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Santa Evita: el calvario de un cadáver convertido en polémica novela

Eva Perón en su visita a la Embajada Argentina de Madrid, en 1947

Agustina Larrea

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“Las fuentes sobre las que se basa esta novela son de confianza dudosa, pero solo en el sentido en que también lo son la realidad y el lenguaje: se han infiltrado en ellas deslices de la memoria y verdades impuras”. “Todo relato es, por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo”. 

Las citas pertenecen a la novela Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, y se despliegan a lo largo del texto como una gran advertencia sobre los episodios que se narran en el libro, que van y vienen en el tiempo, pero que tienen como centro un recorrido atroz, insólito, brutal, morboso, inconcebible y real: el autor decidió poner foco en el calvario del cadáver de Eva Perón, desde que fue embalsamado, luego secuestrado por militares argentinos, ultrajado, escondido durante 16 años y más adelante recuperado. 

Publicada en 1995 en la Colección Sur de Editorial Planeta, la novela se convirtió en un éxito editorial rotundo y sin precedentes. De inmediato agotó varias ediciones y con el correr de los años el suceso siguió: en la actualidad está traducida a treinta idiomas (según los expertos, es el libro más traducido de la literatura argentina) y es un best-seller que del que se vendieron millones de ejemplares y que terminó publicado en más de sesenta países. Por estos días, además, a 70 años de la muerte de la emblemática figura justicialista, tendrá su adaptación audiovisual, con la actriz Natalia Oreiro a la cabeza.

Periodismo y literatura

En Santa Evita las capas de literatura, periodismo de investigación, ficción, documento histórico, reconstrucción y novela histórica se superponen hasta empastarse, hasta perder todo borde. Con los años, esa transgresión del autor, la operación de cruzar episodios de la historia con mitos o personajes ficcionales, se leyó de distintas maneras. Para algunos, fue un artificio literario muy vinculado con la época: el libro salió en paralelo a los días de la reelección de Carlos Menem y su peronismo virado a la derecha; la figura histórica de Evita se diluía en algunos relatos o se edulcoraba para darle la forma de un objeto pop (ya existía la versión teatral y musical de Andrew Lloyd Webber; Madonna llegaría a Buenos Aires durante los primeros meses de 1996 para encarnarla en una película); la llamada novela histórica vivía una especie de boom en las librerías locales.

Para otros, no fue ni más ni menos que “una gran novela gótica”, tal como señaló el escritor Carlos Fuentes. Y entre las voces más resonantes, a la vez, se vio en el libro una síntesis, una supuesta radiografía argentina a partir de los vaivenes de un cuerpo, “un mural sociopolítico y un documento histórico”, como señaló Mario Vargas Llosa, en manos de uno de los mayores autores vivos por entonces. Un hombre que cruzaba periodismo y literatura, uno de los grandes intelectuales de la época que había entrevistado a todos, que había estado cerca de Juan Domingo Perón, que había atravesado varias décadas y vivía para contarlas.

Apenas salió el libro, que de inmediato agotó su primera tirada en el país y ya vivía una gran repercusión internacional a partir de una extensa nota que le dedicó el diario The New York Times, Martínez viajó hasta la Argentina desde los Estados Unidos, donde se había establecido, para brindar varias entrevistas.

“El texto está construido como un relato en primera persona donde yo soy el detective y el narrador al mismo tiempo”, le dijo, por ejemplo, al periodista Osvaldo Quiroga en una nota publicada en El Cronista Cultural, el 4 de agosto de 1995.

Sobre la estructura elegida para el texto, donde convergen documentos, memorias, las impresiones del autor luego de entrevistas y visitas a distintos archivos, lecturas de otros escritores que refirieron a la historia del cadáver de Eva Perón, como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Ezequiel Martínez Estrada y Néstor Perlongher, a la que llega después de una ardua investigación periodística Martínez apuntó en esa misma entrevista: “Yo trato de explicar esto en relación con La novela de Perón (N. de la R.: su libro anterior, que salió en 1985) que, para mí, pertenece a la poética de los años 80, según la cual, continuando la obra de Truman Capote, de Norman Mailer o de nuestro Rodolfo Walsh, se trabaja la investigación periodística con los recursos de una novela. Aquí, lo que sucede es a la inversa. Hay una novela trabajada con algunos métodos del periodismo, de la cultura popular, del cine, de la sociología y de la historia. Y si bien los hechos básicos pertenecen al acervo histórico –el renunciamiento de Eva Perón, el itinerario de su cuerpo– la construcción del texto es a la vez la reconstrucción del mito”. 

