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The Guardian en español

La iglesia católica cobija a adictos en Filipinas para esquivar la sangrienta cruzada antidroga

Un grupo de filipinos protesta contra la detención de una senadora crítica con Duterte

Poppy McPherson

Manila —

La iglesia católica en Filipinas está poniendo en marcha una red que esconde a los drogadictos y a otros objetivos de la sangrienta guerra contra las drogas encabezada por el presidente Rodrigo Duterte, han explicado algunos sacerdotes a the Guardian. Oficiales de policía y los llamados justicieros han matado a más de 7.000 personas en la cruzada que mantiene Duterte contra supuestos adictos y traficantes. A menudo, los ataques los cometen pistoleros motocicleta que disparan y se dan a la fuga.

En otras ocasiones, a las víctimas se les avisa de que están en una “lista de objetivos” por lo que intentan huir y esconderse. En su iglesia de Ciudad Quezón en las afueras de Manila, uno de los pocos que ha proporcionado refugio es el padre Gilbert Billena, a pesar de admitir que votó por Duterte en los comicios del pasado año. “Incluso yo, que estaba a favor de la guerra contra las drogas no me esperaba este resultado”, cuenta.

Muchos en Filipinas apoyan las ejecuciones, creyendo que de esta manera sus vecindarios son más seguros. Mientras, otros temen hablar por miedo a que se les acuse de colaboración. A pesar de este miedo, un creciente número de iglesias ha abierto sus puertas y sus redes de casas seguras para las personas que corren el riesgo de ser uno de los objetivos.

En uno de estos escondites está un joven de 18 años que prefiere permanecer en el anonimato. En diciembre sobrevivió a un disparo mortal por parte de uno de los justicieros durante una fiesta en una casa, en una de las principales ciudades de Filipinas. Siete personas, la mayoría adolescentes, murieron. Él sufrió una herida de bala en el abdomen.

El chico vive con miedo, teme que los justicieros vuelvan para terminar el trabajo. “Surgieron rumores de que hubo un superviviente. Y los que nos atacaron pensarán que hay un testigo”, apunta. Inmediatamente después de la matanza, buscó refugio en la única institución que lo aceptaría.

La iglesia le ha ayudado a encontrar un trabajo temporal en el que disfruta, según cuenta, pero en el que tiene miedo de estar expuesto a extraños. Le asustan los fuegos artificiales y, por las noches, tiene pesadillas y sufre insomnio. “Hay gente que ha sido objetivo de la policía”, cuenta Billena, el portavoz de Rise Up, un movimiento multirreligioso creado para resistir a la guerra de la droga. “Les ofrecemos la iglesia con la condición de que se tomen en serio cambiar el rumbo de sus vidas”.

Los altos dirigentes de la iglesia en un país de mayoría católica han preferido mantenerse en silencio sobre esta campaña letal. Y muchos entre sus filas defendieron, al principio, lo que ahora está sucediendo. Pero ante el creciente número de muertes, las actitudes al respecto están cambiando. Los sermones escritos por la Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas y leída en los servicios del domingo a comienzos de este mes tildaron esta cruzada anti drogas como un “reinado del terror”.

“Abre las puertas de las iglesias”

Todavía son pocas las iglesias que están tomando medidas contra la cruzada antidrogas. Dentro de la diócesis de Billena tan solo hay cinco o seis –según cuenta– a pesar de las instrucciones de Antonio Tobias, obispo de Novaliches, de ayudar a los necesitados. “Me dijo personalmente: dales refugio. Abre las puertas de las iglesias. Muchos no lo hacen porque quizá tienen miedo. No saben cómo hacerlo”.

El concepto de ofrecer asilo tiene una larga historia en la tradición cristiana. Durante los primeros compases de la religión, los fugitivos tenían derecho a refugiarse en las iglesias si conseguían introducir alguna parte de su cuerpo en el edificio o si simplemente conseguían agarrar las argollas de las puertas. Aunque el derecho oficial de asilo se fue eliminando progresivamente a finales de 1600, la práctica ha continuado de manera informal.

En Filipinas encontramos precedentes mucho más recientes durante la presidencia de Marcos. En esa época las iglesias cobijaron a periodistas, senadores y otros intelectuales declarados enemigos del estado por el régimen. Uno de los más famosos es el santuario de Baclaran o la iglesia Redentora, que dirige varias casas seguras.

“Nosotros los redentoristas, hemos estado en situaciones complicadas antes”, explica el hermano Jun Santiago. La respuesta de Baclaran a la guerra de las drogas le ha convertido en objetivo de las críticas. Durante un discurso el año pasado, Duterte señaló una exposición de fotografía organizada por la iglesia que exhibía cadáveres de algunas de las víctimas.

Aunque la guerra contra las drogas ha disminuido desde que Duterte anunció una pausa temporal a finales de enero, las muertes continúan. El presidente ordenó al ejército que se hiciera cargo de la policía.

Además, los aliados de Duterte siguen persiguiendo a sus críticos. El viernes, la policía detuvo a una de las voces más destacadas de la disidencia. La senadora Leila de Lima insistió en que ella era inocente de los cargos de tráfico de drogas que podrían enviarla a prisión de por vida, asegurando que se habían presentado para silenciarla.

“El mes pasado nos visitaron dos personas del Palacio de Malacañang”, cuenta Santiago refiriéndose al palacio presidencial y lugar de trabajo del presidente. “Fueron amistosos pero nos dijeron de alguna manera que estábamos bajo vigilancia”. La policía local tiene conocimiento de la presencia de drogadictos protegidos por la iglesia.

La iglesia no cede ante las intimidaciones

Aún así, la iglesia sigue ofreciendo refugio y ayuda para recaudar fondos para aquellos que no pueden permitirse enterrar a sus muertos. “Si dejamos que nos intimiden, sería el fin del papel de la iglesia”, apunta Santiago, añadiendo que al menos se ha dado refugio a 20 personas. Algunas se han ido trasladando de un lugar a otro por su seguridad.

Hace poco, él mismo ayudó a una mujer cuya hermana estaba vendiendo shabu, o metanfetaminas, después de perder su trabajo en un salón de belleza. Unos hombres enmascarados entraron en su casa y arrastraron a la mujer, diciéndole a su familia que fuesen a la comisaría si querían respuestas. Más tarde encontraron su cuerpo en un callejón cercano. Su hermana recibió un mensaje de texto que, según cree, pertenece a un oficial de policía que decía que ella sería la siguiente. “Te estamos vigilando”, ponía.

La chica de 32 años y sus tres hijos pequeños trataron de refugiarse en casa de vecinos pero estos estaban demasiado asustados como para acogerle. Al final, consiguió llegar a Baclaran, donde encontró un lugar para quedarse.

La joven cuenta que después del entierro de su hermana decidió dejar su propio hábito. “Voy a enterrar también mi vicio. Quiero recuperarme primero y tomar represalias después”, añade. “En todo este asunto –la guerra contra las drogas– solo las personas poco importantes están en el punto de mira. Lo normal es mirar al árbol y cortar las raíces para acabar con el problema. Pero, en ese caso es todo lo contrario: se están cortando las ramas pero las raíces permanecen”, concluye.

Con la información adicional de Rica Concepción.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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