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The Guardian en español

Mike Pence: poder y religión en el presidente de Estados Unidos en la sombra

En la imagen, el vicepresidente estadounidense, Mike Pence.

Lloyd Green

La contienda civil de Estados Unidos continúa, con la religión como herramienta para la división política. En 2016, más del 80% de los evangélicos blancos dieron su voto a Donald Trump, un porcentaje que supera el de los votantes blancos de clase trabajadora que también lo votaron. En el lado opuesto de la balanza, Hillary Clinton sacó 40 puntos de ventaja a Trump en votos de personas que no se identifican con ninguna religión en concreto.

A pesar de las aventuras extramatrimoniales de Trump, la comunidad evangélica blanca lo sigue apoyando con firmeza. Franklin Graham, el hijo del difunto Billy Graham, amenazó a los estadounidenses con la ira de Dios si osaban criticar al presidente. Por su parte, Jerry Falwell Jr., al frente de la Liberty University, un centro neurálgico evangélico, ha cargado contra Clinton; Jeff Sessions, el fiscal general de Trump; y Rod Rosenstein, mano derecha de Sessions. Según Falwell, todos merecen “pudrirse” en la cárcel.

Aunque Trump parezca ser el ariete preferido por los religiosos blancos de Estados Unidos, lo cierto es que Mike Pence, el vicepresidente, es el evangélico más destacado del Gobierno. De hecho, la posición que ocupaba dentro de la comunidad evangélica lo ayudó a convertirse en el candidato a la vicepresidencia.

Al igual que Trump, Pence causa entusiasmo y también exasperación. 'Pence: The Path to Power' (Pence, la senda hacia el poder), escrito por Andrea Neal, a quien Pence, como gobernador de Indiana, nombró para la junta estatal de educación en 2013, se lee como una hagiografía. Neal incluso compara a Pence con la bíblica reina Ester. El libro 'The Shadow President' (el presidente en la sombra), cuyo subtítulo es 'The Truth About Mike Pence' (la verdad sobre Mike Pence) y que ha sido escrito por Michael D'Antonio, ganador de un premio Pulitzer, y otro reportero veterano, Peter Eisner, cuenta la historia de un político en ciernes.

A pesar de las diferencias, en ambos libros las creencias religiosas de Pence son el argumento central. Citando a Pence, Neal escribe que el vicepresidente “se posiciona con tres palabras que definen sus creencias fundamentales: cristiano, conservador y republicano, en ese orden”. En cuanto al libro 'The Shadow President', el título del primer capítulo es 'El adulador' y comienza con una cita del pasaje bíblico I Corintios 15:51: “He aquí, os explico un misterio”.

La historia de Pence empieza en Indiana. Es en este Estado cuando se transforma de católico a evangélico, y pasa de ser un tertuliano de radio y candidato al Congreso que había perdido en dos ocasiones, a convertirse en el gobernador y, más tarde, en un político a un paso de ocupar el Despacho Oval.

Como congresista, Pence fue un político de ideas firmes que una vez escribió que el calentamiento global era un “mito” y que “los gases de efecto invernadero... son reales pero son principalmente el resultado de volcanes, huracanes y desplazamientos geológicos submarinos”. Apoyó la guerra en Irak y se opuso al plan del presidente George W. Bush de que Medicare cubriera los medicamentos con receta. Pence también presionó, con éxito, para que un decreto presidencial prohibiera el uso de células madre embrionarias en la investigación y perdió contra John Boehner cuando presentó su candidatura para liderar la minoría de la Cámara de Representantes.

Cuando Pence presentó su candidatura al Congreso por primera vez, evitó las grandes fortunas. Sin embargo, cuando llegó a la mansión del gobernador de Indiana ya se había convertido en un imán para personas como los hermanos Koch y la familia DeVos, y para los donantes republicanos. Ahora Trump echa pestes de los Koch, pero fue Pence quien hizo de canal entre ellos y la Casa Blanca. 

Como gobernador, Pence paso “casi” desapercibido, pero no del todo. En esto coinciden ambos libros. Según 'The Shadow President', “en privado, muchos republicanos afirman que Pence fue un gobernador mediocre y que obtuvo pocos logros”. Neal cita a Jim Atterholt, exjefe de Gabinete: “Su agenda estaba saturada, tomaba demasiadas decisiones pequeñas, no podía pensar, no podía respirar”.

Sí hay un hecho incontestable: Pence no era como Mitch Daniels, su predecesor, que puso orden en el presupuesto de Indiana, integró los equipos de Reagan y de George W. Bush, y ahora es el presidente de la Purdue University. Contrario al aborto y exdirectivo de Eli Lilly, el gigante farmacéutico, Daniels entendió que algunas cuestiones sociales son espinosas y que es mejor no abordarlas.

No se puede decir lo mismo sobre Pence. Firmó el Proyecto de Ley 101 del Senado de Indiana, la Ley de Restauración de las Libertades Religiosas, que en general habría prohibido a una “entidad gubernamental inmiscuirse en el libre ejercicio de la religión de una persona, incluso si la acción pública se derivara de una norma de aplicación general”.

Se interpretó que este proyecto de ley daba carta blanca a la discriminación de gays y lesbianas y Pence no sólo lo firmó, sino que “autografió varias copias del mismo”, según Neal. En resumen, Pence mostró sus cartas.

Se desató un infierno. Los propietarios de empresas con sede en Indiana amenazaron con marcharse, la NCAA (la Liga universitaria de baloncesto) aseguró que boicotearía a Indiana, un estado con un gran número de amantes de ese deporte, y tres compañías de la lista Fortune 500 con sede en Indiana, entre ellas Eli Lilly, instaron a “una acción inmediata para garantizar” que esta ley “no auspiciaría ni fomentaría la discriminación”.

Pence se vio obligado a aceptar la realidad y ceder, y prohibió que esta ley pudiera ser utilizada para discriminar por motivos religiosos, pero sólo después de haber sido entrevistado por George Stephanopoulos, de la cadena ABC, y de constatar el desgaste político de esta medida.

Como era bastante previsible, D'Antonio y Eisner expresan desde prácticamente el inicio del libro que desaprueban la gestión de Pence. Lo juzgan por su atracción al dinero ajeno y su aversión por la modernidad. Es comprensible; hasta cierto punto.

Lo que resulta decepcionante es que no se aborda el hecho de que Estados Unidos es el país rico más religioso del mundo. Dos de cada cinco estadounidenses afirman rezar diariamente y los evangélicos representan casi la misma proporción en las fuerzas armadas, a pesar de ser sólo una cuarta parte de la población.

El hecho es que la libertad en el ejercicio de la religión contemplada en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos tenía el propósito inicial de proteger a aquellos que abrazaban credos incómodos. En junio, el Tribunal Supremo dio la razón a un panadero que se negó a hacer un pastel de bodas para una pareja gay. En opinión de la mayoría de magistrados, la comisión de derechos civiles de Colorado demostró “hostilidad” a las creencias religiosas del panadero al pedirle que hiciera un curso para cambiar su comportamiento discriminatorio.

Los políticos menos doctrinarios y más sutiles que Pence todavía tienen una oportunidad de hacer carrera. En un contexto en el que los demócratas necesitan desesperadamente atraer votos de los estados republicanos, en el que el porcentaje de personas que no se identifican con una religión concreta va en aumento y en el que los evangélicos se mantienen firmes, puede tratarse de una necesidad política y ciudadana.

Traducido por Emma Reverter

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