“El texto está construido como un relato en primera persona donde yo soy el detective y el narrador al mismo tiempo”, relató Tomás Eloy Martínez al periodista Osvaldo Quiroga en una nota publicada en El Cronista Cultural, el 4 de agosto de 1995.

“Lo que a mí me importaba es dejar escrito todo lo que ese cuerpo ha ido sembrando en la imaginación, en la memoria, en los deseos de los argentinos”, agregó.

En enero del año 2000, cinco años después de la salida de Santa Evita, que seguía vendiéndose mientras se multiplicaban las reimpresiones, el autor aseguró en otra entrevista, esta vez con el diario español El País: “La idea era jugar con un lector que supuestamente sabe todo sobre este personaje, y mentirle, venderle gato por liebre, es decir, inventar. Entonces me di cuenta de que la mejor manera de inventar era invertir la estrategia de los grandes novelistas-periodistas, Mailer, Capote, Tom Wolfe y también García Márquez. Ellos tomaban historias de la vida real y las ponía en escena usando las ténicas de la novela. En el caso de Santa Evita, lo que hice fue construir una fábula verosímil, pero no verdadera, con las herramientas del periodismo. Todo el tiempo finjo que estoy escribiendo periodismo, pero estoy escribiendo una novela. Eso sería profundamente tramposo si el género novela no fuera una declaración de mentiras”.

En esa misma entrevista, el escritor argentino contó que algunas partes ficcionalizadas de su texto, con el tiempo, aparecieron como hechos verdaderos en publicaciones posteriores de otros autores y en biografías de Eva Perón. Esto le provocó tanta incomodidad al autor de La novela de Perón que en una ocasión debió aclarar en artículos escritos en medios argentinos como La Nación y Página 12 que la frase “Coronel, gracias por existir” (una intervención que Martínez inventó para una supuesta declaración de Eva a Perón) no había sido jamás pronunciada por Evita. Sin embargo, al día siguiente aparecieron solicitadas desmintiendo al mismísimo inventor de aquella oración en disputa. 

Los secretos del coronel

Contada en dieciséis capítulos que llevan como títulos citas de Eva Perón o fragmentos de sus libros, en Santa Evita la primera persona tarda en llegar, hasta que lo hace con toda potencia hacia finales del primer capítulo, pasadas las primeras 30 páginas. El narrador –un personaje, a su vez, el mismísimo Tomás Eloy Martínez, quien recién revela su nombre al final, pero va dejando pistas a lo largo de todo el libro– dice que tiene en su poder apuntes de una de las figuras centrales del libro y también de esta historia, el coronel Carlos Eugenio Moori Koenig. Se trata de un militar antiperonista rabioso, encargado de secuestrar y llevar adelante una custodia muy particular del cadáver de Eva Perón después del golpe de 1955. Un personaje, además, que ya había aparecido en otro hito literario, el cuento Esa mujer, de Rodolfo Walsh.

En el libro de Tomás Eloy Martínez, Moori Koenig (“cuyo apellido es 'rey de la ciénaga' en alemán”, se encargará de aclarar el autor en varias notas periodísticas) manipula a su antojo y traslada el cuerpo de Evita por distintos puntos de la ciudad, indaga sobre su figura, secuestra también sus escritos, se obsesiona. 

En el caso de Santa Evita, lo que hice fue construir una fábula verosímil, pero no verdadera, con las herramientas del periodismo. Todo el tiempo finjo que estoy escribiendo periodismo, pero estoy escribiendo una novela.

Tomás Eloy Martínez

Más adelante, el mismo narrador de Santa Evita dirá: “En esta novela poblada por personajes reales, los únicos a los que no conocí fueron Evita y el Coronel. A Evita la vi solo de lejos, en Tucumán, una mañana de fiesta patria; del coronel Moori Koenig encontré un par de fotos y unos pocos rastros. Los diarios de la época lo mencionan de un modo escueto y, con frecuencia, despectivo. Tardé meses en dar con su viuda, que vivía en un departamento austero de la calle Arenales y que aceptó verme al cabo de una postergación tras otra”.

