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The Guardian en español

Las ciudades japonesas intentan adaptarse al turismo masivo y descubren sus peligros

Templo sintoísta (Japón) | REVISTA AMBERES

Justin McCurry

Kioto —

Se ha convertido en una escena familiar: los turistas alquilan kimonos y posan frente a un santuario sintoísta en Kioto. Ellos y otros visitantes han traído valiosos dólares a la ciudad y a otros lugares de Japón.

Pero ahora la antigua capital del país está a la vanguardia de una guerra contra la “contaminación turística” que ya ha conseguido que la población local se ponga en contra de los visitantes en ciudades como Venecia, Barcelona y Amsterdam.

La relación cada vez más tensa entre los turistas y sus anfitriones japoneses se ha trasladado al mercado de alquileres turísticos. El viernes pasado entró en vigor una nueva ley que obliga a los anfitriones a apuntarse en un registro del gobierno para poder alquilar legalmente su hogar a través de Airbnb y otras webs similares. La restricción ha hecho que se desplome el número de propiedades disponibles y ha costado a la empresa estadounidense millones de dólares.

Gracias a las campañas del Gobierno, el número de turistas que visitan Japón se ha disparado desde un periodo de estancamiento causado por un yen muy fuerte y por temores a la radiación tras el desastre de Fukushima en 2011.

El año pasado, Japón recibió un número récord de 28,7 millones de personas, un aumento del 250% desde 2012. Casi siete millones provenían de China y los siguientes cinco países que más turistas aportaron fueron Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Tailandia y Estados Unidos. En 2020, el año en que Tokio será sede de los Juegos Olímpicos, el Gobierno calcula que el número se elevará a 40 millones.

Pero para muchas personas que viven cerca de los puntos más visitados, el boom turístico se ha convertido en un arma de doble filo. “El ascenso de Japón como destino turístico ha sido una bendición agridulce”, señala Peter MacIntosh, organizador de paseos turísticos y noches de geishas para grupos reducidos. “Cuando había pocos turistas, la gente se quejaba y ahora que hay muchos, no están preparados para recibirlos. Si es así ahora, ¿cómo será cuando se acerquen los Juegos Olímpicos?”.

La zona de Gion-Shinbashi en Kioto se ve tranquila este día de entre semana por la mañana, pero durante los fines de semana, la calle frente al santuario Tatsumi Daimyojin, el puente colgante de Shirakawa y los callejones con restaurantes, hogares y ryokans (alojamiento tradicional japonés) estarán repletos de visitantes de distintos países del mundo.

Tomoko Okuda, a cargo de Shiraume, un ryokan que recibe visitantes extranjeros, cree que se podría hacer más para enseñar a los turistas las costumbres locales antes de llegar.

“Puede que en otros países sea aceptable reservar una mesa en un restaurante y cancelarla el mismo día de la reserva, pero aquí en Japón esto genera muchos problemas por la preparación que implica”, explica Okuda. “También he oído quejas de gente que va a las casas de té antiguas y a las cafeterías y se va sin haber consumido nada”.

Kanji Tomita, arquitecto y miembro de un grupo que hace campaña por preservar la atmósfera tradicional de Gion-Shinbashi, asegura que los turistas son bienvenidos, pero añadió que a algunos comercios locales se les está acabando la paciencia.

La mayoría de las quejas se refieren a grupos de turistas que merodean frente a los portales de los hogares, se sientan sobre las delicadas vallas de bambú y se meten para sacarse selfies. Otros dicen que el creciente número de visitantes ha colapsado el sistema de transporte y los restaurantes y que genera un bullicio que arruina el miyabi de la ciudad, la atmósfera refinada que justamente es lo que atrae a la gente a visitar Kioto.

“Antes, aquí sólo se veían habitantes locales paseando o comiendo en un restaurante”, cuenta Tomita. “Pero cada vez más gente lee en internet sobre este sitio y vienen de vacaciones. Es un lugar hermoso y queremos que los visitantes lo disfruten, pero ellos deberían tener en cuenta los sentimientos de las personas que vivimos aquí. Esto no es un Disneyland cultural”.

Según la nueva ley de alquileres privados, que se supone que ha sido redactada para cubrir una zona gris en materia legal referida a los alquileres de corto plazo ­–conocidos como minpaku–, las propiedades se pueden alquilar por un máximo de 180 días al año, y las autoridades locales pueden imponer mayores restricciones.

El resultado ha sido un desplome del número de propiedades japonesas disponibles en Airbnb. De más de 60.000 viviendas disponibles esta primavera, a sólo 1.000 antes de la entrada en vigor de la ley. La nueva legislación ha obligado a la empresa a cancelar las reservas de los turistas que habían elegido propiedades sin registrar para estancias posteriores al viernes pasado, y las compensaciones a los clientes le costarán unos 10 millones de dólares.

Los vecinos, cansados del bullicio nocturno y la basura mal separada antes de ser desechada y preocupados por cuestiones de seguridad, se han enfrentado a las autoridades locales que querían aprovechar los beneficios económicos del boom turístico. En una medida muy reveladora, Kioto solo permitirá alquileres privados en zonas residenciales entre mediados de enero y mediados de marzo, justamente el período menos turístico del año.

Unos pasos al sur del Tatsumi Daimyojin se puede ver una multitud de turistas congregados en una calle frente a Ichiriki, una casa de té de 300 años de antigüedad que se hizo famosa gracias al libro y la película Memorias de una geisha. La mayoría de los turistas está aquí por una razón: para poder ver alguna geisha o maiko (aprendiz de geisha) del distrito Gion.

“El problema es que todo el mundo piensa que Kioto es su estudio fotográfico personal”, explica MacIntosh, que hace 25 años que vive en esta ciudad. “He visto a maikos llorando y alejándose de la gente que quiere sacarse una foto con ellas. Ellas no están en exhibición. Este es un ambiente laboral”.

Otros incidentes han endurecido la actitud frente al turismo en masa. Las cadenas de televisión muestran a turistas que trepan a los árboles de cerezos en flor o se tambalean borrachos por el distrito de bares de Golden Gai, en Tokio. En mayo, la población se enfureció cuando se supo que los turistas habían tallado sus nombres en más de 100 árboles en un bosque de bambú muy popular.

Alex Kerr, vecino de Kioto y autor de varios libros sobre Japón, asegura que esta ola turística ha tomado por sorpresa al país. “No es sólo Kioto. La mayor parte de Japón no está preparada para este influjo de turistas que ha llegado tan rápidamente. Nadie se esperaba que llegaran tantos, y esto acaba de empezar”.

Kerr cree que una mejor gestión aliviaría la presión, por ejemplo aumentando el precio de la entrada a los sitios más populares.

“El turismo es la última salvación de muchos pueblos rurales y está teniendo un gran impacto incluso en ciudades como Osaka”, asegura. “Así que restringir el turismo no es la solución. Al mismo tiempo, nadie cuestiona que las multitudes descontroladas pueden dañar la experiencia, especialmente en ciudades como Kioto, donde gran parte de la esencia cultural es el silencio y la atmósfera meditativa.”

En Tatsumi Daimyojin se han acabado las sesiones de fotos y los grupos en kimono se marchan hacia la siguiente atracción.

“Japón está pasando por un período de adaptación”, explica Okuda. “Kioto no es tan grande ni tan cosmopolita como Tokio y acostumbrarse al turismo está llevando su tiempo. Pero lo último que quiero es que Kioto se convierta en el tipo de ciudad que le envía la señal a los turistas de que no son bienvenidos”, añade.

Traducido por Lucía Balducci

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