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The Guardian en español

“Me sentí como un cordero en el matadero”: deportado después de vivir 35 años en Reino Unido

Ivan Anglin con su familia cuando asistió a la graduación de su hija Angela.

Amelia Gentleman

Mandeville, Jamaica —

Hace cinco semanas que Ivan Anglin no se mueve de su casa en Mandeville, en Jamaica, esperando una carta de la Alta Comisión del Reino Unido en Kingston que le indique si puede o no volver al Reino Unido y ver a sus hijas, nietos y bisnietos.

Anglin, de 82 años, fue deportado del Reino Unido en 1998 tras regresar del funeral de su hermana en Jamaica. No pudo convencer a los funcionarios de inmigración de Heathrow de que tenía derecho permanente de residencia en Gran Bretaña y le dieron 48 horas para gestionar 35 años de vida en el Reino Unido y regresar al aeropuerto. Sólo tuvo tiempo de despedirse de una de sus hijas.

Solo un reducido grupo de amigos íntimos y de familiares en Jamaica sabe que fue deportado. El estigma de la deportación es tan fuerte que juzgó mejor hacer creer a la gente que había regresado voluntariamente.

Ahora espera que tenga éxito una solicitud que ha tramitado ante el grupo de trabajo que estudia los casos de la llamada “generación Windrush” (por los nacidos en la Commonwealth que llevaban décadas residiendo en el Reino Unido cuando se impulsaron medidas de inmigración hostiles), lo que le permitirá regresar al Reino Unido para una visita. El 18 de julio fue entrevistado por seis altos funcionarios británicos de la Comisión y se le informó de que en cuestión de días se le enviaría una respuesta a su domicilio. Tiene miedo a salir de casa por si llega el documento. “No puedo ir lejos. Si voy al mercado, vuelvo rápido”.

Anglin nació en Jamaica en 1936, cuando la isla todavía era una colonia británica. Recibió una educación británica y se presentó a los exámenes de la junta de exámenes de Cambridge. En su escuela, los alumnos cantaban “Dios salve al Rey” y más tarde “Dios salve a la Reina” y de vez en cuando el himno “Rule, Britannia”, con la frase (para él peculiar, ahora que es adulto) “Los británicos nunca serán esclavos”.

“Teníamos que cantar todos estos himnos patrióticos. No teníamos elección, hacíamos lo que nos ordenaba el profesor. Nos dijeron que Inglaterra era la madre patria. No sabíamos qué quería decir eso”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, su maestro explicó a todos los niños de la pequeña escuela rural, que no tenía electricidad ni agua corriente, que debían pedir dinero a sus padres para la causa británica. “Para poder enviar dinero a Inglaterra para comprar bombarderos para un escuadrón. Mis padres no tenían mucho dinero. Mi madre era modista, mi padre, carpintero. Creo que le di a mi profesor dos chelines”.

Su hermana mayor se fue de Jamaica para trabajar de modista en Brixton y le escribió una carta, sugiriéndole que siguiera sus pasos. Anglin visitó la oficina del gobernador para obtener un pasaporte británico, compró dos pares de zapatos resistentes, guardó un par en una pequeña maleta y usó el otro para embarcar en un Douglas DC-8 con destino a Londres, el 2 de enero de 1962.

Su hermana lo esperaba en el aeropuerto con un abrigo negro, para que le ayudara a sobrellevar el frío. “La nieve se amontonaba en las calles. Nunca antes había sentido frío. Tiemblas y mueves los pies para que la circulación sanguínea funcione”.

Un papel vital en la reconstrucción tras 1945

En las numerosas disculpas emitidas por el gobierno a quienes se vieron envueltos en el escándalo de Windrush, se ha reconocido repetidamente que los migrantes caribeños desempeñaron un papel vital en la reconstrucción de Gran Bretaña después de la guerra. Como carpintero, Anglin jugó un papel clave en ese proceso.

“Trabajábamos en lugares que habían sido bombardeados, levantando casas. Nunca tuve reparos con ningún trabajo y es por este motivo que querían trabajadores caribeños”, indica. Durante mucho tiempo trabajó para el municipio londinense de Newham. “Ayudé a construir pisos del Ayuntamiento, torres de 33 pisos, ese tipo de edificios. Cuando terminábamos uno, empezábamos otro. Solíamos poner puertas y ventanas”.

Desde que puso los pies en el país pudo notar la tensión y la hostilidad racista. “Cuando buscabas trabajo, y te veían llegar, a veces te espetaban: lo siento amigo, no contratamos a negros. Cuando buscabas apartamento, algunas personas te decían que no querían gente de color. Era bastante común. Me sentía desanimado. En Jamaica el racismo no existía”.

Durante un tiempo trabajó en la fábrica de Ford en Dagenham, en la línea de producción, poniendo puertas de coches. Recuerda que entre sus compañeros había miembros del Frente Nacional (un grupo ultraderechista). “Algunos te decían: vienes aquí y nos quitas el trabajo. Algunos te lo decían sin tapujos, lo cual era bueno, porque así sabías cómo actuar, sabías que te tenías que apartar de su camino”.

Lo cierto es que, en líneas generales, era feliz. Compró una casa en Ilford y tuvo cuatro hijas y un hijo. Más tarde consiguió un trabajo que le encantaba como camarero en la Universidad de Cranfield en Bedfordshire.