En los reconocimientos finales del libro, el autor agradecerá, entre otros, a Walsh (“quien me guió en el camino hacia Bonn y me inició en el culto de ”Santa Evita“) y ”a la viuda del coronel Moori Koenig y a su hija, que una noche de 1991 me refirieron las desdichas de sus vidas“.

“Cada vez que en este país hay un cadáver de por medio, la historia se vuelve loca. Ocúpese de esa mujer, coronel”, le ordenan al militar casi al comienzo del relato de Martínez y la historia volverá todo el tiempo a la idea de vincular los vaivenes de ese cuerpo con la deriva de un país. Vertiginoso, lleno de puntos de giro y de intrigas que se van resolviendo a lo largo de las páginas, el libro tiene las características de un thriller atrapante.

“Eva era como una especie de asignatura pendiente en los periodistas argentinos que trabajábamos en los años ‘60. Era una asignatura pendiente para gente como Rodolfo Walsh y para mí, y para todos los periodistas con afán de investigación en ese momento. Cuando escribí La novela de Perón, en 1985, decido que ya no tengo nada más que escribir sobre Eva Perón, que el personaje me interesa mucho menos que el personaje de Perón, que había afectado cuarenta años de la vida de los argentinos. Pero una noche, tal vez de julio del año 89 u 88, oí una voz en el teléfono, una voz claramente militar. Yo todavía tenía los reflejos de temor a esas voces amenazantes que había oído en la época de la Triple A. La voz me dice: ‘Mire, Martínez, usted se equivocó al contar el destino del cadáver de Eva Perón. Y estamos reunidos aquí los responsables de esa historia para contarle la verdad’. Yo pregunté por qué. Y la respuesta fue muy sólida: ‘Porque el silencio pesa sobre la vida y la conciencia de los hombres. Vamos a estar aquí hasta la una y media de la mañana, esperándolo. Si quiere, venga. Si no, se lo pierde’”, narró Martínez a Clarín al conmemorarse 50 años de la muerte de Evita.

En esta novela poblada por personajes reales, los únicos a los que no conocí fueron Evita y el Coronel. A Evita la vi solo de lejos, en Tucumán, una mañana de fiesta patria; del coronel Moori Koenig encontré un par de fotos y unos pocos rastros.

Fragmento de "Santa Evita"

Según le dijo el periodista a ese diario, de inmediato salió hacia el café Tabac, en Coronel Díaz y Libertador (la escena también ocupa el último capítulo de Santa Evita, aunque su autor en otras entrevistas señaló que el encuentro tuvo lugar recién al día siguiente del llamado y “en un café ubicado frente a ATC”, en referencia al mítico bar Rond Point, vecino del canal estatal de televisión).

Una adaptación 70 años después

En coincidencia con los 70 años de la muerte de Eva Perón, llega por estas horas la serie Santa Evita, basada en la novela de Tomás Eloy Martínez. Según se anunció, la superproducción de la plataforma de streaming Star+, propiedad de Disney, seguirá, al igual que el libro, la historia del secuestro y profanación de los restos embalsamados de la entonces esposa de Juan Domingo Perón tras el golpe de Estado cívico-militar de 1955.

Entre los anticipos, se puede ver que el actor Diego Velázquez interpretará a una suerte de álter ego del autor de la novela. La producción aseguró que, al igual que la novela, la serie apelará al suspenso y a la narración mediante flashbacks.

Es por este revival que el libro, que ahora se consigue editado por el sello Alfaguara, volvió a ser tema de debate y volvió a las librerías con una faja en la que se ve la figura de la protagonista de la serie.

La serie de siete episodios fue dirigida por Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez, quien fuera uno de los grandes amigos de Tomás Eloy Martínez y gran admirador de la novela Santa Evita.

Tanto que, apenas leyó el manuscrito del libro, el escritor colombiano señaló: “Aquí está, por fin, la novela que siempre quise leer”, una declaración que fue elegida para la faja de las primeras ediciones del libro y se convirtió en un gran apoyo para su difusión internacional.

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