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The Guardian en español

Nueva Zelanda deja de ser un modelo y abandona la estrategia de eliminación total de la COVID-19

La calle principal del centro de Christchurch, Nueva Zelanda, durante el confinamiento en agosto.

Tess McClure

Christchurch (Nueva Zelanda) —

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Los neozelandeses están de luto por el fin de la estrategia de eliminación de la COVID-19, preocupados por lo que les deparará el futuro después de que su primera ministra, Jacinda Ardern, anunciara este lunes que el país va a pasar a una estrategia de supresión del virus.

“Es una especie de duelo por lo que perdemos”, dice la microbióloga Siouxsie Wiles, una de las comunicadoras científicas más destacadas de la respuesta neozelandesa a la pandemia. “Estamos perdiendo claramente el nivel de alerta uno, y las libertades y privilegios que eso conlleva”. 

A lo largo de los últimos 18 meses, el país se ha mantenido firme en su estrategia de “cero COVID-19”, y se ha visto recompensado con los mejores resultados del mundo durante la pandemia: un número de hospitalizaciones y de muertes extremadamente bajo, pocas restricciones en la vida cotidiana, bajos niveles de desempleo y una sólida recuperación económica.

Pero este lunes, casi dos meses después del primer brote de la variante delta en su territorio, el país se ha adentrado en lo desconocido, alejándose por primera vez de la estricta estrategia de eliminación, a pesar de que las tasas de vacunación siguen siendo bajas.

Ardern ha presentado el cambio con un plan de tres pasos para permitir las reuniones al aire libre y el regreso de la educación infantil, antes de reabrir el comercio y la hostelería. Llega en un momento en que apenas el 40% de la población total y el 47% de la población diana (mayores de 12 años) están completamente inmunizadas –un 65% de la población total (y un 77% de la diana) tiene al menos una dosis–. Las tasas de vacunación son especialmente bajas entre los maoríes, con solo alrededor de dos tercios de las de la población general.

Los expertos en salud coinciden en que es probable que haya un nuevo aumento de casos, una situación que el periodista Marc Daalder ha denominado “nivel tres: ahora con picnics y hospitalizaciones”. Para un país que hasta ahora no ha tenido que enfrentarse a la transmisión o enfermedad de COVID-19 de forma generalizada, todo el entusiasmo que podría haber por la flexibilización de las restricciones se ve atenuado por el temor o, en algunos casos, el enfado, ante el coste que esto podría suponer.

Temor por la desigualdad

“Hasta ahora hemos tenido una pandemia sorprendente”, dice Wiles, con colegios y empresas abiertos, y una vida relativamente normal que seguía su curso. “La mayor parte del resto del mundo no ha tenido eso; o, si lo han tenido, ha sido muy peligroso y la gente ha enfermado y ha muerto; no estoy segura de si la gente se ha dado cuenta de esto”.

Según Wiles, parte de la tristeza se debe a que la eliminación ha demostrado ser una estrategia muy equitativa porque protegía a casi todos los neozelandeses. Cuando el país cambie de rumbo para permitir la transmisión comunitaria de un brote, los resultados seguirán el mismo curso que en el resto del mundo: desigual con los pobres, las personas con discapacidad o las etnias que sufren otras desventajas.

“No todos los neozelandeses van a percibir igual nuestro cambio de estrategia; los ricos y privilegiados van a seguir viviendo una vida rica y privilegiada, en la que tal vez no se vean afectados, en comparación con otras comunidades que pueden acabar devastadas, y eso es lo más difícil de entender para mí”, dice Wiles. “Esta era una oportunidad en la que podíamos haber hecho las cosas de otra manera, y no ha sido así”.

Durante el anuncio de los cambios, Ardern dijo que las actividades que se están permitiendo “no se consideran de alto riesgo en nuestra situación actual”. “Sin embargo, supondrán una diferencia sustancial para que los habitantes de Auckland puedan seguir con las restricciones que sí suponen una diferencia”.

Sin duda, muchos habitantes de Auckland se sentirán aliviados de poder llevar a los niños a la guardería, y de volver a ver amigos y familiares, aunque, con el pronóstico de lluvia en los próximos días, los picnics no serán inminentes. Pero en las redes sociales, muchos están expresando su frustración y su tristeza. “La gente se muestra aprensiva y se lamenta por la pérdida de la seguridad que durante tanto tiempo proporcionó el antiguo sistema de niveles de alerta”, dice Sarb Johal, psicólogo. “No lo duden, es difícil desprenderse de ello”.

Una decisión criticada

Hay quienes han criticado el anuncio por considerarlo confuso, en contra de la tendencia que hasta ahora ha seguido la extremadamente clara comunicación del país sobre la pandemia.

Según el consultor de comunicación y exempleado del gobernante Partido Laborista, Neale Jones, el anuncio de cambio de estrategia es “una larga y confusa nota de rendición”, además de “un fracaso, tanto político como normativo”. “El anuncio es desordenado, complejo y no mantendrá a salvo a la gente, parece una capitulación en un momento en el que todavía nos queda mucho por vacunar”, dice el experto en estrategia y comunicación Asher Wilson-Goldman.

El partido de los Verdes, que suele ser el aliado más cercano del Gobierno laborista, rompió este lunes con Ardern para expresar su rechazo a la política y afirmar que tendrá un coste demasiado alto para los neozelandeses vulnerables. “La eliminación ha protegido miles de vidas en Aotearoa [nombre maorí de Nueva Zelanda]. Tenemos que mantener el rumbo para que todo el mundo esté a salvo. Este no es el momento de cambiar nuestra estrategia, sobre todo cuando tantas de nuestras comunidades vulnerables siguen en peligro”, ha dicho la colíder de los Verdes, Marama Davidson.

“La hoja de ruta prevista por el Gobierno para salir de la COVID-19 pone en riesgo grave a las comunidades vulnerables, incluidos los maoríes y los pasifika. (...) La eliminación todavía es posible si trabajamos juntos para detener la propagación”, ha dicho Davidson. “Nuestro sistema de Sanidad pública ha resistido hasta ahora, pero nos preocupa que relajar demasiado pronto las restricciones pueda sobrecargar a las enfermeras, a los médicos y a todos los trabajadores del sistema sanitario que están trabajando duro y de los que dependemos para mantenernos a salvo”.

Otros partidos también han criticado duramente la decisión. El líder del partido libertario ACT, David Seymour, ha dicho: “Que nos dijeran que podíamos permitirnos un despliegue de las vacunas más lento porque no teníamos transmisión comunitaria de COVID es una de las cosas más imprudentes que ha hecho un gobierno en Nueva Zelanda y ahora estamos pagando el precio”.

Traducido por Francisco de Zárate

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