Debido al hecho de que antes de la independencia de Jamaica siempre viajó con pasaporte británico, Anglin asumió que era británico. Su esposa se unió a él un año más tarde, después de que Jamaica se independizara en agosto de 1962, y cuando en la década de los ochenta el gobierno impulsó una campaña para instar a los inmigrantes nacidos en el Caribe a registrarse para la ciudadanía británica, ella pidió formalmente la ciudadanía.

“Me considero británico. Cuando llegué al Reino Unido no necesitaba ningún visado u otro tipo de documento para entrar. Mi esposa tiene la ciudadanía. Yo no la pedí porque asumí que era británico”, explica, con una mueca de dolor. Reconoce que probablemente debería haberse preocupado por saber cuál era su situación legal.

Se queda sin pasaporte

Cuando su pasaporte británico caducó, no vio la necesidad de renovarlo: “Trabajaba en Ford, nadie me lo pidió”. A finales de la década de los setenta, hizo reformas en su casa y utilizó un soplete para quitar la pintura de las alcantarillas. “No me di cuenta de que había un nido de pájaros.” El nido se incendió y el techo se quemó. Los bomberos inundaron la casa  para apagar el fuego. El pasaporte británico de Anglin se mojó y las páginas interiores quedaron pegadas unas con las otras. Como ya había caducado, optó “por tirarlo”. 

En la década de los noventa, viajó a Jamaica en dos ocasiones. En la primera de ellas fue al funeral de su madre, un viaje para el que prácticamente no tuvo tiempo de prepararse y solicitó un pasaporte jamaicano porque pensó que sería más rápido que conseguir un nuevo pasaporte británico.

Su vida se complicó tras su separación y se quedó dos años en Jamaica: “Necesitaba un descanso”. La primera vez que regresó al Reino Unido pudo regresar sin problemas. En cambio, la segunda vez, tras viajar a Jamaica para el funeral de su hermana, fue detenido en Heathrow. “Pensaron que sólo era un jamaicano que intentaba entrar en el país”, lamenta.

No intentó explicarles que se consideraba británico. “No puedes discutir con las autoridades. Me dijeron que no podía quedarme más tiempo en el país y que debía volver a casa, a Jamaica. No puse resistencia. Me sentía como un cordero al que llevan al matadero. Hice lo que me dijeron que hiciera”.

Anglin fue deportado por un Gobierno laborista. Si bien es cierto que la mayoría de los problemas laborales, y de acceso a la vivienda y a los servicios de salud que ha tenido la generación Windrush en el Reino Unido son consecuencia de medidas hostiles impulsadas por Theresa May en 2012, lo cierto es que ya hacía años que muchas personas estaban siendo deportadas erróneamente o se les negaba la entrada en el país.

En su más reciente explicación sobre la gestión del gobierno de la debacle de Windrush, el ministro de Interior, Sajid Javid, señaló que muchas de las deportaciones o prohibiciones de entrada al Reino Unido ocurrieron durante gobiernos laboristas anteriores. En un tuit, reprendió al diputado de Tottenham, David Lammy, por su crítica al Ministerio del Interior, afirmando: “No politicemos esta situación. Es demasiado importante. Cerca de la mitad de los 164 deportados o encarcelados lo fueron bajo un Gobierno laborista”.

Patricia, la hija de Anglin, indica que la deportación tuvo un profundo impacto sobre los cuatro hijos. Ella se ha quedado sin padre durante 20 años. “No podíamos entender por qué nuestro padre había sido deportado después de vivir, trabajar y tener hijos en el país, y vivir aquí durante más de 35 años, pagando impuestos y la seguridad social”.

“Papá es un hombre muy orgulloso así que cuando le dieron 48 horas para salir del país no pidió ayuda ni se lo dijo a sus familiares. Creó que la experiencia lo traumatizó y no quiso preocuparnos o que esto nos afectara”.

Después de que lo deportaran, sus hijos intentaron ayudarle. Hablaron con abogados expertos en inmigración que les pidieron unas sumas de dinero que no tenían. Durante un tiempo, era difícil comunicarse porque llamar a Jamaica resultaba muy caro.

“Nadie debería tener que pasar por esto, especialmente alguien como nuestro padre. Es una persona decente, trabajadora y respetuosa con la ley”, señala Patricia. “Se ha perdido los nacimientos de sus nietos y bisnietos, la muerte y el funeral de su único hijo, y de otros familiares cercanos y amigos que conoce desde que llegó al Reino Unido en los años sesenta”.

Ha podido rehacer su vida en Jamaica y ahora vive en Mandeville, uno de los lugares predilectos para los que han retornado ya que las temperaturas son más bajas, más parecidas a las del Reino Unido. Muchas de las casas de la zona son enormes, palaciegas, para hacer alarde del dinero ganado en el extranjero. Anglin vive en una planta baja en compañía de su perro. Su hija pequeña, que hasta hace poco vivía con él, se ha ido para trabajar como profesora en Carolina del Sur.

Le causó mucha tristeza no poder viajar al Reino Unido hace tres años para asistir al funeral de su hijo Michael, conductor de autobús, que murió joven como consecuencia de un derrame cerebral. No tiene ningún deseo de volver a Inglaterra permanentemente, pero dice que “no le importaría ir y pasar algún tiempo con los nietos y los hijos”.

Hace esfuerzos por no amargarse.  “No estoy enfadado, estoy triste; es una situación triste. Forma parte de la vida”, afirma.

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