primer ministro de Francia, ha criticado esta propuesta. Advierte que el despliegue de fuerzas de la OTAN directamente en la zona de conflicto podría escalar rápidamente al uso de armas nucleares por parte de Rusia. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Creo que tal escenario es posible. Considere cómo podría desarrollarse: si Francia u otro miembro de la OTAN desplegara abiertamente fuerzas militares en Ucrania, Rusia se enfrentaría a una dura decisión. Podría atacar directamente a esas fuerzas de la OTAN, o podría evitar esa acción debido a los riesgos de escalar a un conflicto directo con la OTAN. Al optar por no atacar, Rusia estaría concediendo de hecho, dando a Occidente el margen de maniobra para introducir aún más fuerzas. ¿Y si esto desembocara en 100.000 tropas occidentales sobre el terreno? Estoy seguro de que el Kremlin no querría que las cosas llegaran a tal punto. Putin estaría sometido a una presión significativa por parte de su derecha política para que tomara medidas. Por eso creo que es probable que Rusia atacara inmediatamente cualquier despliegue abierto de tropas de la OTAN en Ucrania, para señalar que Occidente ha cruzado una línea roja. ¿Occidente simplemente no haría nada si Rusia atacara a sus fuerzas? No resulta difícil imaginar cómo podría escalar rápidamente una situación semejante.

¿Cuál es su análisis de las palabras de Macron?

No soy un experto en política francesa, pero sospecho que la motivación de este movimiento se debe en parte al deterioro de la situación de Ucrania en el campo de batalla. Ucrania se enfrenta a una grave escasez de efectivos y a importantes déficits en municiones y capacidades de defensa antiaérea. Esto plantea naturalmente la siguiente pregunta: ¿qué puede hacer Occidente para ayudar a evitar una derrota ucraniana dadas estas deficiencias? No hay muchas buenas opciones disponibles, y una posibilidad que debe considerarse es si la OTAN debe actuar directamente en el campo de batalla. Sin embargo, creo que los factores más significativos en esta decisión fueron en realidad consideraciones geoestratégicas.

¿Cuáles?

Los franceses y muchos europeos siguen de cerca las encuestas de opinión en EEUU, reconocen la posibilidad real de que Donald Trump sea reelegido. Están preocupados por lo que una presidencia de Trump podría significar para la OTAN y Europa, especialmente si decide reducir significativamente los compromisos de EEUU con la OTAN y sus miembros. En este contexto, es probable que el presidente Macron esté considerando cuál debería ser el papel de Francia en la seguridad europea en una posible era post-Biden, dado que no muchos países de la OTAN tienen la capacidad de liderar en tales circunstancias. Francia y Alemania son, por supuesto, los principales contendientes para este papel de liderazgo. La sugerencia pública de que Francia debería considerar una implicación directa en Ucrania puede verse como un intento de ganarse el favor de países como Polonia, los Estados bálticos, la República Checa y otras naciones de Europa del Este que están profundamente preocupadas por la amenaza rusa y temen ser abandonadas por EEUU. Buscan líderes en Europa que tengan la determinación de plantar cara a Rusia. Mi interpretación es que Macron está apelando a este público, y es posible hacerlo sin comprometerse realmente a desplegar fuerzas francesas en Ucrania.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, declaró recientemente: “Los ciudadanos quieren que sigamos apoyando a Ucrania, pero tenemos que utilizar otro lenguaje. No me siento reconocido cuando se habla de convertir a Europa en una economía de guerra ni con expresiones como tercera guerra mundial”. ¿Cómo interpreta el impacto de este tipo de retórica pública en la situación general?

Este tipo de retórica es significativo. Da forma a la imagen que se proyecta a la otra parte, influye en la opinión pública y puede encajonarnos potencialmente, limitando nuestra flexibilidad a la hora de manejar la situación. Tenemos que empezar a discutir resultados más realistas, unos en los que no todo el mundo obtenga todo lo que quiere: una solución “a medias”, por así decirlo. En un escenario así, los rusos, los ucranianos y nosotros, como partidarios de Ucrania, podríamos no alcanzar todos nuestros objetivos, pero todas las partes podrían aceptar el compromiso, ya que protege nuestros intereses fundamentales. Este enfoque es factible si realmente aspiramos a ese resultado. La retórica es crucial porque moldea las expectativas y reduce el abanico de opciones disponibles.

En su opinión, ¿cuál debería ser el orden posglobal de Ucrania?

Necesitamos fomentar un escenario en el que Rusia y China no operen como una alianza contra EEUU y Europa. Lo ideal sería que Rusia y China mantuvieran relaciones amistosas sin entrelazarse profundamente como aliados de seguridad y socios de defensa, optando en su lugar por una relación más estándar. Además, es crucial que Europa adopte un papel estratégicamente más autónomo, sirviendo de contrapeso a Rusia y actuando como un equilibrador pragmático e independiente respecto a China. Estas dinámicas son sin duda complejas en la transición de un mundo unipolar a otro más multipolar, en el que Europa emerge como uno de los polos pivotantes. Se espera que China actúe como fuerza equilibradora en varias regiones, incluida Europa. El deseo de Ucrania de que China participe en un acuerdo, unido a la incapacidad de Rusia para excluir a China del proceso, sugiere que los intereses estadounidenses podrían verse beneficiados si China desempeñara un papel estabilizador en Europa por numerosas razones.

Esto me hace pensar en Brzezinski, que escribió en El gran tablero de ajedrez que “potencialmente, el escenario más peligroso sería una gran coalición de China, Rusia y quizá Irán, una coalición ‘antihegemónica’ unida no por la ideología sino por agravios complementarios”. ¿Está de acuerdo?

Brzezinski tenía toda la razón al predecir que tal evolución podría plantear el desafío geoestratégico más grave a EEUU. Escribió sobre esta preocupación hace más de 25 años, advirtiendo que iba muy en contra de los intereses estadounidenses. Y, sin embargo, aquí estamos. El escenario contra el que Brzezinski advirtió se ha convertido en nuestra realidad, en gran parte debido a nuestras propias acciones. Hemos manejado mal nuestra estrategia, a pesar de tener una posición fuerte hace 25 años, al permitir que nuestras ambiciones superaran nuestras capacidades. Subestimamos cómo una política de confrontación simultánea con Rusia, China e Irán —unida a la negativa a reconocer o respetar sus preocupaciones expresas en materia de seguridad— les llevaría a cooperar más rápida y profundamente que si EEUU hubiera adoptado un enfoque diferente. No estoy sugiriendo que, de no existir los errores de la política estadounidense, Rusia y China tendrían hoy malas relaciones. Probablemente mantendrían relaciones amistosas, pero creo que éstas no serían tan adversas hacia EEUU, ni tan profundamente cooperativas en materia de seguridad, de no ser por los errores estadounidenses.

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